No puedo dejar de pensar en ellas
Segundo día del nuevo año, un ciclo en el que hemos depositado todas las esperanzas, cruzando los dedos, deseando que desaparezcan los tiempos convulsos que habitamos, conjurando un hermoso futuro cercano, construyendo sueños para que la dicha del tránsito entre dos años sea favorable.
Las montañas de Els Ports respiran primavera en pleno invierno, florecen frutos a su suerte, con el riesgo de desaparecer bajo el manto de la escarcha y las heladas. Hay flores de abril y mayo que han explosionado sus colores, llenando los balcones de infinitas tonalidades, de aromas impropios en el mes de enero. La mañana del primer día del año en la que les escribo es, en Morella, de una belleza exultante, pero, también, es una jornada triste, porque el cambio de un año no va a significar nada.
El último mes del pasado año dejó el sabor amargo del dolor, de la tristeza, de una insufrible ignominia. Ha sido otra gran estela de la muerte de más mujeres. Demasiadas. Esta sociedad, y sus medios de comunicación, han clamado al cielo frente a un mes de diciembre maldito. Demasiadas mujeres han sido asesinadas, como vienen siéndolo por los siglos de los siglos. Este año, el anterior, los anteriores y así, sucesivamente. Clamamos al cielo, nos indignamos, nos concentramos, guardamos minutos de silencio y, como viene sucediendo, con los días se irá aplacando este sentimiento colectivo de impotencia y de rabia.
Indigna y duele, mucho, comenzar un año con estos sentimientos de impotencia y de rabia. Con estas reivindicaciones históricas, con la denuncia de una situación insostenible. Son décadas y décadas de lucha, de salir a la calle, de gritar Basta Ya, de recordar que sin ellas los días de un país no son los mismos. Porque ellas son muchas. Demasiadas.
He sufrido situaciones muy duras trabajando en la Plataforma de Mujeres Artistas contra la Violencia de Género; he abrazado a mujeres que secaron sus lágrimas, que perdieron su voluntad, que su cuerpo se rindió, que abandonaron la razón; mujeres que vienen sufriendo el machismo como un hecho consentido y cotidiano, mujeres dependientes, humilladas, vejadas y excluidas de la vida de sus parejas, mujeres que se sienten invisibles, -que son invisibles-, mujeres cuidadoras de hijas e hijos, solitarias, ignoradas, mujeres no respetadas y compartidas con otras mujeres.
No dejo de pensar en ella, en la joven que ha permanecido más de un mes encerrada en una habitación, en una vivienda de Onda. Esa joven que logró escapar de su maltratador y verdugo, ese monstruo que decidió aislarla del mundo. Un mes recluida en un cuarto oscuro.
No dejo de pensar en ella y en todas las mujeres que sufren y que mueren por el hecho de ser mujeres. Pasa el tiempo, pasan los años, los siglos, pero seguimos marcadas a hierro como si fuéramos una propiedad privada del repugnante machismo, de un patriarcado que mantiene supremacía y arrogancia frente a las mujeres. Y estamos muy cansadas, mucho, muy tristes. Estamos hartas. ¿A quién le importa la vida y la felicidad de las mujeres?
Amparo Panadero
Publicado en Castellón Plaza