Don Juan Carlos de Borbón y Borbón, obligado a abdicar, ha sido humillado hasta tener que escribir su carta de exilio para que la Casa Real no se viera en la obligación de explicar lo que ocurre, como siempre ha hecho, por cierto. El rey, el único rey que hemos conocido la mayoría de los españoles, se va de España, donde vino desde Portugal, traído por don Francisco, con aquiescencia de su padre don Juan de Borbón.
Don Francisco que hizo matar a cientos de miles de españoles e hizo callar a todos los demás durante cuarenta años, murió tranquilamente en su cama, asistido por monseñor Bulart quien le puso los últimos sacramentos.
El rey, el único rey que, atado y bien atado por don Francisco, hemos tenido los españoles, que no elegido, desde 1975 hasta su abdicación, elefante y señoras por medio, se va de España. Hizo desatar algunos, bastantes, hilos de la soga que le habían preparado funcionarios, falangistas, burgueses y millonarios, militares y obispos. Hilos que casi ninguno de ellos deseaban desatar pues estaban muy a gusto con el tirar del hilo como en la ultima novela de Andrea Camilleri antes de morir.
Los que lo hicieron inviolable personal y como rey, han mirado para otro lado apresurándose a decir que todos somos iguales ante la ley. Tururu. Orí que te vi. Primero, no se vaya majestad. Enfréntese a un juicio con pruebas documentales y testificales, con fiscales y magistrados, sentado en un banquillo como Junqueras y los Jordis. Que su abogado llame a declarar a los presidentes del gobierno, vivos, de los últimos años y que cuenten porque no hicieron lo que debían haber hecho teniendo obligación de hacerlo. Y que el abogado de su majestad pida al presidente de la sala de justicia que deduzca testimonio y lo envia al ministerio fiscal por si hubiera delito de encubrimiento, de obstrucción a la justicia o de befa al pueblo español en quien reside la soberanía.
Y por ese orden que vaya llamando a declarar a los jefes de la Casa Real, del Cuarto Militar, a los jefes de las escoltas a los banqueros y empresarios que han fomentado los regalos, los escondites, y demás triquiñuelas de variado contenido.
Y con todos los respetos habidos y por haber, como ciudadana igual a los demás ciudadanos a la reina doña Sofia `para que aclare desde cuando sabían en la Real Casa lo que estaba pasando y porque callaron y dejaron correr las Bahamas, Suiza, los apartamentos y las demás historias que circulan por los medios que han ocultado todo a todos durante todo lo que han podido.
Y que cite a testificar a los responsables del ABC, de El Pais, de El Mundo, de El Español, de La Razón, et sic de ceteris para que con la cara dura de la libertad de información a las espaldas expliquen ante sus señorías porque se han hecho complices por silencio omisivo y obsequiso de esta situación que ha llevado a un rey de ochenta y cuatro años a dejar su casa y su país porque aquí somos todos iguales ante la ley.
Y, por supuesto, que siendo iguales todos ante la ley se cite respetuosamente al actual rey que, casualmente es hijo legítimo del que se va, para que explique coram populo et coram hominibus lo que ha ocurrido, lo que ocurre y lo que piensa que va a ocurrir y quiere evitar que ocurra.
No soy monárquico. Nunca lo he sido. Indigno me parece, no alzar la voz cuando un anciano es expulsado de su casa y de su país para que la institución monárquica trate de salvar la cara cuando llevan arrastrando entre otras cosas Noos y las historias no probadas en juicio de la que miserablemente se acusa ahora al rey. El único rey que hemos conocido los españoles desde que don Francsco murió en la cama para librarse el marques de Villaverde y de don Carlos Arias Navarro.
Haga, majestad, una borbonada: exija que se le juzgue en este país y quédese en él a vivir y a morir. Con presunción de inocencia. Y que se jodan los feos.
Alberto Revuelta
Artículo publicado en Comité René Cassin