Cómo pasar de magnate de McDonald’s a vegetariano asceta
A Pedro Medina le costó dos años alcanzar su sueño, y un plumazo para cargárselo: de ser la persona que introdujo McDonald’s en Colombia, dirigir 33 restaurantes de la cadena estadounidense por todo el país y vivir a todo lujo, dejó todo por dedicarse a dar charlas bajo el título Yo creo en Colombia. Cuando decimos todo, es todo. O al menos, todo lo que suele acompañar a un millonario de éxito: se mudó de su fastuoso piso de la zona noble de Bogotá a una pequeña casita en el pueblo de Choachí, de poco más de 10.000 habitantes, al sureste de la capital. Hoy, va a la plaza cada día a hacer la compra por menos de 2.000 pesos (menos de un euro al cambio), y hasta ha renunciado a un frigorífico: lo cocina todo en el día, con productos frescos.
Desde luego, todo esto (sobre todo esto último), tiene muy poco que ver con McDonald’s, gigante indiscutible mundial de comida cárnica y rápida. ¿Qué le puede provocar a una persona dar semejante giro a su vida y dejar las comodidades de la clase más alta colombiana para arrojarse a los estratos más bajos? Pues perder un tornillo. O casi. Medina había sido operado de una aneurisma y, después de abrirle la cabeza y sellársela de nuevo, los médicos dejaron un tornillo mal fijado. Eso le provocó un agudo dolor de cabeza durante un estresante viaje de negocios en avión, y lo puso a las puertas de la muerte. Una situación en la que uno suele hacer balance de su vida. Ahí se dio cuenta, el empresario, de que lo que hacía no le motivaba lo más mínimo.
Poco antes del percance, había impartido clase de estrategia a futuros administradores de empresas y economistas, en la Universidad de los Andes. Corría 1999, cinco años después de expandir MacDonad’s por su país. Colombia atravesaba una de sus mayores recesiones económicas, el narcotráfico campaba a sus anchas, las guerrillas de los paramilitares tenían a la sociedad en un vilo constante. Hace poco describía aquella escena a la cadena CNN: «Les pregunté a mis estudiantes cuántos de ellos se veían en Colombia en cinco años. Eran casi 40 y solo 12 contestaron afirmativamente. Le pregunté al resto qué era lo que pasaba, me respondieron con otra pregunta: qué razones había para quedarse en el país. No supe qué responderles».
En 2001 se propuso por fin cambiar de vida. Renunció un año después a la dirección de McDonald’s en Colombia, y tuvo la suerte de que la empresa le prolongó dos años más como consultor externo, lo que palió su aterrizaje en una vida totalmente distinta y, sobre todo, más difícil. En ese tiempo, montó una fundación, y ahora se dedica a dar charlas por todo el mundo, en las que plantea otro significado para la palabra éxito y, sobre todo, enseña a creer en Colombia, en sus valores intrínsecos, fuera de las multinacionales extranjeras que allí se implantan.
Sus declaraciones a CNN dejan claras las motivaciones de su ruptura con su vida anterior, y dan que pensar sobre lo que, en la sociedad actual, hemos decidido (o más bien, nos han impuesto) lo que significa la felicidad: «Los modelos locales son muy valiosos y hay que trabajarlos más. Ya no como carne roja, ni siquiera tomo gaseosa. Y vivo una vida muy rica, vivo una vida muy diferente en la que ya no pienso que el modelo foráneo sea lo máximo». Y remata: «Creo que hoy la palabra éxito está demasiado trillada, muchas veces implica competir con otros, mi éxito a costa de tu fracaso, pero el planeta está demasiado recalentado para seguir buscando más y más éxito, todo el tiempo. La gente me pregunta cuántas hectáreas tengo acá y cuando les digo que solo una me dice que compre más. Pero no quiero. Una es más que suficiente».
Luis M. Garcia
Artículo publicado en Ethic