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Un ejercicio de supervivencia en tiempo de pandemia.

Mi lectura del libro de Joaquín García Roca (Ximo), «Supervivientes: tiempo de reconstrucción» (Ed. Atrio Llibres, Valencia 2021), se ha sustanciado en una invitación a participar con el autor en un ejercicio de supervivencia, transformador del peligro de un virus mortífero en oportunidad de salud integral y de los tiempos amenazados y heridos por la pandemia en tiempos para la reconstrucción de la esperanza en el futuro.

Desde el primer momento el recorrido de sus páginas me ha provocado el recuerdo todavía vivo de mi padecimiento de la pandemia, como dejé constancia en Iglesia Viva. Pero la memoria promovida no es barata, sino costosa. Se trata de una memoria que, en palabras de Ximo, recuerda que «la pandemia aconteció en un contexto ya terminal, que no ha sido causado por ella, sino que es manifestación en directo de la condición póstuma de nuestro tiempo»; que «no hay justificación posible ni para el optimismo de quienes se creen en el camino de animales a dioses, ni para quienes niegan la densidad de la catástrofe pasando de puntillas por el sufrimiento injusto y las muertes gratuitas»; una memoria que «desconfía de quienes postulan la liberación de la enfermedad mediante la destrucción apocalíptica de todo lo conseguido, ya que ninguna normalidad se podrá construir sobre el olvido de las víctimas, y que rechaza, igualmente, cualquier intento utilitarista de sacrificar vidas por el bienestar económico de la mayoría: ya que la vida no puede ser función de nada».

Pero además mi lectura no ha sido neutral. No podía serlo. Me sé unido a Ximo por el vínculo sagrado de una amistad acrisolada. Durante cuarenta años hemos compartido preocupaciones, reflexiones y tareas en la mesa de trabajo. Pero sobre todo hemos intercambiado experiencias, sentimientos y emociones en la de los manteles y el pan.

Esta complicidad me ha permitido darme cuenta enseguida del desgarro que la pandemia había originado en su experiencia de la herida infinita que nos acompaña a todos los seres humanos. Con categorías de Josep Maria Esquirol me atrevo a decir que la pandemia le hizo improbable «el abrazo de la vida» e insoportable el «roce de la muerte» (la vulnerabilidad, que ha desvelado la pandemia es una herida histórica del ser para la vida); le hurtó definitivamente dos presencias muy queridas del «regalo del tú» (la de su amigo Toni Inglés y la de su hermano Fede) y le acrecentó «el asombro [empático] del [dolor del] mundo». En la pandemia, escribe Ximo, «ha quedado herida la vida misma, la convivencia, la razón, la política o la religión. Se trata de una terrible tragedia humana sin paliativos, de una catástrofe sin anestésicos, de una herida profunda. Para las personas que hemos visto morir a padres y hermanos, a amigos y compañeros, o simplemente han barruntado el dolor sin límites, el sufrimiento es simple y llanamente sufrimiento, la herida es una herida infinita».

Tuve la certeza de que la pandemia había impactado contundentemente en núcleo duro de las resistencias de su vulnerabilidad: la esperanza de su corazón. De Gustavo Gutiérrez han afirmado que su método teológico es su espiritualidad. De Ximo me atrevo a decir que el suyo es su esperanza. Su confianza inquebrantable en que la Promesa de Dios alojada y hecha realidad en las grietas de la historia y en el pulso de los corazones humanos hace que la realidad dé mucho más de sí en obras y signos de Reino de Dios, que lo que los ciegos «profetas de calamidades» son capaces de vislumbrar y anunciar. Este es su magisterio.

