El negacionismo climático de la clase política y el caso valenciano
Las crisis medioambientales aumentan por todos los lados y generan daños devastadores en los sistemas naturales con consecuencias recursivas que pueden ser terribles. Nuestro drama común como terrícolas radicalmente dependientes de los ecosistemas y la salud de la Tierra es que pueden perderse la mayoría de los refugios ambientales para grupos de especies, con o sin humanos, sin que puedan reconstituirse después de sufrir eventos ecológicos extremos. El temible cambio climático en curso refiere a una realidad socio-natural, ni social por separado ni natural por separado. Sus dimensiones físicas y biológicas de escala planetaria son complejas, están fuera del control humano y están intensamente mediadas en sus causas y consecuencias por nuestras actividades e inter-acciones físicas. El cambio climático no responde sólo a alteraciones en el clima y la atmósfera por tratarse también de la enorme carga de productos químico-tóxicos hijos de los laboratorios y la industria, de la minería, del agotamiento y simplificación de ecosistemas por debajo y por encima de los suelos, de grandes genocidios de humanos y otros seres etc., etc. El drama climático también nos enseña que las aspiraciones humanas de libertad y soberanía solo son posibles bajo las restrictivas exigencias del respeto a los ciclos bioproductivos de nuestro hogar terrestre, finito y maltrecho. Nunca, ni los antiguos ni los modernos, hemos dejado de depender de los limitados y frágiles recursos producidos por los sistemas naturales para nuestra existencia y condiciones de vida.
La naturaleza barata y abundante ha llegado a su fin a causa de la escala expansiva de la extracción de bienes materiales y naturales de todo tipo. Las reservas de la Tierra han sido drenadas, quemadas, agotadas, envenenadas, exterminadas, y de diversas formas extenuadas. El calentamiento climático nos avisa de que solo hay un horizonte posible: la crónica escasez de recursos ambientales básicos puesto que hemos rebasado numerosos límites naturales. En consecuencia nos esperan discontinuidades abruptas, tan inciertas como peligrosas: lo que viene después no será ya nunca como lo de antes. La deseable opción por la supervivencia, el disfrute de la vida y la ecojusticia para nosotros y nuestros muchos parientes terráqueos, presentes y futuros, es hacer que el caos climático sea lo más leve posible. Nuestro reto para ello es conservar y reconstituir los refugios para los humanos y los grupos de especies, animales y plantas. El reconocido biólogo E.O. Wilson en su último libro «Half-earth» nos recuerda que un primer frente de lucha contra el cambio climático es conservar y ampliar significativamente los espacios naturales protegidos.
Según las mejores informaciones científicas la concentración global de CO2 y de otros gases contaminantes vertidos a la atmósfera crece día tras día alcanzándose niveles no vistos en centenares de miles de años. Tendremos que preguntarnos si se están haciendo los cambios necesarios ante el reto de mitigar y adaptarnos con relativa flexibilidad a la elevación de temperaturas y a las pérdidas e incertidumbres que se abren para la humanidad con un clima inestable en un planeta cada vez más sobrepoblado y esquilmado. Son muchas las voces científicas que afirman que las tímidas políticas climáticas puestas en marcha hasta ahora están muy lejos de poder mitigar las consecuencias más catastróficas en las próximas décadas, aunque estos anuncios del desastre climático no alteran el alegre baile de declaraciones retóricas en defensa del medio ambiente ni el consenso productivista del crecimiento económico.
No existen diferencias destacables entre las políticas de los líderes «negacionistas» y las de los «creyentes» del cambio climático. La adhesión formal al tan «alabado» Acuerdo de Paris solo ha significado para los países firmantes unos modestos y voluntarios compromisos de reducción de CO2 al tiempo que paradójicamente sigue aumentando la escala global de las emisiones contaminantes. No es sorprendente que un acuerdo internacional tan descafeinado haya aglutinado a la casi totalidad de países y empresas dado que sus metas de reducción de emisiones no son vinculantes y no existen sanciones ante el incumplimiento de los compromisos. Aunque es muy mala noticia para nuestro hogar terrestre y nuestros parientes multidiversos la salida de Trump del Acuerdo de París, también lo es la falta de realismo y responsabilidad de nuestros gobernantes, de cualquier tinte político, para desengancharnos voluntariamente y con rapidez de la quema de los combustibles fósiles (carbón, petróleo y gas natural) y para salir del peligroso consenso del crecimiento económico y de la escala física de la economía.
