Dentro de la mente de Putin
Michel Eltchaninoff, experto en el pensamiento del líder ruso, le tilda de “enfermo ideológico”
-¿Putin está loco?
La duda salta a bocajarro. Y no es casual. Hay hechos. Según Vladímir Putin, la matanza de civiles de Bucha es un “fake”. ¿Y su campaña militar en Ucrania? “Noble”. La realidad no parece la misma para todos. La visión del mundo dista de ser una. La que está en la mente del presidente ruso quizá sea única.
Pero para nada loca.
Así lo desliza Michel Eltchaninoff (París, 1969), redactor jefe de la revista parisina Philosophie Magazine, doctor en filosofía, profesor y experto en filosofía e historia rusas. Él lo indica tras retomar su (premiado) trabajo del 2015 En la cabeza de Putin. Y actualizarlo.
Entonces la excusa fue la anexión de Crimea. Hoy toca volver a diagnosticarlo. Ucrania obliga. Y avisa en conversación con La Vanguardia: “Putin piensa como el hombre que fue hasta los 40 años, hasta colapsar la Unión Soviética. Es un homo sovieticus. Su corazón todavía pertenece a un gran Estado plurinacional e imperial, en conflicto con EE.UU. y Europa, depositario de la memoria de la victoria contra el nazismo; uno que hace de menos a los países menores y que cree sobre todo en las relaciones de fuerza”.
En otras ocasiones le ha tildado de “enfermo ideológico”. Los síntomas son varios. Y hoy hablan ucraniano.
“Desde hace unas semanas, desde la invasión de Ucrania, todo ha sucedido como si se hubiera encerrado en esa visión alternativa y fantasiosa del mundo en la que Rusia combate a los nazis apoyados por fuerzas extranjeras. Sus discursos se tornan más obsesivos y en ellos confluyen motivos ideológicos que él mismo se preocupó tiempo atrás por apartar. Se ha coagulado en su espíritu algo así como que es el momento para la gran venganza contra Occidente. Puede que no esté loco, pero su pensamiento, se ha vuelto más fanático”, explica Eltchaninoff.
La clave, según él, está en su mundo interior. En su mente. En sus ideas. En su fondo. Mucho más de lo que expresa en público, que cada vez es más y más pero que siempre es poco.
Y aquí los detalles importan. Porque “la humillación es un motivo central en la visión del mundo del presidente ruso”.
En una biografía autorizada Putin citaba –la humillación de– vivir de niño en un barrio humilde y difícil de San Petersburgo, entonces Leningrado, “persiguiendo ratas”. En él “debía ser fuerte”. O aparentarlo.
De joven, como agente de rango medio de la temida KGB, del servicio secreto soviético en Dresde, Alemania del Este, vivió en primerísima línea la caída del bloque socialista y la reunificación (otra humillación).
Y hay más, por ejemplo porque su creencia en los órganos más sólidos y eficaces del Estado le vienen de lejos. Su abuelo paterno, Spiridon Putin, conoció de cerca el poder total del Kremlin como cocinero para Lenin y Stalin. Vladímir Spiridonóvich Putin, su padre, fue oficial de la policía secreta, el NKVD, frente a los nazis y luego obrero en una fábrica de armamento.
Así, al llegar a la política, al poder, la propaganda oficial durante años se centró en mostrarle como un líder apegado a la fuerza, macho, con el judo por filosofía-guía. Es la imagen de Putin a pecho descubierto a lomos de un caballo. Y cazando también a pecho descubierto y rifle en mano. O sumergiéndose sin pestañear en aguas heladas para cumplir un rito religioso.
“Es cierto. Él ha afirmado que el judo, fundado sobre la observación del oponente y el arte de aprovechar sus debilidades, ha sido su primera filosofía. Su práctica le ayudó a entrenarse y ser más reflexivo. Pero con los años, durante su mandato, quiso cada vez más mostrarse como un presidente-ideólogo”, explica el autor francés. Es más, “desde hace varios años”, cita, “se considera un historiador profesional. Busca documentos de archivo y escribe largos artículos; en definitiva, tiene fuertes pretensiones intelectuales.”
Y lo que concluye lo expresó el día de la anexión de Crimea en marzo del 2014, así:
-“La política de contención de Rusia, que siguió en los siglos XVIII, XIX y XX, sigue hoy. Siempre tratan de arrinconarnos porque tenemos una posición independiente, porque la defendemos, porque llamamos a las cosas por su nombre y no jugamos a hipocresías. Pero hay límites”.
Traducción: tiene la voluntad de salvar a Rusia de una agresión extranjera perpetua; esta es la esencia de su visión, según este especialista. Si bien para llegar a ella Putin, que nunca se ha descubierto como un intelectual, cite a otros. A Iván Ilyín, ferviente antibolchevique del siglo XX. O a Konstantin Leontyev, pensador conservador y antieuropeo.
