“Es una cruel barbarie de Hamas que responde a otra barbarie aun más grave y cruel del gobierno de Israel”. Fue el primer pensamiento que me vino a la mente.
La acción de Hamás me parece repudiable por su atrocidad e insensatez. Solo la puedo comprender como expresión siniestra del odio, la venganza, la desesperación y la impotencia acumuladas durante 8 décadas. Y me estremece pensar que con ello no logrará sino agravar el dolor y prolongar el llanto de sus ancianos, jóvenes y niños, cavar la tumba de su pueblo. Y dejar a sus aliados en el peor lugar.
Más aun me cuesta comprender la extrema violencia, la inhumana y tan prolongada opresión, que muchos gobiernos de Israel, el actual de Benjamín Netanyahu más que ninguno, ha ejercido y ejerce de manera sistemática sobre el pueblo palestino. No lo puedo comprender sino como expresión de prepotencia, legitimada en las creencias religiosas más irracionales y apoyada por la hipócrita complicidad de no pocos países occidentales, con Estados Unidos a la cabeza.
Miro a Gaza, a todo el Oriente Medio, cuna de civilizaciones y de rutas comerciales y bélicas, miro a Haití la olvidada, a África la mártir, miro a la Europa del Este, al Mediterráneo más cercano…, a nuestras derechas y nuestras bolsas en pie de guerra. Y me invade la congoja. ¿Puede haber esperanza para esta especie que somos, incapaz de contener, de calmar su codicia de poder, sus miedos y odios? Pobre Homo Sapiens.
¿Puede haber esperanza para Gaza y para toda Palestina? Solo alcanzo a ver que el odio y la masacre no son el camino. ¿Podrá vivir Israel en paz y seguridad? No, nunca lo podrá, mientras niegue a sus hermanos palestinos la posibilidad real de vivir en dignidad.
Todos somos Israel y Gaza. Somos hijos de la misma tierra herida. El mismo sueño de vida liberada y hermanada nos impulsa. No podemos renegar de lo que somos. La tierra y la vida nos llaman urgentemente a sentarnos antes de que sea tarde en la misma mesa a compartir el pan y la palabra de la fraternidad y de la sororidad universal con su dicha profunda. ¿No es ese el germen de la divinidad que somos, la inagotable, infinita posibilidad que habita en el corazón del cosmos y en nuestro pobre corazón humano?
Jose Arregui
Publicado en Umbrales de luz