El caso el Gobierno de la Generalitat Valenciana es un ejemplo de los nuevos gobernantes «del cambio» cuyas políticas reales se colocan del lado de los negacionistas climáticos a pesar de que alardean de sus compromisos climáticos, lo hacen hasta en actos públicos auspiciados por la publicidad «verde» de una de las empresas constructoras más contaminantes, como es la del proyecto Castor. En el caso valenciano se da un múltiple fracaso climático: la carencia de objetivos ambiciosos y concretos de reducción de emisiones, la inexistencia de indicadores sociales, físicos y biológicos, para la medición y evaluación de las actuaciones, la ausencia de transparencia e información abierta a la ciudadanía a pesar de tener competencias políticas en la gestión del transporte, la agricultura, los residuos, la vivienda, el comercio, la producción,… Las políticas climáticas valencianas no rebajan con fuerza las emisiones contaminantes a la atmósfera, no cumplen ni con los aguados compromisos del Acuerdo de Paris y no llegan ni de cerca a los compromisos de reducción de emisiones moralmente exigibles a un país europeo con un alto nivel de rentas y consumo de recursos ambientales de todo tipo y lugar. Es manifiesta la insolidaridad con nuestra común casa terrestre y con los pueblos del Sur que ya sufren directamente las peores consecuencias climáticas.
La Generalitat Valenciana ignora la urgente llamada de diciembre del 2015 en París para una acción ambiciosa y concertada antes del 2020 y sigue con el cosmético plan climático 2013-2020 heredado del PP. Para esta clase política gobernante el cambio climático se ha convertido en motivo para charlas y concienciación, en tema para emprender más estudios en una inacabable tarea de definir la problemática, como si fueran una ONG o un cuerpo académico-investigador. Todo parece valerles menos el ejercicio de los poderes reguladores de la ley por encima del mercado para forzar los cambios necesarios y urgentes. Desplazan así las actuaciones a un futuro siempre alejado, incierto e indeterminado desentendiéndose del presente y para ello usan lenguajes encubridores como el de la «transición» a otro modelo productivo o energético. Al tiempo, los posibles planes y programas concretos se sacan de la actual legislatura para décadas por delante, el 2030 o el 2050. Las políticas climáticas en el presente se reducen a un minimalismo errático, sectorial y marginal si se las compara con las prioridades puestas en el crecimiento económico de cualquier actividad y se endosan a alguna consejería o concejalía sin peso político, sin visibilidad pública ni financiación suficiente.
