No sin vosotras
Negarse a participar en actos de más de dos ponentes en los que no haya ninguna mujer. Es el compromiso de los más de 600 académicos que, a fecha de hoy, se han adherido a la iniciativa No sin mujeres.
Confieso que me ha sorprendido la trascendencia que ha tenido la iniciativa de estos colegas académicos (Alain Cuenca, Nacho Conde y Daniel Fuentes), mediante la que se nos pedía suscribir el compromiso público de «no participar en ningún congreso, workshop o seminario de composición exclusivamente masculina», instando igualmente «al cumplimiento de lo establecido en la Ley Orgánica 3/2007, de 22 de marzo, para la Igualdad Efectiva de Mujeres y Hombres».
Me pareció desde el principio una propuesta de todo punto racional y, en cierta medida, elemental: algo cuya reivindicación es obvia. En primer lugar, por puro sentido común, pero también por la ya suficiente evidencia sobre las ventajas de todo tipo, desde luego económicas, derivadas del aumento de la participación de la mujer, de ese cincuenta por ciento de la población cuyas capacidades son incuestionablemente necesarias para aumentar la prosperidad. Las sociedades en las que la igualdad de género está garantizada tienden a crecer más y mejor. La evidencia la han aportado hace tiempo diversas instituciones, desde el Banco Mundial al World Economic Forum, señalando efectos sobre la reducción de la pobreza, la sostenibilidad medioambiental, la innovación y la mejora de los procesos de toma de decisiones en diversos ámbitos, no solo en el seno de la academia y de las Administraciones Públicas. No oculto que esa sensibilización adquirió una dimensión singular cuando observé aquella movilización internacional del 8 de marzo liderada por las mujeres españolas, y antes, cuando en el seno de AFI, se organizaron mesas de trabajo en las que se pusieron de manifiesto esas habilidades específicas de muchas mujeres en el mundo empresarial.
Por eso, me ha sorprendido lo que acabo de leer en el New York Times del 25 de mayo. Revela que el número de mujeres directivas de las mayores compañías en Estados Unidos ha descendido en un 25% en este año. El número de mujeres dirigiendo al máximo nivel empresas comprendidas en el Fortune 500 ha aumentado al 6,4% en 2017 desde el 2,6% una década antes. Pero este año ha caído un 25%. Esa proporción parece elevada porque el número absoluto de mujeres en esas posiciones directivas es bajo.
No son solo elecciones individuales, siendo importantes, las causas de esa variación. Me ha llamado la atención una de las razones que explican esos descensos: a las mujeres se les encomienda en mayor medida que a los hombres la dirección de empresas en situaciones de declive. Es el fenómeno conocido como glass cliff. Pero, más allá de esto, la principal razón era ampliamente conocida: la reducción del número de mujeres a medida que se asciende en la asunción de mayores responsabilidades. Empiezan igual, pero van desapareciendo de los niveles de mayor capacidad decisoria. En contraste con las ofrecidas a los hombres, las promociones ofrecidas a las mujeres descienden a medida que se sube en el escalafón.
Y, siendo la compatibilidad entre maternidad y dirección de las organizaciones la razón más esgrimida, no puede pasarse por alto que los países con mayor tasa de participación de la mujer en el mercado de trabajo sean también los que tienen tasas de natalidad más elevadas. Por eso, es razonable que se insista no solo en la distribución igualitaria en la realización de las tareas del hogar y en las de la empresa, sino que, en este último caso, las condiciones de trabajo procuren la completa compatibilidad de la maternidad y el desempeño de responsabilidades de dirección equivalentes a las de los hombres. Este es el gran reto y la justificación de que la pretensión del manifiesto firmado no se limite únicamente al ámbito académico, aunque actúe como mecanismo de arrastre de los demás sectores y acelerador de la eliminación de estereotipos nada rentables.
Emilio Ontiveros
Artículo publicado en Ethic