Lo Berlanguiano: Cómo la obra de un director explica la forma de ser de un país
La ironía, el humor negro y una cierta ternura por la miseria moral de sus personajes serían el sello del cine de Luis García Berlanga. Ahora que el adjetivo está incluido en el diccionario de la RAE, ¿qué es ‘lo berlanguiano’?
«Berlanguiano, na. 1. adj. Perteneciente o relativo a Luis García Berlanga, cineasta español, o a su obra. Estudios berlanguianos. 2. adj. Que tiene rasgos característicos de la obra de Luis García-Berlanga. Una situación berlanguiana». Es la nueva y flamante palabra del diccionario de la Real Academia Española de la Lengua, que como ustedes sabrán para las incorporaciones de nuevos términos suele ser lenta como el caballo del malo. La RAE se considera notario, no policía, así que no suma nuevas definiciones hasta que un uso está lo suficientemente instalado. Por eso con berlanguiano, entra también finde.
Pero, ¿qué significa «tener rasgos característicos de la obra de Luis García-Berlanga»? El estilo lacónico que caracteriza al RAE lo deja demasiado abierto. Para cada persona, lo berlanguiano puede ser una situación diferente, como diferentes son también las películas del difunto maestro. No es lo mismo Bienvenido Mr. Marshall que París-Tombuctú. Además, antes que se lo santificase la Academia, ya se abusaba del adjetivo.
Un país berlanguiano
Cuando, en el año 2008, el actor José Luis Borau propuso incorporar la palabra al diccionario, habló de Berlanga como alguien que «nos ha proporcionado una visión agridulce y conmovedora de nosotros mismos». Este mismo 2020, el presidente actual de la Academia de Cine, Mariano Barroso, dijo del fallecido director valenciano que «supo mostrar las grietas de nuestra sociedad con lucidez, ironía y ternura. Este reconocimiento hace oficial algo que sabíamos todos: somos un país berlanguiano».
Mucho más atrevido y concreto fue el actor Juanjo Puigcorbé en 2009. A preguntas del diario valenciano Las Provincias, definió lo berlanguiano con las siguientes palabras: «dícese de la situación coral aparentemente caótica o esperpéntica donde los caracteres muestran o ponen en evidencia su monstruosidad sin categoría moral pero de una forma vitalista». Dicho así, quizá no suena tan bien eso de que somos «un país berlanguiano», pero, ¿a quién le suenan lejanas las cuitas de los protagonistas de La vaquilla, aunque estén ambientadas hace casi 90 años, con las rivalidades del pueblo por encima de las diferencias en la Guerra Civil, la corrida de toros improvisada y las peleas con la suegra?
En Los jueves, milagro parodia los negocios alrededor de las presuntas apariciones marianas que asolarían la Península en los 50 y 60. En Todos a la cárcel se burla de la corrupción y la miseria del mundo del espectáculo retratando los manejos miserables de la gente guapa en el marco, directamente, de una prisión a la que han ido a hacerse la foto. Y en París-Tombuctú, a su manera su película más salvaje y sin cortapisas, retrata que la vida –tampoco la sexual– no se acaba con la jubilación o la vejez.
Un Berlanga berlanguiano
Luis García-Berlanga vivió la Guerra Civil como hijo de un perseguido. Su padre, José García-Berlanga, fue un político liberal durante la República, gobernador civil de Valencia. Este tuvo que huir de la ciudad durante el conflicto y, perseguido por los anarquistas, se refugió en Tánger, donde lo acabaron deteniendo y encarcelando los nacionales poco después. Para «limpiar expediente», como se decía en la época, Luis se alistó en la División Azul y combatió en la URSS junto al actor Luis Ciges o el poeta Dionisio Ridruejo.
De vuelta a España y como universitario de presunta afiliación falangista, Berlanga se formaría como joven cineasta en una España empobrecida y con una vida intelectual marcada por la censura y las ideas retrógradas del nacional-catolicismo. Desde sus dos primeras películas –Esa pareja feliz y Bienvenido Mr. Marshall–, codirigidas con Juan Antonio Bardem, aprendería a torear a los censores. Tan bien lo haría que en una de sus primeras obras maestras en solitario, El verdugo, incluso hoy uno no acaba de tener claro si estaba a favor o en contra de la pena de muerte.
La ironía, el humor negro y una cierta ternura por la miseria moral de sus personajes serían su marca de fábrica, eso que modulado en mayor o menor medida al final se ha llamado ‘berlanguiano’. Sin embargo esos sellos no son exclusivos del maestro valenciano: más bien fueron un modo de entender la vida durante el Franquismo, en un país que sobrevivía como la última dictadura de Occidente, sumido en la autarquía casi 20 años y permanentemente acomplejado.
La Codorniz, Gila, el humor de los tebeos de Bruguera –e incluso humores menos refinados que el suyo, como el de Mariano Ozores–, hablan de un país que se ríe de su propia miseria por no llorar, pero que tienen también grandes reservas de optimismo. Eso es, quizás, lo berlanguiano, o lo mejor que podemos extraer ahora de ello: las ganas de no dejar de disfrutar ni cuando peor se está pasando.
José A. Cano
Artículo publicado en Ethic