Tocado, pero no hundido, se yergue y encara el futuro para escribir: «sería doblemente mortal que de sus heridas [las producidas por la pandemia] no se pueda aprender otro modo de vivir, de convivir, de habitar en el mundo, de pensar, de gobernar o de sentir la trascendencia». Impulsado por esta convicción se pone manos a la obra de escribir el libro, como experto en «escrutar, discernir e interpretar las múltiples voces de nuestro tiempo y valorarlas a la luz de la palabra divina», como buen conocedor de los diferentes registros -culturales, económicos y políticos- en las que se expresan esos lenguajes. El resultado es un ejercicio personal de supervivencia (¡salvar la esperanza! que se debe a los muertos) y como una oferta orientadora de reconstrucción del futuro (¡salvar la esperanza! de que hay vida para los vulnerados, de que hay futuro para los que anhelan salud y justicia).

Cuando la tormenta pase, seremos supervivientes de un naufragio colectivo. Tocados, pero no hundidos; heridos por la COVID-19, pero con un futuro abierto, exploraremos rutas inéditas para salir mejores. Las puertas están entornadas y en el claroscuro asoman los monstruos de la derrota y también la esperanza hecha de memorias y de olvidos, de ausencias irremediables y aplazados encuentros. Hemos tocado la fragilidad de la nuda vida, superflua y adornada; la inconsistencia de un modo de pensar y sentir; la caducidad de sistemas políticos, económicos y religiosos. Tiempo de reconstrucción de la razón, del mundo común, de la biopolítica, y de los templos. Tiempo de regeneración de la convivencia, de la solidaridad, del cuidado, de la cooperación entre los pueblos. Tiempo para imaginar nuevos arraigos y fabulaciones. Tiempo de búsqueda de luz, aliento y abrazo.

Joaquín García Roca (Ximo) sociólogo y teólogo, buceador y vigía ha escrito, con motivo de la crisis del 2008, “Reinvención de la exclusión social en tiempos de crisis” (Cáritas, FOESSA, 2012). Y con motivo de las reformas de Francisco: “Cristianismo. Nuevos horizontes. Viejas fronteras” (Diálogo, 2016).

Nos encontramos ante una muestra más, en estado puro, de lo matricial del pensamiento “garciarrocano”. Lo que siempre más me ha llamado la atención de él no es ni su hondura y luminosidad mediterránea, ni su compromiso sin fisuras con las voces más vulnerables, con sus gritos de dolor y sus suspiros de esperanza, ni su destreza para conectar certeramente los diversos saberes. Sobre todo, admiro esa capacidad tan suya de encontrar salidas en callejones aparentemente cegados, oasis en los desiertos, caminos para el encuentro en las fronteras, procesos de paz en los conflictos, irrupción de lo nuevo en la catástrofe, señales de vida en los corredores de la muerte, tablas salvadoras en los naufragios, cotidianidades gratificantes en los exilios de la utopía, pozos de agua en el secarral y brotes verdes en el chapapote del desastre… Su impagable magisterio nos inicia en la escucha, a pesar del barullo reinante, de la leve y, a veces, breve sonoridad del rumor del aleteo Espíritu de Dios revoloteando en esta historia, incluso en tiempos de Covid-19.

El libro se organiza en tres capítulos según el esquema clásico del ver, juzgar y actuar. El primero observa los paisajes de clamores y apremios de salud, generados por la Covid: sujetos frágiles, ambientes inhabilitados, sistema fracturados, culturas afectadas y el marco de lo vulnerado. Sin desestimar los datos estadísticos, se asoma a relatos de la crisis, a las historias de vida y, a través de catas aleatorias, accede a los principales yacimientos de vida y muerte, donde se muestran el poder destructivo de la pandemia y también los deseos de salud. Muerte y vida bullen en los tres escenarios: en la construcción de la identidad personal coexisten las heridas y los deseos de salud, en el contexto social conviven el decaimiento ambiental y las energías de lazos comunitarios, y en las estructuras e instituciones que favorecen o debilitan de manera inversamente proporcional el poder destructivo del virus y las ansias de salud que se han despertado. Y descifra lo que el autor llama los monstruos de la pandemia. A través de la crítica ideológica perfora los mitos e ídolos que dificultan la observación de la crisis: la idolatría de la salud que la convierte en fetiche, la naturalización y medicalización que devora las iniciativas, la culpabilidad y victimación, el control y la militarización.

