Para abordar el fenómeno de la ‘desinformación’, conviene acotarlo. ¿Qué es ‘desinformación’? Para el profesor de Periodismo de la Universidad de Navarra Ramón Salaverría, reputado investigador de sobre medios digitales, hay que distinguir entre la omisión, la inexactitud, la tergiversación y la fabricación informativa.
«Esta lista es inversamente proporcional a la intención del emisor y, por tanto, parece que el foco de lo que llamamos ‘fake news’ quizá sea más interesante en las dos últimas categorías: la tergiversación (como una interpretación sesgada, deshonesta o conscientemente selectiva de los datos) y la fabricación informativa, es decir, el engaño planificado», afirma.
Por su parte, Raúl Magallón Rosa, profesor del departamento de Periodismo y Comunicación Audiovisual de la Universidad Carlos III de Madrid y autor de ‘UnfakingNews: Cómo combatir la desinformación’ (Ediciones Pirámide, 2019) estima que bajo el paraguas semántico de ‘desinformación’ «encontramos la difusión de informaciones y contenidos falsos en redes sociales y plataformas, la recolección (a)legal de datos, la elaboración de microperfiles políticos, la utilización de plataformas y redes sociales para operaciones de influencia extranjera, la amplificación de discursos del odio o contenidos ofensivos a través de cuentas falsas o bots así como contenidos de clickbait que buscan optimizar el consumo de las redes sociales».
«Los científicos sociales llevamos mucho tiempo investigando y analizando la ‘malinformación’ (‘misinformation’), un término que me parece más acertado y que engloba muchísimas cosas; seguimos discutiendo sobre si debemos definir mejor qué es la ‘malinformación’, las ‘fake news’, qué es información inexacta y cuál la que te lleva a pensar algo de forma incorrecta…», afirma por su parte Homero Gil de Zúñiga, investigador y director del Media Innovation Lab en la Universidad de Viena.
Este experto adelanta desde el primer momento que nos metemos en terrenos pantanosos: «No es nada fácil abordar este asunto, porque no existe como tal un ‘efecto-causa’ por el cual nos manipulan, es mucho más complejo».
¿Cómo afecta?
Si bien existen claros ejemplos del efecto de la desinformación en fenómenos como la polarización política —que a la postre beneficia a las posiciones más extremistas—, la proliferación de bulos no explica por sí sola la polarización o que ésta sea determinante para un posible e inesperado vuelco electoral.
«La realidad es que cuando uno lee los estudios realizados hay poca explicación científica, creo que existe una cierta desconexión y se le está dando más voz a lo que parece que está pasando que a lo que realmente está pasando«, comenta Gil de Zúñiga. «El gran problema, en realidad, es que el efecto del fenómeno de la desinformación no se puede medir porque no existe un modelo estadístico que pueda medir con exactitud cómo funciona todo a la vez porque hay muchos efectos que suceden a la vez».
Este investigador tiene claro que las mentiras afectan, pero no está seguro de que pueda medirse: «Si alguien me pregunta si los mensajes que son ‘malinformación’ afectan a la sociedad, mi respuesta es sí; si va a afectar a un 3% o a un 7% de las personas, y si va a afectar en el sentido del voto, esto ya no vamos a poder certificarlo«.
Raúl Magallón considera que los efectos de la desinformación pueden ser «importantes en escenarios electorales donde el resultado es ajustado», aunque en un sentido desmovilizador. «Tradicionalmente se ha pensado que las campañas electorales sirven para persuadir a posibles votantes, pero en la actualidad pueden ser incluso más eficaces a la hora de disuadir a determinados perfiles de ir a votar», estima.
¿A quién afecta?
Gracias a la proliferación de redes sociales y redes de mensajería, así como a las conexiones que tenemos cada uno en esas redes, es más fácil que nunca la distribución y diseminación de ‘malinformación’ de una forma rápida. Esto, lógicamente, nos afecta a todos como ciudadanos en tanto que usuarios de estas redes.
