Adela Cortina «Más vale pensar en el sentido de la vida que en prolongarla eternamente»
/ por Bruno Pardo Porto
Hace tres décadas lanzó al ruedo el término aporofobia (rechazo a los pobres), y durante la pandemia volvió a la carga con la gerontofobia. Dice que discriminar por motivos de edad es una barbaridad. También que la tercera edad es una mina de oro. Y que la inmortalidad es un engaño del transhumanismo para ganar dinero. Ella nos explica los misterios del tiempo
Adela Cortina (Valencia, 1947) no le gustan las fotos, pero después de una hora de conversación dice: «Yo soy mucho más joven que mi abuela a su edad, es que no hay color». La edad, insiste, cambia con las épocas. Ella ha sido catedrática de Ética y ahora preside la Fundación Etnor. En los noventa popularizó el término aporofobia, es decir, el rechazo a los pobres, un término que acabó entrando en el Diccionario de la RAE. Durante la pandemia lanzó al debate público otro neologismo, la gerontofobia, porque sentía que estábamos haciendo lo mismo con los ancianos. No cree en la eternidad, pero sí en el sentido de la vida.
Pregunta. La ONU defiende que la tercera edad empieza a los 60 años, pero hay quien sostiene que el límite lo marca la jubilación, esto es, los 65 años, por ahora. ¿Cuándo entramos en la ancianidad?
Respuesta. Es una pregunta muy difícil de contestar, porque cambia con la época. Hasta los setenta, por ejemplo, no se hablaba de la tercera edad, solo de la vejez. Y fue una muy buena noticia, porque fue una forma de decir que las gentes podían estar oficialmente jubiladas y sin embargo estar maravillosamente bien para desarrollar todo tipo de actividades vitales. Al final lo importante siempre es la edad personal. Y la edad personal se compone de la edad cronológica, de la edad biológica y de la edad social. Hay personas que a los 60 años están perfectamente bien. Hay personas que a los 40 años están realmente destrozadas. Hay personas que a los 20 años se suicidan. Y hay personas que a los 80 años empiezan a aprender a patinar, como hizo Tolstoi. Se suele afirmar que el gran cambio se produce en la edad de jubilación, y se entiende que ahí empieza de alguna manera la vejez. Pero yo creo que la vejez no se puede determinar en ningún momento. Que depende de cada uno.
P. La sociedad cada vez está más envejecida, pero a la vez los ancianos son más jóvenes que nunca, y pueden llevar una vida activa 15 o 20 años después de la jubilación. O incluso más.
R. Es que las sociedades no envejecen. Lo que ocurre es que cada vez se prolonga más la vida, somos más longevos. Y hay que hacer una distinción entre longevidad y envejecimiento. Si ahora comparamos la edad que tenía mi abuela, su aspecto cuando tenía mi edad con el mío… no hay color. Yo soy mucho más joven que mi abuela a mi edad. Y esto es general.
P. En ‘Ética cosmopolita’ defiende la ancianidad como una edad productiva y rentable para la economía.
R. Hace algún tiempo, no tantos años, una persona de 65 parecía que ya tenía que prepararse para morir y nada más. Sin embargo, ahora… ¿De qué vive el turismo? De las gentes, que precisamente porque no tienen otras obligaciones vitales, pueden dedicarse a viajar. ¿Y de qué viven las industrias farmacéuticas? De las personas mayores que tienen una buena calidad de vida pero que necesitan medicarse. Cada vez el oído funciona peor, y nos ponemos audífonos. Cada vez la dentadura la tenemos más estropeada, así que vamos al dentista y nos ponen implantes. Todo esto es una industria de muchísimo dinero.
P. El transhumanismo trata la vejez como una enfermedad, y defiende que en algún momento podremos alcanzar la inmortalidad.
R. Eso es una barbaridad, es una barbarie. Y además encima es una tontería. La vejez es un proceso lógico y normal. Hay personas que van perdiendo facultades antes, otras que las pierden después, pero eso es un proceso de deterioro que acaba con la muerte, algo biológico y normal. Las enfermedades son otra cosa, son afecciones que podrían haberse evitado porque no pertenecen a un proceso normal. Los transhumanistas están prometiendo lo que no pueden prometer, porque con eso consiguen que les paguen unas inversiones tremendas para sus investigaciones… Lograr la eterna juventud y vencer a la muerte es un mito que está en todas las culturas. Es un sueño antiguo.
