Conversar con la ex-ministra de Cultura más popular de nuestro país, que puso tan alto el listón de la eficacia y la popularidad que ha sido imposible igualarla, es un canto a la vida, como bien lo demuestran las reflexiones que hace sobre la edad, la experiencia, los amores y cómo no, la política.
¿Qué tipo de vida lleva una mujer tan activa como usted?
Vengo a Madrid a citas puntuales, al teatro, a exposiciones, me gusta porque aquí tengo un grupo de amigos y amigas con los que me reúno para ponernos al día de lo que ocurre en el mundo pero, sobre todo, sobre lo que ocurre en nuestras vidas. Como estoy en el Patronato del Monte Madrid y en el del Teatro Real, eso me obliga a tener cierta presencia en lo que organizan.
¿Siente morriña de su época como política?
El compromiso político lo tengo, pero morriña no siento porque he estado suficientes años en política como para sentir que la hoja de ruta la tengo repleta, aunque nunca terminas de despegarte de la política.
¿Fue difícil el tránsito a la vida civil y universitaria?
No lo fue, porque ha sido una decisión libremente elegida. Hay un momento en el que tienes que pensar que volver a presentarte no es rentable, ni política ni socialmente porque tiene que haber una renovación, lo que no quiere decir que sea siempre de gente más joven, no, pero sí que hay que dejar paso a otras personas. Con el tiempo vas cerrando círculos. Y el mío era volver a la Universidad a integrarme en el espacio del que salí y en el que estuve mucho tiempo.
¿Cómo la acogieron sus antiguos compañeros?
De maravilla, muy bien, muy bien, son palabras de gratitud, pero palabras sinceras.
Y en esta etapa, ¿cuáles son sus prioridades?
Primero cuidarme, descansar, tener de verdad más tiempo libre y buscar el equilibrio entre el descanso, el recogimiento, y hacer lo que me piden, como presentar libros, dar conferencias, participar en mesas redondas y, por supuesto, ir al cine sin prisas. En definitiva, cultivar más la libertad.
¿Tiene la impresión de que ha dedicado mucho tiempo a lo profesional?
Y siempre deprisa y corriendo, ahora bien, tengo que decir que ha sido fundamental contar con buenos equipos, como yo he tenido. Me lo decía un ex colaborador hace unos días: a ti, Carmen, parecía que lo único que te preocupaba era estar a tiempo completo allí donde estuvieras.
¿Y era así?
Sí, también me ocurre con las amigas, si estoy con una amiga eso es lo más importante, y lo digo porque aunque he ido siempre muy deprisa, le he dedicado mucho tiempo a los afectos y a los amores.
Agustín Zaragoza, ex alumno suyo dice: los 70 no son nada. ¿Es así como se siente?
Sí, porque ya he sido joven, tú también, y no podemos vivir con la añoranza o la melancolía de otros tiempos. Y te voy a decir una cosa: a veces, cuando veo a los jóvenes me da pereza, porque aunque soy muy vitalista también reconozco que la vida exige un gran esfuerzo. Todo cuesta mucho, estudiar, sacar buenas notas, salir elegida diputada o senadora, yo ya he hecho todo eso. Decía Rita Levi-Montalcini que lo peor es tener arrugas en el cerebro.
Estoy totalmente de acuerdo.
Lo importante es saber llevar las arrugas con dignidad, si estás guapa, mejor, pero si algo hemos aprendido las mujeres de nuestra generación es que la belleza es diversa.
En «Los placeres de la edad» hace un canto a la libertad en tiempos difíciles.
Es verdad que no fueron años fáciles los que vivimos antes de la Transición porque teníamos muchas dudas sobre el camino a elegir, pero al final sabíamos lo que queríamos. Incluso aprendimos a decir lo que no queríamos hacer. En eso consiste la libertad, en decir claramente que no te identificas con determinados papeles. Por otro lado, teníamos muy claro que hay caminos que son los de la dignidad, la libertad, que queríamos recorrer procurando ser una persona con autonomía profesional y económica. No depender de nadie era fundamental.
¿Contra qué o quiénes se rebeló en su juventud?
Contra todo, primero porque teníamos muchas preguntas que hacer, en mi caso a las monjas del colegio en el que estudiaba, y ellas contestaban con vaguedades que daban lugar al por qué.
¿Las recuerda con cariño o acritud?
Les estoy muy agradecida a las esclavas del Sagrado Corazón, porque nos estimulaban a estudiar, aunque fuimos pocas las que seguimos carreras universitarias. Después, el calado de profundidad es que fuéramos buenas madres y esposas. Eso era lo fundamental…