Narges Mohammadi: un merecido Nobel de la Paz
El Comité Noruego, encargado de otorgar el Premio Nobel de la Paz, ha vuelto a dar un toque de atención a los gobiernos que no han dicho ni hecho nada en relación con la opresión de las mujeres en Irán.
La semana pasada, los miembros de la policía de la moral iraní –el organismo oficial que se encarga de velar por el correcto cumplimiento de la vestimenta de las mujeres en Irán– agredieron a una adolescente por no llevar el velo puesto en el metro. Los golpes fueron tan brutales que acabó hospitalizada con heridas graves. Armita Garawand, a día de hoy, se encuentra en coma y se desconoce su pronóstico.
La escena no es nueva, desgraciadamente, y nos remite a todos a la sufrida hace poco más de un año, también en Irán, por la kurda Mahsa Amini que acabó con la muerte de está tras ser bestialmente agredida, de nuevo, por la policía de la moral.
Pero no pasa nada, parece que Occidente está dormido y no se prevén medidas de presión, ni condenas, por parte de los gobiernos occidentales.
Quizá por eso, el Comité Noruego que decide el Premio Nobel ha vuelto a dar un toque de atención a todos esos gobiernos que no han dicho, ni hecho, nada y ha concedido el Premio Nobel de la Paz a Narges Mohammadi por «su lucha contra la opresión de las mujeres en Irán y su lucha por promover los derechos humanos y la libertad para todos». Han querido así reconocer la importancia del movimiento «mujer, vida y libertad», surgido a raíz del asesinato de Amini. Con el galardón también han honrado a las «cientos de miles de personas que durante el pasado año se han manifestado contra las políticas de discriminación y opresión contra las mujeres del régimen teocrático».
Mohammadi, que, por desgracia, conoce bien el precio de opinar en público en Irán, ha estado en diversas ocasiones en la cárcel de Evin, en Teherán, donde se encuentra ahora. Regresó a prisión el año pasado, de donde había salido por problemas de salud, por publicar un libro titulado Tortura Blanca, en el que relata las experiencias de maltrato y tortura en las cárceles iraníes. El libro empieza así: «Estoy escribiendo este prefacio en las últimas horas de mi permiso en casa. Muy pronto me veré obligada a regresar a mi prisión… Esta vez me declararon culpable por el libro que tienes en tus manos: Tortura Blanca». Su comienzo no puede ser más gráfico.
Poco después, en agosto, como consecuencia de una serie de reivindicaciones –quema de pañuelos incluida– en la cárcel, vio aumentada su condena con un año más. Poca novedad en los argumentos, se le reprochaba su continuo activismo dentro de prisión, así como unas declaraciones que hizo a un diario, en las que condenaba las agresiones sexuales que las mujeres iraníes sufrían en la cárcel.
Quizá la labor a favor de los derechos humanos, y muy especialmente a los de las mujeres de Irán, de esta física convertida en activista, no es de todos conocida, pero tiene ya más de treinta décadas de recorrido, desde que estudiaba en la universidad. En la actualidad es vicepresidenta del Centro de Defensores de los Derechos Humanos en Irán, fundado por la también Premio Nobel iraní Shirin Ebadi. Desde sus inicios como activista, reclama igualdad de derechos de las iraníes y denuncia las violaciones de derechos humanos en su país. Y fue por eso por lo que en 1998 fue detenida por primera vez, y desde entonces, como señalaron en Estocolmo, lo ha sido en un total de 13 ocasiones.
A buen seguro a partir de ahora volveremos a oír hablar de la situación política de Irán, así como críticas al régimen iraní y a su presidente, el ultraconservador Ebrahim Raisi. Pero el deseo real de todos nosotros debería ser que ojalá este premio Nobel se convierta en una inyección de energía y consiga que el régimen deje de ser inmune a las presiones internacionales, o que las presiones aumenten de tal modo que pueda darse un vuelco a la situación política y social que están viviendo.
Carmen Domingo
Publicado en Ethic