La vuelta al mundo con una flauta
A lo largo de su trayectoria, el músico valenciano Óscar de Manuel ha encontrado varios filones. El primero, el que lo reconocía como Mejor Instrumentista Flamenco del Festival Internacional del Cante de las Minas. Consiguió llegar a la final en tres ocasiones, pero la 52ª edición fue la que supuso una reivindicación doble:la de su persona y la de un instrumento, la flauta, que por aquel entonces aún no había recibido el máximo galardón.
Inspirado en el trabajo de Juan Parrilla o Domingo Patricio y las fusiones de flamenco y jazz de Jorge Pardo, emprendió un rumbo propio para encontrar las cantidades justas con las que mezclar un sonido flamenco y un eco clásico que llamaría flamenco sinfónico.
Ya en 2012, empezó a latir en su cabeza la idea de acercar la metodología del flamenco a cualquier instrumentista a través de varios manuales. Una vez editados los tratados de pedagogía musical, promovió la creación de la Orquesta Flamenca de Flautas -una familia en la que participan desde flautas bajas, que pueden llegar a medir más de metro y medio, a flautines, el más pequeño de los instrumentos de viento-.
«Ningún manual hace al músico, pero el hábito, sí. Cualquiera que sepa leer una partitura, puede interpretar más o menos un tema de jazz. En el flamenco había muy poco material disponible. La complejidad no se encuentra en el número de semicorcheas que tiene el papel, sino en la forma de interpretarla, de darle sentido», explica el flautista de Alaquàs.
Una vez contribuido a rellenar ese vacío, se metió en otro lío monumental como era adaptar la ópera Carmen, de Bizet. En este proyecto, más que ofrecer una versión rompedora, entresacó de la partitura los pasajes más interesantes con el fin de adelgazar un libreto que dura tres horas y media -algo menos de dos en su versión- y exige una cantidad de instrumentos -80, al menos-que no es precisamente prêt-à-porter.
Tras cuatro años concentrado en la tarea de reducción de la partitura y de los textos, llegó otro encargo al que dedicaría dos años de su vida y cuyo resultado se mostró, por primera vez, el pasado noviembre en Guayaquil (Ecuador).
Si su espectáculo Lágrimas de sal se podía leer como un «homenaje a la muerte», Óscar de Manuel ha retomado el tema con Réquiem por una vida. «Cuando me puse manos a la obra, me di cuenta de que estaba cometiendo una locura. Me había metido en un mundo que no era el mío, sin un acorde flamenco en media hora de obra», reconoce.
La Orquesta Sinfónica de Guayaquil, bajo la dirección de Dante Anzolini, fue la encargada de dar vida a este homenaje musical a «su maestro en vida», «al padre» que nunca tuvo, «al provocador de mis sueños que se reinventa continuamente y al que solo deseo, que su locura, mi locura, nunca se vuelva cuerda…».
Para hacer compatibles los nuevos y los viejos retos, Óscar aprovechaba las noches de hotel de las giras, los vuelos, para seguir arreglos, cambios, practicando otras miradas para ver cosas distintas: «Hay que escribir y yo quiero ser uno de esos. Una de esas personas que de alguna manera proporcione todo lo que yo no tuve cuando empecé en el flamenco. Ojalá hubiera podido estar con un maestro».
Sergio Moreno
Artículo publicado en ElMundo