Preservar la identidad en la globalización
¡Libertad!, ¡libertad!, ¡libertad!, gritaban ante la sede del Partido Popular. Ese era el mensaje a los madrileños. Tenían que elegir, según la presidenta autonómica, Ayuso, entre: comunismo o libertad; socialismo o libertad; “las órdenes de Sánchez” o su estilo de vida “a la madrileña”. Al fin y al cabo, casi no habíamos salido de la campaña catalana, habíamos presenciado manifestaciones contra la “opresión y la explotación del Gobierno de España”, decían. El discurso nacionalista de Catalunya ya resultaba chocante. La región más industrializada de España gracias al proteccionismo estatal, se sentía nada menos que oprimida y explotada. Era el discurso de los independentistas. Cuando por su mismo peso en la política española, había conseguido que se asentaran allí las principales empresas del Instituto Nacional de Industria (el INI antecedente de la SEPI) de los mayores capitales extranjeros con el apoyo de los gobiernos de Franco. Si en Cataluña hacían del catalán el núcleo de su identidad, en Madrid se ha vertebrado en torno al estilo de “vida a la madrileña”, “la tabernidad”, que ha dicho alguno.
La candidata Ayuso no era especialmente brillante ni por su gobierno ni por su trayectoria política en el Partido Popular; tampoco lo era Torra, el último presidente de la Generalitat catalana; ni mucho menos lo era Donald Trump en su ámbito. Los tres, populistas, tuvieron un gran respaldo electoral que les llevó al poder, y comparten un discurso de agraviados: sea por el “gobierno de Sanchez”, por el centralismo de Madrid, o por la élite de Washington. Una defensa de la identidad: “a la madrileña”, “la lengua catalana” o “el american first”. Este esquema del discurso podría extenderse al Reino Unido de Boris Johnson, e incluso a las reivindicaciones que le van a plantear los escoceses, y los norirlandeses.
Todas las encuestas coincidían en señalar la mala gestión de la pandemia, de la sanidad, de la educación, que había hecho Isabel Ayuso; eso no ha impedido que le voten casi la mitad de los madrileños. De Torra es difícil hablar de la gestión, porque no existía: la ideología paralizaba el trabajo cotidiano. Eso lo hizo valer, Pere Aragonés, de ERC. De Trump hemos hablado demasiadas veces, y del premier británico tenemos titulares todos los días. Este es el punto flaco del populismo de derechas: la mala gestión en temas vitales como la pandemia. Ayuso supo sacarla del debate en campaña. Mónica Garcia, Mas Madrid, fue la única candidata que se refería a la gestión ordinaria de temas sociales, sanitarios o educativos. El éxito de cualquiera de los populismos lo que denota es que el problema existe. En las distintas situaciones, es común la polarización surgida por el empobrecimiento o el riesgo de empobrecimiento de las clases medias, especialmente los autónomos; también de muchos obreros activos de cualquier sector, e incluso los ya jubilados. Las victorias de Ayuso, Torra, Trump, o Johnson no habrían sido posible sin el apoyo de un amplio sector de la clase obrera.
En mi opinión, una parte de la sociedad ve amenazada su proyecto y forma de vida por la globalización, o por su ritmo vertiginoso; y busca su refugio en la identidad colectiva sea nacionalista o madrileñista, es la otra cara de la misma moneda. Transitamos desde sociedades nacionales o estatales, a un mundo global fruto del desarrollo del transporte y las comunicaciones, y el consiguiente aumento de las relaciones comerciales, científicas, financieras, personales y comunicativas entre los seres humanos de todo el globo. Estas últimas a una velocidad y frecuencia incontrolables por los gobiernos estatales o supraestatales.
Íñigo Errejón, con delicadeza, ha señalado que el PSOE -y no es el único partido- ha perdido sensibilidad con la calle. Esa es la realidad, en mi opinión, parece que tienen una especie de controladores, y no precisamente aéreos, para mantener hibernadas, incluso criogenizadas, sus bases para que no molesten, tanto en Madrid con Franco, como en Alicante ciudad.
La semana pasada decíamos (INFORMACIÓN. “La pandemia de las farmacéuticas”) que la Organización Mundial de la Salud reclamaba, “una vacunación equitativa” que permitiría “controlar la pandemia en el mundo en meses” “incluso algunos países han propuesto la suspensión temporal del sistema de patentes hasta que se alcance la inmunidad de grupo a nivel mundial”. Ahora Joe Biden, nos da una nueva sorpresa apoyando esta propuesta en vísperas de la reunión del G-7 este fin de semana. Eso es buena política. Europa tendrá que seguirlo, ¡a Ximo Puig también! . Amén.
Antonio Balibrea
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