Pero Gil de Zúñiga puntualiza: «En gran parte los propios ciudadanos somos responsables de esta difusión: es muy importante el papel que desempeñan las emociones, los afectos, en este proceso de distribución de ‘desinformación’; cuando alguien está expuesto a ‘desinformación’, su propia carga emotiva es un factor muy importante, de modo que si la persona está enfadada, esos mensajes cargados de motivación política pueden hacerle más mella».
«Es muy importante el papel que desempeñan las emociones en este proceso de distribución de ‘desinformación'»
Precisamente ésa parece la estrategia detrás de muchas campañas de desinformación política, y por eso surgió el escándalo de Cambridge Analytica: el volumen de datos que las redes sociales tienen de nosotros es tan enorme, que mediante técnicas de big data y machine learning se puede llegar a un nivel de perfilado personal mayor y más rápidamente que nunca. Y existe el riesgo de que los mensajes de ‘desinformación’ puedan ser diseñado para cada uno de nosotros. Con el agravante, además, de que pensemos que el mensaje que recibimos es el mismo que reciben los demás.
«Eso es cierto, el microtargeting existe y lleva funcionando desde hace mucho tiempo, pero no se usa tanto para enviar ‘desinformación’ sino que se usa sobre todo para exacerbar tus cualidades o tus circunstancias personales: es decir, para potenciar tu enfado si has perdido tu trabajo, o detectar factores como si no tienes mucha educación o si tiendo a discutir mucho de política», afirma Gil de Zúñiga, que añade: «De esta forma es más probable que uno esté más receptivo a la propaganda de un partido de una determinada ideología radical, puede hacer más mella, pero esto puede pasar no porque la ‘malinformación’ sea más persuasiva, sino porque el contexto personal es el que hacer que su mensaje cale».
O sea, parece que la ‘malinformación’ nos predispone para ‘comprar’ un determinado argumento o mensaje de propaganda porque nos produce un determinado estado de ánimo y, por tanto, de opinión. «Por supuesto, eso funciona así con total seguridad», asevera este investigador.
«También existen otro tipo de factores en el consumo de noticias», añade, «como la exposición selectiva que promocione de alguna manera que los ciudadanos compartan una información parcial o sesgada, que se alinea a una visión de partido». Y aquí hay algo realmente interesante que el propio Gil de Zúñiga se encarga de recordar: «Se ha demostrado que las personas comparten a veces información falsa a sabiendas de que es falsa, y en muchas ocasiones no es difícil contrastar cierto tipo de información pero bien por afinidad política, bien simplemente porque sea consistente con su ideología o creencias, deciden compartirlo».
¿Desde cuándo?
En los últimos meses se ha disparado el interés sobre la desinformación, y especialmente ahora que nos enfrentamos a dos fechas electorales de gran importancia, en un momento en el que la proliferación de partidos políticos ha sacudido el bipartidismo ‘de facto’ que ha habido en España. Pero si bien parece que el fenómeno de la ‘desinformación’ es más viejo que el hilo negro, lo nuevo quizá sea su dimensión, su escala potencial.
«Hay que recordar que cuando empezamos a escuchar fake news como expresión, durante la campaña de las presidenciales de EEUU en 2016, las primeras noticias falsas tenían un interés principalmente económico; grupos de jóvenes en los Balcanes que querían llamar la atención, generaban pseudonoticias y ‘malinformación’ con aspiraciones virales mediante clickbait y ganaban dinero por publicidad», recuerda Gil de Zúñiga. «O simplemente para pasarlo bien: mucha gente propaga ‘malinformación ‘ o historias falsas por el mero placer de hacerlo, para entretenerse».
