Nuestro táctico advertía que “si haces que los adversarios no sepan tus intenciones, ni el lugar y la fecha de la batalla, aprovechando los errores de los rivales y atacando cuando no están en guardia, siempre podrás vencer, haciendo que el resto deba acudir al rescate”.
Tras la oleada de ataques terroristas de tinte yihadista (según los expertos) que ha padecido recientemente la vieja Europa, y con especial recuerdo para el vil atentando de Manchester, donde la mayoría de las víctimas eran menores de edad que acudían a un concierto de una artista juvenil norteamericana, desolados, nos preguntamos si estamos indefensos ante el terrorismo global que nos acecha.
¿Realmente sabemos a qué enemigo nos enfrentamos? Sí es cierto que las policías y los servicios de información descubren el origen y filiación de los autores materiales. En este tiempo hemos aprendido el concepto de “lobo solitario” aplicado a un solo perpetrador que actúa por su cuenta y riesgo, quizá movido por una venganza personal, por un trastorno psicótico o psicotrópico, sin más vínculos.
Sin embargo, se acumulan pruebas y certezas de la connivencia de terceros, los llamados “promotores intelectuales” que ponen, desde la idea hasta el dinero para preparar y ejecutar la acción, dejando el trabajo más sucio a devotos o mártires dispuestos a inmolarse por la causa. Entonces, ¿a qué nos enfrentamos, a un país, a una cultura, a una ideología, a una religión, a estos dos últimos juntos, a todos los anteriores?
En el actual mundo global, se ha producido un flujo corriente de civilizaciones, donde se mezclan lenguas, etnias, ritos, tradiciones, con mayor o menor respeto hacia la idiosincrasia particular, aunque algunos se empeñan en su aislamiento, fruto de una interpretación fundamentalista o radical de sus postulados ideológicos y/o religiosos.
Fenómeno Transnacional
Ello nos empuja a realizar una exégesis transnacional de este fenómeno terrorista, donde ya no prima lo geográfico, sino la presunta vulneración de los infieles occidentales hacia los principios fundamentales de su fe que, a la postre, es la que condiciona y determina su credo político, como si todos los occidentales fueran responsables de las decisiones de sus líderes políticos, económicos, sociales…
Estos ataques gozan de una infraestructura, de una organización, pero son aparentemente muy baratos. No requieren de grandes desembolsos, se aprovechan incluso de información relevante de las redes sociales. Buscan espacios, ya sean abiertos o cerrados, como salas de fiesta o auditorios muy poblados, a fin de causar el mayor número posible de víctimas, indistintamente de su edad, género, etnia, poder adquisitivo, etc. Lo que se persigue es el mayor eco y difusión de su barbarie.
Encierran un carácter imprevisible, entre otras cosas porque están dispuestos a morir por su causa y sus objetivos son indefinidos, en fondo y forma, porque todos somos sus objetivos. Al contrario de lo que sucedía en otras manifestaciones terroristas, donde actuaban y huían, donde había perfiles diana y el resto eran las llamadas “víctimas colaterales”, igualmente sangrantes y dolorosas para sus familiares, pero indiferentes para sus autores.
Aquí no, aquí no se hacen distingos: kamikazes que arrollan con un camión o que se inmolan, llevándose por delante a mayores y niños; a hombres y mujeres; a ricos y a pobres; a nativos y visitantes, etc.
Captados y radicalizados
¿Cómo combatir esta clase de fenómenos que buscan la barbarie, la crueldad, el horror más espantoso? Antes, las fuerzas de seguridad se agarraban al origen y religión, cometiendo no pocas injusticias de orden xenófobo, según el color de la piel y la fe practicada. Hoy contemplamos horrorizados cómo hablamos de vecinos asimilados, de segunda generación, pero “radicalizados” tras ser captados por células yidahistas.
La inteligencia es fundamental para combatirles y, apelando de nuevo a Tzun Tzu, “debe obtenerse de personas que conozcan la situación del adversario, pues cada asunto requiere un conocimiento previo de los talentos de los servidores del enemigo, y así puedes enfrentarte a ellos según sus capacidades. El espionaje es esencial para el éxito de las operaciones tácticas”.
Solo así se podrá derrotarles, infiltrándose en sus células, anulando sus fuentes de financiación, vigilando las webs donde se forman e informan, venciendo desde dentro, porque hasta ahora su imprevisibilidad les hace indetectables.
Pero también es muy relevante la unidad de todos los defensores de la libertad, porque cualquier fisura en la cohesión interna es aprovechada por los contendientes, que están alerta y detectan esas grietas, en forma de partidos extremistas que enarbolan la xenofobia como estandarte contra el impío, sea pacífico trabajador o violento asesino. La solidaridad es nuestra mejor baza.
Juan Manuel Vidal
Artículo publicado en Nueva Revolución