Canto con Portugal
Vuelve el 25 de abril y, con ello, una vez más, nuestros recuerdos de la batalla de Almansa -quan el mal ve d’Almansa a tots alcança– y, más recientemente, la revolución de los claveles en Lisboa. Volver a Portugal es como pasear por la memoria. Pasear por sus calles secretas, donde, por la noche, pocos pasean, mientras la sombra del poeta, y la música lejana del fado, nos acompaña. Es, en la noche, cuando la música nos reconforta, nos da vida, hasta que aparece el día. Pessoa nos dice que el fado es la música del pueblo, una simple melodía que consuela y acaba en un sentimiento.
El fado se escucha en las intrincadas callejuelas de Vilanova de Gaia en Oporto, que conducen al Duero, o en los barrios humildes de Alfama y Alto de Lisboa, cantado con saudade, ante la desconfianza en un futuro mejor, que les hace mirar con nostalgia el pasado.
Hoy, en Portugal, ante tantos avatares económicos, nadie está seguro sobre el futuro que les espera, pero sí saben que la música del fado continúa acompañándoles y cantan a la esperanza que encuentra su expresión más vital en la solidaridad de sus gentes.
Las ideas no perdonan, advierte el primer premio Nobel de literatura en lengua portuguesa, José Saramago. O vivimos con arreglo a ellas, o ellas se rebelarán contra nosotros. Somos la lengua que hablamos, pertenecemos a esa tierra, la hablamos o acabaremos por perderla. Una lengua es el faro desde el que se divisa el mundo y el cual se observa desde la lejanía. Si la lengua portuguesa muestra inquietud por su futuro, la nuestra, el valenciano, en peligro más evidente, se encuentra en ocasiones con oídos sordos ante quienes claman por su defensa.
Con el respeto que corresponde a las diferentes variantes regionales, nuestra lengua merece el apoyo de todos quienes la estimamos, mostrando el consenso necesario para reconocer a nuestros clásicos y asegurar su pervivencia. En Portugal, el proyecto, «Un océano de cultura», a través de lecturas y músicas procedentes de ámbitos distintos, trata de aproximar realidades geográficamente distantes, como Angola o Mozambique, a través del puente de la lengua. ¿Cómo aquí, con realidades geográficas próximas algunos se obstinan en negar que la lengua sea un puente entre culturas? Así las hermosas palabras de Maria del Mar Bonet en su hermosa variante insular, canta la gent vives paraules que entenc, que tots parlam es mateix.
Alejandro Mañes
Artículo publicado en Levante