Por qué debemos escuchar de nuevo el discurso de Chaplin contra el fascismo
Las palabras de ‘El gran dictador’, pronunciadas por Chaplin, son un antídoto contra el rebrote de extremismos imperante.
«[…]No queremos odiar ni despreciar a nadie. En este mundo hay sitio para todos y la buena tierra es rica y puede alimentar a todos los seres. El camino de la vida puede ser libre y hermoso, pero lo hemos perdido. La codicia ha envenenado las armas, ha levantado barreras de odio, nos ha empujado hacia las miserias y las matanzas […]». Con este discurso terminaba Charles Chaplin El Gran Dictador. Y se convirtió en un llamamiento universal, a la altura de los de Martin Luther King o Gandhi. Pero Chaplin era tan solo un cineasta. Y ese discurso se rodó por casualidad.
Vayamos por partes. El gran dictador es, posiblemente, la obra de mayor éxito de Charles Chaplin, lo que es mucho decir de alguien que ha concebido filmes superlativos como Tiempos modernos o Candilejas. Y es, además, una de las poquísimas películas sobre Hitler , no adscritas al régimen nazi, que se rodaron al mismo tiempo que el dictador ascendía al poder. De hecho, su estreno coincidió prácticamente con la invasión de Polonia y el inicio de la Segunda Guerra Mundial.
Las coincidencias en el tiempo vienen de mucho antes. Hitler y Chaplin nacieron con solo cuatro días de diferencia, en 1889. El dictador en una pequeña localidad austriaca, y el director, en Londres. Venían de una familia de clase baja, y los dos tuvieron un padre poco empático. Si bien a ambos les unía la vocación artística desde su infancia, la historia ha dejado claro quién tenía un talento desbordante y quién carecía completamente de él.
No está confirmado, pero no pocos historiadores insinúan que Hitler se recortó el bigote para granjearse la simpatía de su entorno, consciente de su parecido físico con Chaplin. El cineasta, para entonces, ya se había movido a Hollywood y convertido en una estrella. La idea de rodar El gran dictador le vino cuando vio el documental El triunfo de la voluntad, de Leni Riefenstahl, un panegírico del movimiento nazi que se estrenó en todo el mundo en 1935, cuando el dictador llevaba ya dos años como canciller de Alemania. Retrataba la estética del Partido Nacionalsocialista con un detalle aterrador, y mostraba sin recato las maneras, voces y gestos de Hitler en sus mítines excesivos. Donde todos se estremecían, Chaplin vio un caldo de cultivo inigualable para la parodia.
El gran dictador empezó a rodarse en 1939, contra viento y marea. No contó con el apoyo de Hollywood, para el que el mercado alemán era muy importante. Reino Unido, por su parte, seguía retorciendo la diplomacia en su relación con el régimen de Hitler, y occidente centraba sus temores en la Unión Soviética dejando Alemania a su espalda. El genocidio judío ya había comenzado años antes, pero el mundo miraba hacia otro lado.
Al no encontrar apoyo financiero, Chaplin siguió adelante con su mastodóntico proyecto pagándolo de su bolsillo, a través de su productora, United Artists. La película cuenta la historia de un humilde barbero (interpretado por Chaplin) físicamente idéntico al dictador de un país ficticio (claramente inspirado en la Alemania nazi), que acaba subiendo al poder por equivocación. En ella se parodia al propio Hitler (al que, obviamente, también daba vida el propio Chaplin) y a su cohorte, donde Joseph Goebbels o el mariscal Herring, con nombres inventados pero claramente referenciales, forman parte de la parodia. Incluso aparece un tal Benzino Napaloni, un sobrentendido Mussolini.