Nuestra penosa situación histórica de translimitación nos anuncia que ya hace mucho que hemos rebasado el tiempo de las medidas flojas y lo que podía haber sido una lenta transición ecológica mediante reajustes parciales (como son los propuestos por la receta ideológica del «desarrollo sostenible», algo tan optimista como contradictorio e imposible de realizarse). El colapso climático obliga a salir de las declaraciones de intenciones y la palabrería mediante leyes y regulación, con prioridades, financiación, fiscalidad y con datos e indicadores físicos, biológicos y sociales en la mano. Los cambios y las políticas han de ser transversales, locales y globales, buscando reducir y frenar los vertidos a la atmósfera de múltiples actividades que afectan a la producción, el comercio, el transporte, la vivienda y el consumo, …
La transparencia informativa brilla por su ausencia para una ciudadanía valenciana rehén de la ignorancia ambiental organizada por los gestores públicos. No se puede saber si el CO2 emitido por los coches sube o baja globalmente en la ciudad de Valencia, un pequeño «anillo ciclista» no puede sustituir las mediciones globales ni los indicadores físicos de salud ambiental en la capital o en la Comunitat Valenciana. Los datos que nos avisan de que las emisiones totales a la atmósfera siguen subiendo se ocultan e ignoran premeditadamente. La ciudadanía no puede conocer las emisiones de cada sector económico, si el sector agroalimentario sube o baja sus emisiones, si las viviendas consumen más o menos energía contaminante en todo sus procesos, si hay más o menos suelo urbano permeable o bajo un palmo de asfalto. Por muy publicitadas que sean las medidas puntuales y anecdóticas son globalmente ineficaces. No se puede culpar de la falta de actuación política a los deficits de financiación autonómica por parte del gobierno central ni a unas legalidades estatales inadecuadas. No hay excusas para la ausencia de políticas climáticas ambiciosas dentro de las competencias autonómicas valencianas fiscales, urbanísticas, agrícolas, de contratación pública, de vivienda, de residuos, de energía y de transporte. Bajo las prioridades económicas del crecimiento y la competitividad desde la Generalitat se vetan las posibles iniciativas reguladoras que puedan perjudicar o frenar actividades económicas privadas generadoras de capital o «empleo». Tampoco sirve la coartada de buscar justificaciones interesadas en expertos e informes técnicos maquillados y mutilados para avalar cualquier política que se precie.
Han pasado ya dos años de legislatura para este nuevo gobierno autonómico «progresista» y nuestros mandatarios siguen durmiendo la siesta al borde del abismo. El bien común climático sigue abandonado a su mala suerte, sin leyes ni políticas concretas. Siguiendo la estela del Acuerdo de Paris el gobierno valenciano refuerza la falsa y reconfortante creencia de que son suficientes unos simples y paulatinos ajustes tecnológicos «verdes» que no alteren las prioridades de la expansiva maquinaria extractivista del crecimiento guiado por el afán de lucro. Pero esta gran ilusión de un «win-win» entre crecimiento económico y ecología solo puede abrirse paso en el reino de la ciencia-ficción. No hay posible matrimonio feliz entre la expansión económica y la ecología climática mediante algunos retoques parciales, como son las recetas de la innovación tecnológica en ecoeficiencia, las raquíticas políticas ambientales o la «economía verde». Tampoco es medicina salvadora la educación y la lenta e indeterminable concienciación ambiental, voluntarista e individualizante. Algunas de las preguntas climáticas a nuestros mandatarios autonómicos y municipales que no han obtenido respuesta para esta legislatura pueden ser estas: ¿Se protege y aumenta significativamente el suelo valenciano ambientalmente protegido sabiendo que necesitamos conservar la mitad del planeta, tal y como nos recuerda Edward O.Wilson? ¿Se aumentan radicalmente las fuentes renovables de materiales y energía para el uso residencial? ¿Se reduce globalmente el consumo de electricidad? ¿Se aumenta marcadamente la agricultura regenerativa del suelo y se reduce globalmente la agricultura intensiva con agrotóxicos químicos que degrada los ecosistemas y la salud? ¿Se reduce sustancialmente la generación de residuos de alta entropía de todo tipo? Resulta esperpéntico el proyecto «estrella» de los gestores ambientales valencianos, todo un modelo de actuación «final de tubería» que no afecta a la espiral de la producción de basuras, tan sólo al 1-2% de los residuos generados. ¿Se aumenta sustancialmente la reutilización de los desechos?.
