Patrimonio y fiesta: otras fallas son (y deben ser) posibles
Un visitante extranjero se autoinvitó a participar en una conversación que teníamos dos personas acerca de las últimas Fallas. “He venido los últimos tres años. Los dos primeros estuvieron muy bien, pero este último ha sido demasiado”, dijo sin que le preguntara nadie. Se refería a los excesos derivados del botellón y el incivismo más liberticida que se produjeron sobretodo los dos primeros días en el “centro del centro histórico” de la ciudad. Este es un artículo que lejos de cuestionar las fiestas Josefinas las pretende reivindicar en su sentido más auténtico. No soy fallero, aunque en mi casa hay una persona que sí lo es, además intensamente, y lo es de una falla más que centenaria, por lo que me tocan de cerca. Nadie tiene que convencerme del incuestionable patrimonio cultural que representan y que por tanto nos toca cuidar, como el legado que representan como si se trataran de un monumento, nos guste más o menos la fiesta. Pocas celebraciones en España, pienso que ninguna, conjugan, en a penas cinco días, una cantidad tal de artes y oficios al unísono aunque su gestación se pergeña a lo largo de todo un año: dibujo, diseño, artesanía, indumentaria, música, pirotecnia…En términos wagnerianos, y valga la licencia, una suerte de Gesamtkunstwerk u obra de arte total.
Por esa razón he expresado mi lamento- e indignación- estos días por la sublimación de lo que vengo observando desde hace unos años para acá y que el otro día una persona definía en una emisora local como “una sanferminización” de la fiesta. Pienso que las fallas tal como las conocemos, por lo que son desde hace más de un siglo, no necesitan de mucho más que su propia idiosincrasia para asombrar a quienes no las conocen.Quizás, digo yo, los Sanfermines precisen de una dosis añadida de jolgorio porque, seamos claros, no son mucho más que una carrera de tres o cuatro minutos delante de los toros, lo que hace que muchos de los que allí acuden lo hagan a la búsqueda esencialmente de juerga. Percibo que a un porcentaje de visitantes, que no me atrevo a concretar en número, pero de los que sí que he notado un incremento, las fallas en su sentido más auténtico les traen directamente al pairo, y la ciudad como entorno patrimonial y cultural poco más que lo mismo. Vienen a lo que vienen. No nos hagamos trampas y no queramos ver lo que no es.
El centro histórico de la ciudad ha sido el más directo damnificado de esta orientación de la fiesta y han sido numerosos los documentos gráficos que han circulado por las redes (para muestra los más que ilustrativos vídeos que en el muro de Facebook del Circulo por la defensa y Difusión del patrimonio cultural se han colgado estos pasados días): evacuaciones de todo tipo en las paredes de un edificio patrimonio de UNESCO con toda la impunidad del mundo, así como en la fantástica fachada de la iglesia los Santos Juanes (templo que va a iniciar pronto su rehabilitación interior por iniciativa de la fundación Hortensia Herrero), sin que pareciera que hubiera una vigilancia mínima y montañas de residuos que no se habían visto antes al menos en estos entornos protegidos. Francisco Pérez Puche decía en su columna de Las Provincias que la protección de la puerta gótica de la Lonja ante el vandalismo es una derrota ciudadana. Es cierto: hay que asumir que ante el cóctel de muchedumbre y alcohol barato en forma de botellón no hay nada que se pueda hacer y es inevitable que una parte de esa masa humana se convierta en un peligro potencial para el patrimonio. Ante ello las medidas no son proteger sino evitar y prevenir. Sinceramente, ¿es necesaria para potenciar las Fallas la autorización de esa cantidad de verbenas en el centro histórico?, ¿se puede pensar en unas fiestas en las que sin dejar de existir fiesta nocturna esta sea un complemento y no una parte equiparable a lo realmente tiene peso?.
Parece un tanto irónico que durante la semana fallera nos afanemos a proteger unos monumentos efímeros y dejemos al albur de los vándalos aquellos que nos han acompañado durante siglos. No quiero pensar que nuestros gobernantes son insensibles y que no son conscientes de lo que conlleva este máximo grado de protección, pero sí que me da la sensación de que están siendo muy ingenuos a cerca del civismo ciudadano.
Cabría preguntarse si orientar la fiesta a esta clase de visitantes aporta algo verdaderamente importante o más bien comienza a ser contraproducente convirtiendo la ciudad en un espacio poco disfrutable incluso para los propios protagonistas de la fiesta, los falleros. Se hace, difícilmente paseable en algunos rincones para quienes que nos visitan con la finalidad de sumergirse en la fiesta más auténtica y cultural y el olor a azahar desaparece para dar paso a otros que no voy a describir. Seamos autocríticos: ha habido lugares y momentos en que la imagen que hemos dado de nuestra ciudad y de nuestra relación con nuestro patrimonio no es positiva.
Cierto, el día 20 la ciudad vive un particular milagro y amanece con las heridas de guerra sino curadas, casi, pero pienso que quizás se está corriendo un riesgo innecesario. El patrimonio monumental es más sensible de lo que da a entender su pétrea imagen. Hagamos de las fallas también un escaparate para poner en valor, más que nunca este patrimonio artístico. No podemos permitirnos el lujo de que a los miles de visitantes les pase desapercibido o incluso no puedan disfrutar en su majestuosidad de la puerta de la lonja porque por miedo al vandalismo la cubramos cegándola a la vista de quienes no la conocen.
Las fallas deben ser potenciadas como unas fiestas diferentes, únicas, porque lo son. ¿Porqué no romper la tendencia que llevan otras ciudades? ¿Porqué no potenciar especialmente esos días el carácter cultural de las fallas?. Se echa en falta una programación cultural paralela más potente, con alguna exposición en nuestros museos no dedicada expresamente a la fiesta pero sí que reivindicara el arte valenciano o nuestras colecciones (buena idea la de la Diputación con una muestra sobre sus fondos artísticos), o cuando menos una mejor publicidad de las colecciones permanentes de los museos de la ciudad. Una programación musical, incluso aprovechando la cantidad de músicos que hay esos días en la ciudad (algo sin parangón) un concurso de bandas o un premio a las mejores bandas que vengan esos días. Pienso que a las Fallas sólo le queda un camino que no es otro que el de la autenticidad, aunque se pierda cierto número de turistas, ganaremos en visitantes de calidad. Debemos potenciar aquello que las hace únicas y no aquello que homogeniza muchas de las fiestas de este país.
Joaquín Guzmán
Articulo publicado en Valencia Plaza