El final de la película iba a ser otro: cuando el barbero sube al pedestal confundido con el dictador, ante su enfervorizada audiencia, anuncia que no irán a la guerra. El día del rodaje, con cientos de extras, la crudeza del régimen de Hitler ya era patente, y Chaplin estaba arrepentido de haberle dado un tratamiento frívolo y humorístico (aunque no era así en absoluto). Poco antes del «cámara, acción», se encerró en su caravana y escribió un discurso apresurado, visceral, en el que sacaba toda la congoja que llevaba dentro. Y decidió abortar la escena final prevista, y cerrar la película como Chaplin, no como el pánfilo barbero, declamando esas palabras que no solo se han vuelto universales; también son atemporales. Aunque hace ya casi un siglo que se escribieron, hoy podrían aplicarse a la situación mundial, punto por punto. A continuación, les dejamos la transcripción completa. Juzguen por sí mismos si no tiene hoy la misma capacidad que ayer para remover conciencias. Por cierto: en nuestro país, El gran dictador no se estrenó en cines hasta 1975, tras la muerte de Franco.
https://youtu.be/he26DAbk3Sw
«Pero… yo no quiero ser emperador. Ese no es mi oficio, sino ayudar a todos si fuera posible. Blancos o negros. Judíos o gentiles. Tenemos que ayudarnos los unos a los otros; los seres humanos somos así. Queremos hacer felices a los demás, no hacernos desgraciados. No queremos odiar ni despreciar a nadie. En este mundo hay sitio para todos y la buena tierra es rica y puede alimentar a todos los seres. El camino de la vida puede ser libre y hermoso, pero lo hemos perdido. La codicia ha envenenado las armas, ha levantado barreras de odio, nos ha empujado hacia las miserias y las matanzas.
Hemos progresado muy deprisa, pero nos hemos encarcelado a nosotros mismos. El maquinismo, que crea abundancia, nos deja en la necesidad. Nuestro conocimiento nos ha hecho cínicos. Nuestra inteligencia, duros y secos. Pensamos demasiado, sentimos muy poco. Más que máquinas necesitamos más humanidad. Más que inteligencia, tener bondad y dulzura. Sin estas cualidades la vida será violenta, se perderá todo. Los aviones y la radio nos hacen sentirnos más cercanos. La verdadera naturaleza de estos inventos exige bondad humana, exige la hermandad universal que nos una a todos nosotros.
Ahora mismo, mi voz llega a millones de seres en todo el mundo, millones de hombres desesperados, mujeres y niños, víctimas de un sistema que hace torturar a los hombres y encarcelar a gentes inocentes. A los que puedan oírme, les digo: no desesperéis. La desdicha que padecemos no es más que la pasajera codicia y la amargura de hombres que temen seguir el camino del progreso humano. El odio pasará y caerán los dictadores, y el poder que se le quitó al pueblo se le reintegrará al pueblo, y, así, mientras el Hombre exista, la libertad no perecerá.
Soldados:
No os entreguéis a ésos que en realidad os desprecian, os esclavizan, reglamentan vuestras vidas y os dicen qué tenéis que hacer, qué decir y qué sentir. Os barren el cerebro, os ceban, os tratan como a ganado y como carne de cañón. No os entreguéis a estos individuos inhumanos, hombres máquina, con cerebros y corazones de máquina. Vosotros no sois ganado, no sois máquinas, sois hombres. Lleváis el amor de la Humanidad en vuestros corazones, no el odio. Sólo los que no aman odian, los que nos aman y los inhumanos.
Soldados:
No luchéis por la esclavitud, sino por la libertad. En el capítulo 17 de San Lucas se lee: “El Reino de Dios no está en un hombre, ni en un grupo de hombres, sino en todos los hombres…” Vosotros los hombres tenéis el poder. El poder de crear máquinas, el poder de crear felicidad, el poder de hacer esta vida libre y hermosa y convertirla en una maravillosa aventura.
En nombre de la democracia, utilicemos ese poder actuando todos unidos. Luchemos por un mundo nuevo, digno y noble que garantice a los hombres un trabajo, a la juventud un futuro y a la vejez seguridad. Pero bajo la promesa de esas cosas, las fieras subieron al poder. Pero mintieron; nunca han cumplido sus promesas ni nunca las cumplirán. Los dictadores son libres sólo ellos, pero esclavizan al pueblo. Luchemos ahora para hacer realidad lo prometido. Todos a luchar para liberar al mundo. Para derribar barreras nacionales, para eliminar la ambición, el odio y la intolerancia. Luchemos por el mundo de la razón. Un mundo donde la ciencia, el progreso, nos conduzca a todos a la felicidad.
Soldados: en nombre de la democracia, debemos unirnos todos».
Luis Meyer
Artículo publicado en Ethic