Usted ha acuñado el término ‘cuidatoriado’. ¿Quién integra esta clase social sobre la que recae el cuidado de los mayores?
Básicamente mujeres de una edad media o avanzada que trabajan por afecto y por cultura, y por la presión, digamos social, de que esa es su obligación y su destino. No tenemos cifras que nos permitan decir el volumen total de horas al año que dedican al cuidado, pero yo diría que más del 80 % de ese tiempo no es remunerado y probablemente supere el 90 % en los niveles sociales más bajos, donde no se puede comprar en el mercado el cuidado y, por tanto, el cuidado es básicamente familiar. Y hay señales de agotamiento y de resistencia, pero no suficientemente fuertes. De hecho, cuando la Ley de promoción de la autonomía personal iba a ofrecer soluciones para que el trabajo no remunerado fuese la excepción y no la norma, bastó que tuviéramos la primera crisis económica para que ni se les pagara la Seguridad Social a los cuidadores familiares. Ahora mismo se están pagando del orden de 300 euros al mes por jornadas que incluyen sábados, domingos, festivos y 24 horas al día de disponibilidad, cuando tenemos un salario mínimo de más de 1.000 euros.
¿Qué consecuencias tiene que el cuidado familiar recaiga sobre las espaldas de las mujeres?
Las horas de más respecto a los hombres que dedican las mujeres a cuidar al cabo de la vida equivale al tiempo que se necesita para estudiar cinco carreras universitarias. Es decir, si el tiempo extra que ha dedicado una mujer a los cuidados por encima de la media de los hombres lo hubiera podido dedicar a estudiar, habría podido sacarse cinco licenciaturas. Ese es el precio que pagamos. ¿Cuántas mujeres están dispuestas a luchar por revertir este sistema tradicional de atribución de responsabilidades familiares? ¿Cuántos hombres están dispuestos a cambiar? Preferimos tirar en lo posible de inmigración externa en lugar de resolver los problemas con una nueva división interna de papeles, trayendo personas de otros países dispuestas a aceptar lo que los españoles no queremos hacer.
¿Cómo podemos darle la vuelta a esta situación?
Se está avanzando. Las nuevas generaciones son muchísimo más partícipes y reparten mucho más las cargas, entre otras cosas porque las mujeres que se han incorporado a la educación ahora son mayoría. Las universitarias de hoy en día sacan muy buenas notas y no son partidarias de volver a casa en las condiciones que estuvieron sus madres.
La jubilación es una conquista, no hay más que ver lo que le ha pasado a Macron, e intentar retrasarla levanta ampollas sociales. Para muchos trabajadores es intocable como un derecho conseguido, pero la verdad es que estamos perdiendo capacidad productiva, y todo lo demás, de una gran parte de la población que puede hacer prácticamente todo, pues hasta los 75 años lo que nos dicen las estadísticas sanitarias es que la población está en magníficas condiciones. Debemos reconocer que necesitamos trabajar más años porque no podemos vivir de lo que hemos producido. Si entramos con 20 años en el mercado de trabajo y nos vamos con 65, hemos estado produciendo 45 años. Pero si vivimos 90, eso es la mitad. De modo que en el tiempo que estamos produciendo para el mercado tendríamos que reservar la mitad de lo que producimos para cubrir los 20 años de antes y los 25 años de después. Por tanto, de ninguna manera estamos guardando, ni en dinero ni en capacidad, lo que tendríamos que guardar para cubrir ese larguísimo periodo postlaboral. Especialmente las mujeres lo tenemos muy complicado, porque siguen siendo muchas las que no tienen ningún ingreso propio a los 65 años o tienen unas pensiones muy bajas. La media de las pensiones por jubilación de las mujeres es un tercio más baja que la de los hombres, como consecuencia precisamente de haber regalado su tiempo y de no haberlo vendido. Esas mujeres tienen una riqueza afectiva y han desarrollado una habilidad para el trato con los de alrededor que es muy importante. Esto es, en parte, el único antídoto que tienen ante la falta de dinero, el haber generado redes afectivas muy positivas.
Con cada vez menos población trabajadora que sostiene el sistema de pensiones ¿Cuál es su propuesta para hacerlo viable?
La Administración nunca tendrá suficiente dinero para hacerlo todo gratis. Por tanto, hay que hacer unos nuevos contratos sociales y que sean también de género y de edad. Los jóvenes ahora están muy excluidos de la obligación de cuidar. Hemos quitado la obligación del servicio militar, pero con una estructura con poca gente para sostener los cuidados probablemente se deba convertir en obligatorio, por lo menos como un valor moral dentro de la familia, que los jóvenes se impliquen en el reparto del cuidado. Y entre hombres y mujeres igual. Y también en las empresas, que deben favorecer que los empleados cuiden a las personas de las que son responsables.
Rafel Montaner
Publicado en Levante.emv