Ilyín, de hecho, planteó una Rusia poscomunista dirigida por un guía, un hombre fuerte muy diferente de los representantes democráticos de estilo occidental (y también vio en la toma de Ucrania la gran apuesta de la historia futura).
Suena mucho al presente.
Pero el presidente ruso “especialmente tiene afecto por un historiador y etnólogo del siglo XX, Lev Gumiliov”, confía Eltchaninoff. Y según este, “cada pueblo tiene una fuerza vital específica, una energía biocósmica extraída de los minerales, los seres vivos y la actividad del sol, que él llama pasión y que Putin suscribe”. Así:
“Creo en esta teoría de la pasión. En la naturaleza como en la sociedad hay un desarrollo, apogeo y debilitamiento. Rusia aún no ha alcanzado su apogeo. Estamos en marcha, en marcha por el desarrollo” relató el presidente ruso en febrero del 2021. Está convencido. Incluso hasta añadir: “Tenemos un código genético infinito”.
Casi todos en los que se inspira Putin son especialistas en Hegel, continúa el francés, y para este filósofo, el Estado es anterior a un sistema de derecho formal pues obedece a una racionalidad histórica. A su vez, aunque casi siempre elige personalidades, o citas, que expresan oposición a Occidente y glorifican la confrontación con él.
Es así que a diferencia de una Europa Occidental en plena decadencia, aplastada bajo el peso de su vieja civilización y su liberalismo político, y de un EE.UU. sumido en el espíritu de cálculo y afán de dominación material, Rusia estaría en pleno ascenso civilizacional. Consecuencia: Rusia merece un lugar destacado entre las naciones.
Putin, por lo tanto, sería aquí racional. (Aunque como señala el intelectual francés Edgar Morin en Lecciones de un siglo de vida, “cualquier teoría racional tiende a encerrarse y convertirse en dogma cuando ignora datos que la invalidan y rechaza sin examinar los argumentos adversos (…) [A la par,] La razón también implica el riesgo de la racionalización, que es una construcción lógica pero a partir de premisas falsas”.)
“Putin considera que su misión histórica es la de restaurar la grandeza de un Estado desaparecido”, añade Eltchaninoff. “Llegó a la presidencia en el 2000 pretendiendo librar a su país de la ideología que había agotado a la sociedad en el período soviético pero poco a poco reconstituyó una ideología hecha de nostalgia soviética, antioccidentalismo, conservadurismo y eurasismo”.
De ahí también sus respetos al opositor soviético Alexander Solzhenitsin, quien trató en el lejano 1978 en la Universidad de Harvard sobre una pretendida superioridad eslava y del “alma rusa”.
“Vladímir Putin ha creado un mosaico ideológico pero al que él añade el elemento religioso incluso mesiánico según el cual Rusia no habría olvidado sus raíces cristianas y tendría un papel salvador en la historia del mundo”, concreta el francés. El apoyo del patriarca ortodoxo de Moscú Kiril I a la guerra incide en ello.
Algunos lo resumen tildándole de “fascista cristiano”. En general se le reconoce nacionalista, religioso, conservador, adscrito a un neosovietismo –reducido a sus políticas más represivas de seguridad– que eso sí, desde el año 2000 hasta hoy ha pasado de ser considerado liberal a autocrático.
-¿Y hoy puede volver a cambiar?, se le cuestiona a Eltchaninoff.
Responde claro: “Putin no era un liberal sincero. Se dejó arrastrar por el ambiente de la época, a principios de la década de 1990, en nombre de su carrera y su enriquecimiento personal en el ayuntamiento de San Petersburgo dirigido por el demócrata Sobchak. A inicios de la década de 2000, todavía finge; quiere encantar a sus colegas occidentales. Pero desde mediados de la década del 2000 ya se convierte en su enemigo.”
Putin ha estado en el poder desde el 2000 y puede permanecer hasta el 2036. Su reinado sería menor al de Iván el Terrible (50 años) o Pedro el Grande (42 años), “su modelo”. Pero puede ser mayor que el de Catalina la Grande (34 años) y el de todos los líderes soviéticos (Stalin reinó casi 31 años).
Un tiempo “que utiliza para diseñar una política que se da el lujo de ser impredecible y consistente”, concluye Eltchaninoff. “Impredecible porque el Kremlin destina todos los medios, legales e ilegales, para atacar a sus adversarios: injerencia en las elecciones de países extranjeros, asesinatos, desestabilización, por no hablar de sus discursos. Coherente porque está en línea con la ideología basada en la humillación y la venganza puesta en práctica desde hace años por Putin. Aunque termine arruinando a Rusia Putin tan solo tiene una obsesión: marcar en letras imborrables la historia de su país”.
Alexis Rodriguez Rata
Publicado en La Vanguardia