Educar pijos con dinero público
El quejío y los quebrantos de la reacción y los capillitas se debía única y exclusivamente a la eliminación de privilegios que han hecho de la educación privada-concertada la mayor brecha de desigualdad que el dinero público ha financiado en democracia
Libertad, gritaban, mientras aporreaban los escaños, pero a lo que resonaba era a liberales llorando porque papá Estado siguiera pagándoles la educación en colegios religiosos a sus niños pijos. El quejío y los quebrantos de la reacción y los capillitas se debía única y exclusivamente a la eliminación de privilegios que han hecho de la educación privada-concertada la mayor brecha de desigualdad que el dinero público ha financiado en democracia. Lloran porque tendrán que pagar más para sus coles de calcetines largos de lana, jerseys de pico con escudo en el pecho y faldas plisadas. No hay más.
Los lloros de la carcunda nos hacen desinflar la crítica legítima a una ley cobarde en materia progresista. Las pataletas reaccionarias han impedido, una vez más, un progreso valiente. Su ruido nos está hurtando el debate desde posiciones de izquierdas frente a esta ley timorata mientras perdemos tiempo discutiendo con los que tienen que limpiarse el uniforme de lágrimas fachas.
Algo que no es novedad, porque llevan usando los mismos argumentos falsarios desde tiempos inmemoriales para asegurar los privilegios del negocio eclesiástico en la educación. No solo por su capacidad para crear castas de pijos dispuestos a todo para mantener el riego de dinero público a escuelas que segregan por sexo y clase, sino porque esa influencia se traslada a los altos puestos de representación. Bourdieu les caló y poco más hay que contar sobre la importancia de cooptar los puestos de decisión estratificando desde las guarderías para que los suyos sigan manteniendo sus privilegios.
A la burguesía derechosa le molesta profundamente pagar más por su elitismo y exclusividad. Esa es la única motivación para que pongan a sus niños con raya al lado con lacitos naranjas en su peculiar procesismo borjamari. Quieren diferenciarse de la plebe, pero cuanto más chupen de la teta pública mejor. Se quejan porque la LOMLOE asegure que se cumpla la ley, que no es más lo que hace al no permitir que las cuotas voluntarias sean obligatorias y dejen de ser una barrera de acceso para quienes no tienen recursos. Temen que se les llenen sus aulas concertadas de menores pobres y migrantes. Protestan por que este Gobierno socialcomunista garantice que el dinero público otorgado a un colegio concertado asegure que cualquier niña, independientemente de su condición social, pueda acceder a un centro que vive del erario público. Porque así empezó Venezuela.
La clase media aspiracional, cómo no, ha hecho suyos todos los argumentos y falsedades de la oligarquía de porte serrano sobre la nueva ley de educación. Al fin y al cabo aspiran a ser como ellos y les marcan el camino. Las cuotas obligatorias son su acceso a un estrato que no les corresponde por cuna y quieren ganarse en vida. Poder separar a sus niños de las hijas de sus compañeros de colegio es el camino más rápido a una exclusividad que perderán en cuanto el jefe les largue de su cargo de encargado con ínfulas.
El amor por la escuela privada-concertada goza de una transversalidad que la izquierda no ha sabido combatir, en parte porque no le interesa y da cierto pedigrí llevar a los niños al colegio Estudio o al Siglo XXI y educarles en los valores de la Institución Libre de Enseñanza sin que el resto pueda hacerlo, asegurando unas posiciones de privilegio. Lo progresista, lo republicano y lo valiente sería instaurar en la educación pública los valores del pensamiento krausista y hacer de las ideas herederas de Manuel Cossío y Francisco Giner de los Ríos, de la enseñanza realmente innovadora y con recursos al margen de gurús y merchandaising bancario, de la coeducación y sus posibilidades, el pilar sobre el que fundamentar la pedagogía española. Una escuela inclusiva, para todas.
Antonio Maestre
Artículo publicado en ElDiario.es