«Es una norma arcaica y malvada»
La filósofa Amelia Valcárcel (Madrid, 1950) tiene un buen catarrazo, toda una carrera académica como intelectual orgánica del PSOE, y un cabreo notable. No por el catarro, sino porque ve a su partido abandonar el feminismo clásico para coquetear, Ley Trans mediante, con lo queer, el sexo fluido y los «delirios». Aunque esta mañana el globo se le atenúa porque, después de que EL MUNDO publicara que cuatro sociedades científicas repudian la ley impulsada por Irene Montero, los socialistas se han aliado con el PP para detener su tramitación.
Pregunta.– ¿Por qué había que tramitar esta ley tan rápido?
Respuesta.– Porque le favorece el desconocimiento. Cuanto más tiempo pasa más se hace la luz sobre lo que esta ley lleva dentro, que es gravísimo. Es una de las leyes más peligrosas que se han llevado al Parlamento por su contenido, sumamente peligroso para las criaturas, para las mujeres y para toda la sociedad. A la infancia la ataca en sus cuerpos, a las mujeres en sus derechos y quiere destruir la clave de bóveda de la sociedad abierta, que es la libertad de expresión.
P.– ¿Cómo prohíbe debates?
R.– Yo llevo en el Consejo de Estado 16 años. Es la primera vez que he visto que una ley que afectando directamente a varias leyes orgánicas, a preceptos constitucionales básicos, e incluso a la forma misma del Estado, puesto que puede acabar comprometiendo a la monarquía, no pasa por el Pleno. Y esto lo hace la presidenta del propio Consejo. Y el día que esa ley va a pasar por la Comisión Permanente, que es lo que la presidenta del Consejo ha decidido, a las siete de la mañana la ministra Irene Montero saca un tuit alegrándose del resultado antes de que la reunión se haya producido… ¿Se da cuenta de la gravedad? Una ministra del Gobierno, dos horas antes de que se produzca una reunión…
P.– Lo tuitea.
R.– Y después, cuando la misma ministra da una especie de conferencia de prensa, donde porta una camiseta que reza ‘Mariliendres’, lo que explica la mucha seriedad con que se toma tanto las leyes, a sí misma, como su responsabilidad, y le agradece de todo corazón a la misma presidenta su mucha ayuda en este asunto, pues yo ya tengo poco que decir.
P.– ¿Qué hace esta ley con la legislación en igualdad por la que tanto se ha peleado?
R.– Esa ley ataca a la libertad de expresión, clave de bóveda de la democracia. Dice además que se cometen delitos de opinión. Las sociedades abiertas necesitan libertad de expresión. ¿Cómo puede ser que una señora que es psicóloga, en Andalucía, haya estado denunciada bajo una de estas leyes autonómicas, con una multa que podía llegar a 120.000 euros y la inhabilitación, por opinar? Si esta ley saliera adelante, bastará que usted o yo llamemos varón a alguien que dice ser mujer para cometer un delito. Pero las mismas personas que avalan esta insensatez, dicen que encuentran totalmente natural someter a bisturí y hormonación a niños y adolescentes. Esto es un cóctel insano, tenemos que resistirnos con uñas y dientes.
P.– ¿Es un retroceso el debate entre sexo y género?
R.– Todos los mamíferos son sexuados. La mitad suelen ser machos, y la mitad hembras. Es la biología. Luego, en la especie humana, la manera en que cada cultura de las 650 existentes ha modelado esto de ser hombre o mujer admite variaciones. Y a eso lo llamamos género. Es una construcción. Esas atribuciones tienen algo de casual. Se construyen. Ahora está nuestra sociedad, una civilización feminista, donde estos y otros rasgos quedan sin atribución. ¿No pueden ser las mujeres médicas? ¿Por qué?
P.– ¿Pero por qué no podemos cambiar todos de sexo?
R.– Lo que no se puede decir es que el sexo se asigna, eso es un sinsentido. Hay gente que no ha bajado en su vida a una sala de partos. Nacemos sexuados. El sexo es clarísimo, excepto en uno de 400.000 casos, en que necesita ser atribuido. Y ahí es la medicina la que ha sido autorizada, por buenas razones, para realizar tal atribución. En todo este discurso queer, la gente admite la música, porque le suena bien, a la libertad en la elección amorosa. Al discurso que permitió por ejemplo normalizar la homosexualidad. Pero la letra no tiene nada que ver. Es terrible, arcaica, malvada, es la tremenda canción de los estereotipos, la de las esencias, la de las almas y los cuerpos. Y esa ya no es la letra que exige el mundo actual. No hay que darles opción de que sigan infectando el paisaje intelectual. Si se limitaran a decir tonterías… que corra el show… Pero no. Dicen tonterías para proponer cosas terribles.
P.– ¿Esta reivindicación del género es entonces una trampa para las igualdades?
R.– Es un cuento contado por un idiota, y un cuento que acaba mal.
R.– La veo muy vehemente.
P.– Es que son tres años ya en este muro de insensateces, y afecta. Yo conozco este asunto de modo intelectual, se me ocurre en unas jornadas tratarlo y se me viene encima un inimaginable tsunami de odio. Estas personas sistemáticamente hablan de odio, lo invocan el delito de odio para cualquiera que manifiesta sencillamente una opinión. A una le da por pensar que lo que rebosa el corazón sale por la boca.
R.– Psiquiatras críticos con la ley hablan de crisis del yo, de la sociedad de la gratificación instantánea.
R.– Yo no me pondría tan filosófica. No atribuyas a la maldad lo que puede ser estupidez. Lo que no podemos tolerar es que, para que cuatro personas de dudosa integridad moral conserven su puestecito no podemos poner en riesgo a las personas que más amamos, que son nuestras hijas e hijos, ni ponernos a experimentar con ellos. Ni menos consentir en que los delirios se posesionen de la racionalidad común que es la ley.
Quico Alsedo
Publicado en El Mundo