P. ¿A usted le gustaría ser eterna?
R. Yo no tengo ilusión en vivir doscientos años. Una de las cosas más dolorosas que pueden pasarle a uno es lo que decía Unamuno: que se te van muriendo las gentes con las que has hecho la vida. Y si la gente se te va muriendo y no los tienes a tu lado, ¿para qué durar tantos años? Más vale tener una vida razonable y tenerla muy llena. Vamos a ver si nos organizamos bien nuestra vida de tal manera que le encontremos un sentido y que le saquemos todo el fruto que podamos. Más vale pensar en eso que en prolongar la vida eternamente.
P. ¿Cómo se llena una vida larga?
R. De la misma manera que hay estudiantes debería haber felicitantes, que es una palabra que a mí me gusta mucho, pero no está en el Diccionario de la RAE. Hay actividades que son felicitantes y que llenan la vida, y son las que decía Aristóteles: las que valen por sí mismas, las que tienen que ver con la belleza, con la educación, con el estudio, pero también con la solidaridad y con el vivir conjuntamente la vida. Eso es para lo que nos hemos de preparar, no para durar mucho.
P. Otra palabra que no está en el diccionario, pero que usted ha popularizado, es gerontofobia. ¿Cuándo empezó a pensar en la fobia a los mayores?
R. Empecé a percibir el tema sobre todo a raíz del covid. En la televisión se decía que habían muerto miles de personas, pero que tenían más de 80 años, y el que oía respiraba aliviado. Eran personas que contaban menos… Ese tipo de discriminación existe, ese desprecio, ese rechazo. Y eso, evidentemente, es un atentado contra la dignidad humana, porque todos somos iguales en dignidad. La gerontofobia se tradujo en que se defendió que no se podía llevar a determinadas personas a los hospitales, y esto se hizo por razón de edad, algo que desde el punto de vista de la bioética es atroz.
P. ¿Cuál era la alternativa?
R. La edad no puede ser un criterio, hay que investigar cada caso y ver si esa persona tiene posibilidades de sobrevivir o no. Tiene que ser algo individual. Nunca puede ser un criterio en que toma un colectivo y se le rechaza en su conjunto.
P. Otro tema que puso de relieve la pandemia fue el de las residencias de ancianos, que no estuvieron a la altura de la situación.
R. Lo que hay que hacer es plantearse en serio estos asuntos, ir viendo punto a punto lo que necesitan las personas y qué se les puede ofrecer. Y se está haciendo una gran cantidad de estudios en este sentido. La gente, en primer lugar, suele preferir vivir en su domicilio y no ir a una residencia. Por eso hay que organizar bien los servicios de atención domiciliaria. Por otra parte, necesitamos crear residencias, esto nos lo ha enseñado la pandemia. Residencias que no solo sean privadas, sino también públicas, y que además no solo sean grandes residencias, sino también pequeñas residencias de proximidad, para facilitar las visitas de los familiares.
P. Después de la pandemia, en España aprobamos la eutanasia, aunque no se produjo un verdadero debate profundo sobre este asunto…
R. En España, y esto es una verdadera maldición, todos los grandes problemas y las grandes cuestiones estén partidizadas. No politizadas, no, partidizadas. Que las gentes, ante temas como la eutanasia, se posicionen según los partidos políticos, de tal manera que si una persona dice que está de acuerdo con la eutanasia o en contra ya te parece que se está poniendo del lado de la izquierda o de la derecha.
P. ¿Y usted qué piensa?
R. Todo el mundo desea morir en paz. Todos, todos. Nadie dice que le gustaría morir entre estertores y con dolores tremendos.
Bruno Pardo Porto
Publicado en el boletín de la Fundación Étnor
diciembre 5th, 2022 at 8:24 am
Totalmente de acuerdo con lo que dice Adela Cortina; como siempre realista pero esperanzada. Hay que educarnos en actividades Felicitantes, y más aun lo que hacemos cada día convertirlo en «actividad felicitante», así se evita la rutina que es lo que mata a las personas.