Demasiado corazón
Tomo prestado el título de la canción de Willy Deville que alguna vez, ahora parece una broma macabra, había compartido con Carme Chacón. Muchos se habrán enterado hoy, cuando ella ya no está, de que padecía una cardiopatía congénita que no le impidió ser una luchadora entregada y entusiasta. Demasiado corazón, en verdad…
Me resulta imposible decir y escribir lo mucho que siento su muerte, tan inesperada y tan injusta. Aunque ya sabemos que la vida no es justa. Y tal vez por eso algunas gentes se eligen y dicen socialistas. Porque aspiran a una sociedad mejor, más justa, más abierta y plural y libre. Pocas personas han sido, en ese sentido, tratadas tan injustamente como Carme Chacón. Mujer, catalana y socialista. Este país nuestro de odios cainitas y envidias y murmuraciones constantes, que sí sabe enterrar bien, hoy le dedicará elogios y honras fúnebres, que desde luego llegan tarde. Hubiera sido, en mi opinión, una gran presidenta de gobierno. Y hubiera podido llegar a serlo. Y hasta creo que le hubiera ido mejor a su partido y a España si ella hubiese llegado a ese destino. Porque, pese a las muchas maldades vertidas contra ella, creo que supo ser coherente en su militancia y sus convicciones. Y de la misma forma que defendía su catalanismo y su españolidad, vivió su feminismo y su feminidad. Me gustaría recordar, en esta hora triste, su enorme capacidad de ilusionarse, su pasión por la discusión y la argumentación, sus ganas de mejorar el mundo. Y quiero conservar de ella esa sonrisa tan suya, que le iluminaba la cara, tan rotunda y completa, tan llena de vida y de ganas de vivir. Toda muerte es una pérdida irreparable, pero ésta nos priva de una mujer que todavía tenía muchas cosas que decir y muchos sueños por los que luchar. Sé que éste es un medio impropio e inadecuado para hacerlo, pero no puedo evitar enviarles un abrazo a Miguel y Miquel, los hombres de su vida, como la propia Carme decía. Y estoy seguro que ella compartiría mi deseo de que su ausencia no nos haga perder la esperanza. Ni las ganas de vivir. Y de luchar por cambiar las cosas. Por hacernos mejores.
Daniel Fernández
Artículo publicado en ElMundo