Este silencio administrativo valenciano es más lamentable si cabe en manos de una clase política que se autodenomina progresista y de izquierdas al tiempo que fomenta la indefensión ciudadana ante el reto más importante que afronta la humanidad. La «solución» de la educación ambiental o de la concienciación en boca de los gestores públicos, no solo significa trasladar el problema y la responsabilidad sobre los hombros individuales de la gente carente de poder y medios, significa poner por delante de la tragedia climática el muy lento e incierto cambio mental y cultural, como si acaso tuviéramos todo el tiempo del mundo para actuar. La defensa en abstracto de los valores ambientales de nuestros gobernantes es toda una cortina de humo para disimular la renuncia a hacer regulaciones legales estrictas, a las concreciones prácticas, a los datos, a los compromisos con objetivos medíbles y evaluables. Esta desidia política ante el desastre climático nos lleva a un universo esquizoide de post-verdad, en él los cantos de sirena de los máximos líderes autonómicos manifiestan su preocupación climática a la vez que apuestan con fuerza por incrementar los daños climáticos bajo las prioridades economicistas y cortoplacistas del crecimiento: más turismo de masas (especialmente nocivo en emisiones, extracciones y residuos); más subvenciones públicas y éxito competitivo para «nuestras empresas» en el comercio globalizado; más infraestructuras logísticas locales para los mercados globales, como la ampliación de la Z.A.L. del Puerto de Valencia; más alas al urbanismo y el transporte motorizado basado en el dominio aplastante del vehículo privado, los ciclos abiertos y la larga distancia, donde la bicicleta y el transporte público siguen siendo anecdóticos; luz verde a los grandes centros comerciales, … Todo parece valerles para atraer cualquier inversión dineraria, sea la que sea, climáticamente destructiva o no.
Contrariamente a estas políticas negacionistas, el objetivo central de reducir drásticamente las emisiones totales es bien opuesto a querer alargar indefinidamente nuestro modelo de vida extraterrestre, derrochador y desconectado de nuestro encarnamiento físico y biológico. Desacoplar algunos sectores de la economía del crecimiento de emisiones ambientalmente destructivas tampoco nos lleva a ninguna parte si a la vez siguen creciendo las emisiones totales, como ha ocurrido en España desde el 1990 ¡Alegrarse por el 50% de aumento del PIB y por «sólo» un aumento del 25% en las emisiones, carece de todo sentido en un contexto planetario y es suicida!. No podemos considerar «limpia» nuestra forma de vida sobredesarrollada si esta «limpieza climática» depende de una masiva «fuga de CO2» a la sombra y no contabilizada, como es la generada por la globalización de los mercados, la deslocalización de los procesos productivos y el desplazamiento de nuestras fábricas y extracciones más contaminantes a otros lugares alejados como son Asia, África y América Latina.
En suma, la acción política reguladora no se ha de centrar sólo en una pequeña parte de los contaminantes climáticos: los que proceden de la energía eléctrica que representa menos del 20% de la energía consumida. El cambio climático no puede combatirse sólo con unas placas solares (aunque tampoco se hace nada para fomentar su uso masivo). Resulta habitual encontrarnos con el engaño contable en las cifras: los cómputos de las emisiones de CO2 españolas sólo hacen referencia al 40% que provienen de algunos sectores industriales, como el energético, la industria pesada y la aviación, pero se dejan fuera de la contabilidad más del 60% de las emisiones derivadas de los «sectores difusos», como son el transporte, la vivienda, el urbanismo, los residuos y la agricultura. Esta mayoría de actividades con efectos contaminantes sobre la atmósfera son competencia directa de los gobiernos autonómicos.
La ecojusticia multiespecie y las exigencias de la sustentabilidad han de abordarse desde numerosas variables interdependientes para afrontar con relativa eficacia y márgenes de error los repetidos empobrecimientos, exterminios y extinciones actuales de la Tierra. Si optamos por cambios estructurales conscientes, voluntarios y relativamente suaves y benignos, ello exigirá un gran esfuerzo colectivo en medio de grandes tensiones y conflictos, pero también demandará esperanza y respuestas de todos los grupos y sectores de las sociedades humanas. Cada día que pasa la Tierra está más repleta de humanos y no humanos sin refugios. Tal vez mediante un intenso compromiso político, institucional y ciudadano, que incluya el luto por las pérdidas irreversibles, aunque habrá muchas más, podamos unir las fuerzas necesarias para reconstituir los refugios ecológicos y las condiciones ecosuficientes para el bienestar del conjunto de los seres humanos y el resto de la biodiversidad en una Tierra limitada y enferma.
Mara Cabrejas – David Hammerstein
Artículo publicado en su blog