El segundo capítulo, decidir y elegir, recorre primeramente las encrucijadas de lo vulnerado con las que vamos a salir de la pandemia y que nos obligan a decidir individual y colectivamente. Estas encrucijadas se están presentando torpemente como oposiciones irreductibles: libertad frente a seguridad, cohesión frente a cambio, memoria frente a olvido, salud frente a economía. Se presentan incompatibles realidades que no lo son en  absoluto. No se puede combatir estas oposiciones con otras oposiciones igualmente reductoras, sino cuestionado la mentalidad que subyace. El saneamiento de este antagonismo asimétrico le lleva a revisar la mirada con la que afrontamos la realidad pandémica, y a confrontar los marcos cognitivo y afectivos con los relatos y categorías de análisis. No se trata sólo de un ejercicio filosófico sino de una crítica ideológica ya que mentalidades asentadas sobre las contraposiciones asimétricas solo generan sociedades enfrentadas e inquisitoriales, encaradas al exterminio del otro, del diferente, sea su identidad ideológica, étnica o religiosa.

A continuación dedica parte central del libro a la exploración de los caminos para la regeneración: la reconstrucción de la nuda vida, tras la experiencia de haberse quedado, sin adornos ni camuflajes, en situación de experimentar la anatomía esencial y básica de la vida simple y llanamente como supervivencia; la asunción empática de la humanidad común y compartido no solo a través del tráfico  las mercancías sino del compartir peligros y amenazas; el reconocimiento de la razón plural para saldar cuentas con la reducción científica de la razón; la recuperación del rostro pastoral del Estado que cuida y procura («la biopolítica»); y la purificación de la religión, vulnerada en todas sus expresiones, leyes, templos, creencias y forma de percibir a Dios en situaciones de catástrofe.

El capítulo tercero propone despertar los potenciales para la salida que habitan en la vida cotidiana que no está todavía colonizada: la memoria que resulta peligrosa, la imaginación creadora que inventa el futuro, la pasión comunitaria que recrea la convivencia más allá de la casa y del jardín, el potencial de bondad que no se rinde ante los egoísmos suicidas y las provisiones de esperanza como cortafuegos en un mundo en llamas.

Es tiempo de actuar y no, de lamentarse. Tiempo de acción necesaria y de las buenas prácticas, que nacerá de refundar la relación de ayuda, como un continuum que va desde la acogida a la inclusión, desde el acompañamiento a la defensa de lo débil. Tiempo nuevo necesitado de la recreación de la cooperación entre los pueblos, abandonando relaciones asimétricas y dependientes; y de la emergencia de la sociedad de cuidados («la cuidadanía»), que asoma tras los descalabros de la pandemia y los descuidos de las relaciones afectivas y ecológicas.

Este ejercicio de supervivencia de Ximo es toda una invitación para su puesta en práctica en la construcción de la realidad postpandémica. El libro nos invita a ser un «resto» portador de una promesa y anticipador de su futuro; nos convoca a la comunidad de mujeres y hombres «soñadores y amadores» (Gioconda Belli) o «poetas sociales» (papa Francisco). La lectura del libro provoca vivir con mayor sobriedad y profundidad todas nuestras vidas humanas. Es en esa profundidad y no en el consumismo, donde late lo mejor de nosotros mismos: brazos abiertos para abrazar al otro, atención máxima para poner, de manera diferenciada, cuidado y bondad en todos los contextos humanos y saber aportar esperanza a pesar de todo. El libro nos llama a confirmar, tras la Covid-19, aquello que motivó a Albert Camus la escritura de «La Peste»: «que hay en los hombres más cosas dignas de admiración que de desprecio».

Así sea.

Javier Vitoria Cormenzana

Nota: El libro se puede conseguir en Librería Tirant lo Blanc,
en las Paulinas y en Octubre Centre de Cultura Contemporánea y
Amanecer Solidario

 

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