La empatía para una comunicación eficaz
¿Cómo es posible que no veamos que las elevadas temperaturas —cuando y donde no toca—, las sequías y las lluvias torrenciales son indicios del colapso planetario que hemos provocado?
¿Por qué no se nos informa acerca de migraciones humanas millonarias originadas por las hambrunas que provocan las sequía cuando nos recuerdan diariamente el conflicto bélico en Ucrania?
Y, si somos responsables del desastre medioambiental, ¿qué compromiso deberíamos asumir?
¿De qué hablamos al oír la palabra «sostenibilidad»?
Entre las muchas definiciones existentes, podríamos decir que se refiere «especialmente a las características del desarrollo que asegura las necesidades del presente sin comprometer las necesidades de futuras generaciones».
La palabreja apareció en la década de los 1970, pero solo se ha puesto de moda hace unos pocos años. Los defensores del neoliberalismo intentan «colarnos» con ella la idea de que podemos mantener el modelo de desarrollo capitalista, y continuar creciendo y consumiendo como auténticos derrochones.
La «sostenibilidad» implica, pues, seguir intoxicando, contaminando y «despellejando» el planeta. En resumen: una trampa hacia nosotros mismos y nuestros descendientes.
¿Cómo evitar la trampa?
Aceptando la contención y los ajustes necesarios, por mucho que nos cuesten de asumir y por muchas mentiras y censuras que nos impongan los medios de comunicación. La palabra «contención» aquí podría ser sinónimo de «decrecimiento», otra palabra muy de moda ahora mismo.
Con todo, no sustituyamos una trampa por otra: la de creer que nuestra situación actual es debida al conflicto entre Ucrania y Rusia, porque no es cierto.
En realidad, la carestía actual es consecuencia de la escasez de combustibles y productos básicos que ya veníamos sufriendo desde antes de la pandemia por COVID-19. Y es consecuencia de un estilo de vida que no podemos permitirnos por más tiempo, porque nuestro planeta es finito.
¿Se nos ha olvidado que, incluso un neoliberal como Macron, ya dijo no hace mucho que se «acabó el pastel», excepto para el 1% más rico del planeta?
Más ejemplos de trampas
Bajar los precios de los combustibles para continuar abusando de los viajes en coche y avión, volver al turismo intensivo pre-pandemia, subirse en cruceros mastodónticos, viajar en cohetes para millonarios, escuchar en ruedas de prensa a «héroes» deportivos burlándose del cambio climático mientras siguen utilizando sus aviones privados o a ejecutivos y gobernantes acudir en sus jets privados a cumbres del clima, ya no es de recibo.
Tampoco mantener una ganadería y agricultura intensivas o hacer la vista gorda ante el envío de armas a países en conflicto.
El cambio debe ser radical: pasear por la ciudad o el campo, viajar a través de las novelas de aventuras y de documentales estupendos, jugar con pistolas de agua e ir en clase turista a las cumbres del clima (si están cerca, mejor en tren o autobús).
Adaptémonos a la realidad
Por otro lado, no nos queda más remedio que acostumbrarnos a una contaminación que aumenta el índice de mortalidad, a unas temperaturas elevadas que matan sin previo aviso, a una multiplicación de alergias y pandemias que nos corroen por dentro y a una sequía persistente que desemboca en falta de higiene y menos comida que llevarnos a la boca…
Liderazgo de la ciudadanía
La que vive en las grandes urbes es la que debe aplicar contención y ajuste, porque la inmensa mayoría de la población mundial vive en ellas.
Es la que debe generar acciones que obliguen a políticos y administraciones públicas a gobernar por el bien común. Asimismo, es la que debe actuar social, política y culturalmente para potenciarlo. También retirar su apoyo a los gobernantes que no cumplan, además de controlar los desmanes tecnológicos y económicos de los más ricos.
Por tanto, su primer objetivo debería ser neutralizar el crecimiento infinito y la «sostenibilidad» neoliberal.
La divulgación de objetivos siempre resulta difícil
Es un problema que ocupa al profesor que enseña, el médico que no baja su nivel científico ante el paciente, el poeta que no transmite sus emociones a través del verso o el político que no llega a sus votantes.
Cómo comunican los políticos
En general, los «de izquierdas» intentan llegar a sus votantes mediante la razón. Los «de derechas» —que han contratado a comunicadores expertos— mediante la explotación de las emociones.
Es verdad que resulta difícil hablarle a la gente de cambio climático. Se trata de malas noticias que a nadie gustan. Asimismo, la información veraz que nos llega de los científicos es complicada de entender y nos aburrimos enseguida. Quizás los expertos deberían «bajar el nivel» contándolo como una novela de suspense y vinculando cambio climático a la salud y el futuro de nuestros hijos.
«Imperio de las emociones»
La importancia de las emociones si queremos llegarle a la gente la comprobamos cuando descubrimos que el 90% se moviliza contra políticas adversas —vengan de donde vengan—, no a favor de ideologías afines.
Otra vuelta de tuerca en los medios de comunicación
De los tradicionales o en manos de grupos de presión, poco podemos esperar. Pero, como le decía Bogart a Bergman en Casablanca, «siempre nos quedará París». Es decir, las redes sociales. Siempre que no las censuren sus propietarios o inviertan los partidos de derechas ingentes cantidades de dinero para transmitir su ideología a través de ellas…
Una comunicación eficaz
Tendrá que basarse, en primer lugar, en una escucha activa hacia la gente a la que nos dirigimos. Hay que interesarse de verdad por lo que les preocupa, comprender sus problemas, resolver sus necesidades. Después, tendremos que «desinteriorizar» nuestro discurso para que nos comprendan. Finalmente, potenciaremos un acercamiento a través de las emociones y la razón.
No hay que olvidar tampoco que, en el caso del cambio climático, la divulgación mediante herramientas que generen una opinión pública valiente es fundamental. Solo así favoreceremos una movilización generalizada que exija de sus políticos y del 1% más rico una actitud responsable, con los sacrificios que de ello se deriven. Así como un reparto equitativo de contención y reajuste.
La trampa de las palabras…
Las denominaciones pueden ser auténticas trampas, porque podrían confundir a la gente. Debemos tener claro de qué hablamos y cómo lo contamos si lo que pretendemos es llegar al público.
Porque, ¿qué es lo preocupante? ¿el cambio climático o nuestra acción sobre el planeta?
Llevamos más de tres siglos «extorsionándolo». Así que, nadie duda ya de que el cambio climático es consecuencia de nuestra forma de vida. Por tanto, tendremos que cambiarla.
¿Cómo podemos hacerlo? Ocupando con humildad en la Tierra el lugar que nos corresponde y reajustando nuestra existencia a lo que ya no podemos cambiar.
Hemos ejercido una acción perversa sobre la atmósfera, la hidrosfera y la biosfera. Asumámoslo y cambiemos. Acabemos con derroche, consumismo, crecimiento infinito y egoísmo…
¿Hay solución?
Intentémosla. Podríamos empezar pidiendo la colaboración conjunta de todas las ramas del saber: científica, tecnológica, artística y humanística. Sus representantes podrían divulgar lo que saben y se accionaría la voluntad de la ciudadanía para neutralizar las acciones de los poderes fácticos y de los «negacionistas», entre otras.
A continuación, establezcamos un diálogo comprensivo y devolvámosles a las emociones el papel fundamental que tienen.
Pepa Úbeda