Madrid, Madrid, tu nombre suena a hueco
Y no es verdad. Dejo el libro que acabo de terminar de leer, Repensar España desde sus lenguas (El Viejo Topo, 2020) del profesor Ángel López García-Molins, y salgo a dar un paseo por Madrid para aprovechar una luz viva que intuye sin mala conciencia la primavera. A lo largo de la calle Fuencarral me encuentro con varios grupos de jóvenes franceses que llenan la atmósfera con una versión posmoderna de La vie en rose. Ellas son mucho más guapas que Edith Piaf.
Me quedo mirando a cinco chicas que se agrupan buscando su reflejo en un escaparate para hacerse un selfi. Libres, sin ataduras, sin una raíz que les ate a su Estado, han decidido saltarse a la torera las restricciones del gobierno francés para combatir la pandemia y hacen turismo rápido en la ciudad de las fiestas clandestinas y los apartamentos enmascarados. Me pido perdón por haber escrito la expresión «saltarse a la torera», porque no se trata de un acto que tenga que ver con el machismo, la temeridad y una casta nacional, sino con un impudor propio de la sociedad de consumo, donde el cliente siempre tienen razón y cualquier realidad está sometida al propio deseo. Las ataduras con la vida no tienen más raíz que un selfi, una imagen sin sedimento que circulará por las pantallas de los teléfonos antes de perderse para siempre.
Partidario de la diversidad cultural y la riqueza idiomática, me río de mí mismo cuando oigo en la cola de entrada a una discoteca que el francés y el español se mezclan en una ruidosa espera. No son pocos los rostros que fuman, ríen y gritan sin mascarilla. Dichosa alegría biológica. Tenemos la tendencia a negar la realidad para sentirnos libres y esa negación siempre ha sido un problema grave para la libertad. Las mejores apuestas se despeñan cuando negamos la biología, las demandas de la naturaleza, o cuando borramos las reglas artificiales que necesita una convivencia justa. Como denunció hace muchos años Pier Paolo Pasolini, esa negación propia de las sociedades de consumo puede llegar a ser más destructiva que el fascismo.
Madrid, Madrid, que bien tu nombre suena, rompeolas de todas las Españas, escribió Antonio Machado. Hace 27 años que vivo en la ciudad, he vivido sus cambios, amo su historia y su nombre, me preocupo por su futuro. Ahora, a imitación del independentismo catalán, jugamos a romper los consensos en los acuerdos territoriales.
La presidenta de la Comunidad de Madrid, con una llamativa habilidad política, se ha saltado a la torera -esta vez sí-, las reglas de la prudencia democrática para convocar elecciones anticipadas. Su propuesta política decide con inteligencia que le conviene ocultar por un momento el viejo nacionalismo tradicionalista bajo dos consignas paralelas: la madrileñofobia de España y la libertad contra el socialismo.
Para una interpretación progresista de la realidad, no creo que baste con criticar la identificación que se ha hecho entre el madrileñismo y la desaparición de impuestos. Tampoco recordar que esa desaparición de impuestos es inseparable de las degradaciones de la educación, la sanidad pública y las residencias de ancianos, dinámicas que han sometido el respeto de la vida a los negocios. Tampoco bastará ya con recordar que la lucha por la libertad en España tiene mucho más que ver con el socialismo y el comunismo que con la prehistoria política franquista de donde proceden las musas de la joven presidenta. La mayoría de la población no tiene ya recuerdos de la Guerra y la dictadura, sino de su trabajo, su vida cotidiana, su futuro…
La situación resulta difícil porque es verdad que el covid ha creado una tensión grave entre economía y salud que sólo los más irresponsables mezclan con la demagogia política. Frente a este órdago electoralista, a la hora de negar la oposición entre el socialismo democrático y la libertad convendrá tener en cuenta de alguna manera que en la coyuntura pandémica están involucrados tanto los jóvenes que salen a beber, hacen fiestas y se quitan la mascarilla, como otros jóvenes y mayores que trabajan de camareros, o tienen un bar, o necesitan la irresponsabilidad turística para mantener abierto su comercio. Los años de impudor y desamparo neoliberal han creado su propia realidad. Eso se relaciona también, y de manera muy profunda, lo que se quiere tapar, en nombre del consumo, la consigna «libertad o socialismo»: sin condiciones de vida digna e igualdad, la libertad no es más que una invitación autoritaria a la ley de más fuerte.
La fecha de la convocatoria de las elecciones es indicativa. No me parece que lo importante sea su cercanía al glorioso 2 de mayo. En realidad, se trata de un día de semana, martes, en la que la que España sin problemas podrá salir a tomar una copa, mientras que la que atiende una barra, o limpia casas, o hace cola en un ambulatorio maltratado, lo va a tener más difícil. Como yo ahora con mis cavilaciones, mientras vuelvo al reloj campesino de mi butaca lectora y me pongo a esperar la lluvia. No tengo soluciones, sino inquietudes. Sólo sé que la movilización informativa va a resultar imprescindible.
Luis García Montero
Artículo publicado en Infolibre