Muñecas rotas
Los días, atravesados
de sol inmisericorde.
Muchos, uno tras otro
y en todos ellos el polvo
hermano del aire seco.
La casa siempre impoluta,
en su centro el fuego vivo
y a su alrededor la risa
correteando con el juego,
inocencia quebradiza.
«Por favor, no, aún es niña».
El bofetón del marido
es espejo del esputo de los hermanos mayores
que gritan sumisión clara.
Nunca hay lágrimas ni queja,
todas le fueron robadas
cuando ella aún era una niña.
Sólo la cabeza gacha
y un «Así será…, así».
En sus manos ya no está
la muñeca hecha de trapos
que le regaló la madre,
ni son sus dulces caricias
las que rondan su cabello.
Espanto es su hermosa cara,
sus brazos, remos al viento,
y en su garganta, el grito
que una ruda y sucia mano
sobre sus labios acalla.
En un rincón de la casa
el sol amanece oblicuo
sobre la muñeca rota
que en su día creó la madre.
¿No habrá lágrimas por ella?
Ana Noguera