Ni una menos
En 1484, el papa Inocencio VIII publicó una bula papal que respaldaba la ‘corrección, encarcelamiento, castigo y escarmiento’ de las brujas, a las que se acusaba – entre otros crímenes – de idear y aplicar métodos anticonceptivos que ‘hacen difícil engendrar a los hombres y concebir a las mujeres’, y crear abortivos que ‘arruinan y provocan que perezca la progenie de las mujeres’. La población de Europa no se había recobrado todavía de los estragos de la Peste Negra y otros desastres; resultaba crucial que se castigara a las mujeres por estas formas nacientes de control de la natalidad.
Nuestro primer año de plaga acabó con una nota más esperanzada. El 30 de diciembre de 2020, el gobierno argentino aprobó una legislación transcendental para permitir el aborto en las primeras catorce semanas, convirtiéndose en el tercer país solamente de América Latina – con Uruguay y Guayana – en legalizar el aborto. Las activistas hicieron campaña bajo el lema ‘Ni una menos’, tomado del movimiento contra la violencia doméstica.
La situación en otros lugares es menos optimista. El partido derechista polaco Ley y Justicia está a punto de prohibir la interrupción del embarazo en casos de malformación fetal, achicando aún más las dimensiones de uno de los regímenes de aborto más draconianos de Europa, que está forzando ya a 100.000 mujeres a ir a abortar al extranjero todos los años. La semana pasada, el gobernador de Ohio firmó una ley que exige la cremación o entierro de los restos fetales, a costa de quienes deciden la interrupción del embarazo. Dos días después, una propuesta de ley iniciada por Mike Pence en su anterior papel como gobernador de Indiana convirtió en obligatorio para cualquiera que decida abortar someterse primero a una ecografía. Desde la elección de Trump en 2016, se han aprobado por centenares nuevas leyes creativas con el fin de erosionar el acceso a la interrupción del embarazo, y el número de clínicas abortivas independientes ha caído en un tercio en los EE.UU.
La oposición al aborto en los Estados Unidos se extiende bastante más allá de sus fronteras. Una de las primeras acciones de Joe Biden como presidente a finales de este mes consistirá en revocar la Regla de la Mordaza Global. Introducida por Ronald Reagan en 1984, impide que cualquier organización exterior receptora de fondos federales de los EE.UU. llegue siquiera a mencionar el aborto. Todos los presidentes demócratas desde Reagan la han revocado, todos los republicanos la han vuelto a introducir. Hay una foto infame de Trump en el Despacho Oval, rodeado por hombres blancos trajeados, firmando una versión a lo grande de esa política. Anteriormente cubría fondos para planificación familiar, pero ahora dedica todo su presupuesto de 8.800 millones de dólares a la financiación de la salud global.
Durante los últimos cuatro años, cualquier ONG exterior receptora de dinero de los EE.UU. ha tenido que certificar que no ‘llevará a cabo ni promoverá el aborto’ utilizando alguno de sus fondos, de cualquier fuente, sean norteamericanas o de otro lugar. Los proveedores de atención sanitaria en algunos de los entornos más infradotados de recursos han tenido que afrontar el abandono de la provisión, derivación u orientación sobre el aborto (incluso en países en el que es legal) o declinar la financiación norteamericana y arrostrar por tanto déficits graves como para socavar buena parte de su trabajo, incluyendo sus servicios de aborto.
No podría encontrarse un ejemplo más descarado de imperialismo moral. Esa política explota la dependencia de los países pobres de la ayuda norteamericana para imponer controles a los cuerpos de las mujeres de color del Sur Global. Su efecto estriba en devastar una colcha de retales de atención sanitaria ya inadecuada en algunas de las comunidades más pobres, y silenciar o dejar sin financiación a quienes defienden el aborto, a la vez que incentiva y financia grupos regresivos. Las cifras de aborto no decaen cuando está en funcionamiento la Regla de la Mordaza Global. Aumentan, debido a que también dejan de financiarse otras formas planificación familiar. La diferencia principal estriba en que hay más probabilidades de que los embarazos no deseados acaben en arriesgados abortos clandestinos, lo que conlleva un aumento de muertes y lesiones. No se salvan fetos, pero a las mujeres se les enseña una lección bien cara.
La presidencia de Biden marcará un respiro en esta situación neocolonial, y eso es buena cosa. Pero es también un demoledor recordatorio de dónde estamos: la autonomía corporal de millones de mujeres del Sur Global pende del trazo de la firma de un hombre blanco, y tomamos como éxito que el antojo de una obstinada superpotencia se incline del modo correcto.
Pocas garantías hay en meses venideros, pero podemos estar seguros de que la pandemia de la Covid-19 está arrojándonos a la más profunda recesión global en cien años. Nuestro lento escarbar para salir de la desaceleración lo dirigirán políticos derechistas que serán los autores de las medidas de austeridad, elegirán los chivos expiatorios y confeccionarán las leyes morales. Es dudoso que el aborto escape de su necesidad de controlar y distraer. Habrá brujas de nuevo.
Arianne Shahvisi
Artículo publicado en Sin Permiso