«Por ejemplo, cuando Donald Trump habla de fake news, su definición de qué es fake news es simplemente todos aquellos mensajes críticos hacia sus políticas o contrarios a sus puntos de vista; para él, The New York Times, The Washington Posto CNN siempre van a ser fuente de fake news. Es como si un lector de ABC piensa que cualquier cosa que salga en Público es fake news. Pero es que quisiera destacar que esto no es nuevo, los mensajes de las élites políticas y líderes de opinión funcionan así desde hace años».
¿Estamos hablando demasiado de desinformación?
«Los mensajes políticos en la estrategia de los partidos han existido siempre, las publicaciones interesadas e incluso manipuladas, sesgadas, etc. De hecho, la persuasión política es un campo bastante antiguo de estudio. Lo que sucede es que ahora esto se ha sobredimensionado«, apunta el citado experto.
«La persuasión política es un campo bastante antiguo de estudio, lo que sucede es que ahora esto se ha sobredimensionado»
El caso es que no dejamos de hablar del tema. Para el profesor Magallón, parte del atractivo del fenómeno de la ‘desinformación’ «es precisamente definirlo como algo muy complejo, aunque en realidad la eficacia su estrategia sea justamente la de potenciar a posteriori el trabajo de visibilización que han hecho otros –medios y partidos políticos, principalmente- como si hubiera sido una estrategia de segmentación psicológica de extraordinaria eficacia».
De hecho, varios expertos criticaron la sobredimensión del fenómeno en EEUU, recuerda Magallón. «Adrian Chen publicaba en febrero de 2018 en The New Yorkerun artículo en el que criticaba la ‘inflación’ de la relevancia de la propaganda rusa en las elecciones estadounidenses«, apunta el profesor, y añade: «Scott Shane, en The New York Times, señaló que el registro histórico entre ambos países de las operaciones que han pretendido influir en unas elecciones es de 81 por los EEUU y 36 por la Unión Soviética o Rusia entre 1946 y 2000, aunque el conteo ruso fuera indudablemente incompleto».
¿Cómo evitarlo?
Para Gil de Zúñiga, es importante recordar que todos tenemos parte de responsabilidad en la generación y difusión de los bulos y la ‘malinformación’. «Los periodistas, por ejemplo, tenéis que hacer bien vuestro trabajo, comprobar y contrastar la información, verificar los hechos antes de publicar, pero estáis constreñidos por la falta de tiempo, de modo que echáis la culpa de vuestros fallos a otros», alerta.
También ve responsabilidad, obviamente, en los creadores de los mensajes políticos, «en la medida en que usarán mensajes que les vengan bien sean o no verídicos aunque se lancen sin una intención dañina, simplemente por generar un impacto». Por último, los propios ciudadanos hemos de entonar un mea culpa: «Gracias a las redes sociales nosotros también estamos distribuyendo información y ‘malinformación’ entre nuestros contactos, con el elemento nocivo añadido de que esos mensajes, al compartirlos en un entorno de confianza (entre familiares, amigos…), se les da más preponderancia».
Aparte de iniciativas y esfuerzos por parte de investigadores, empresas y administraciones para reforzar la vigilancia de este fenómeno, el profesor Raúl Magallón recuerda, en un plano más práctico, que «la forma más sencilla de romper con las cadenas de desinformación es que nos apuntemos el número de Maldita(655198538) y de Newtral (682589664) en nuestra agenda y les reenviemos capturas de imagen o enlaces a supuestas informaciones que nos generen dudas».
«La creación de una comunidad por parte de los fact-checkers está haciendo que a nuestros grupos de WhatsApp no sólo nos estén llegando los bulos sino que también —y cada vez con mayor frecuencia— nos lleguen los desmentidos a esos bulos que han verificado los fact-checkers«, afirma, y concluye: «El círculo se completaría enviando el número de Whatsapp de Maldita o Newtral a la persona que nos ha enviado el contenido falso para que ellos empiecen a formar parte de esa comunidad».
Pablo Romero
Artículo publicado en Público