El sexo no es así
Salen del trabajo y se van a tomar unas copas. Se gustan y acaban en su casa. Mantienen relaciones sexuales. A ella, el alcohol le empieza a pasar factura y tiene ganas de vomitar. Él le sostiene la cabeza, la cuida, le ayuda a volver a la cama. La mujer solo quiere descansar. Él no. Así que decide forzarla. Minutos antes han practicado sexo. Ahora, la está violando.
Es una de las escenas de Prima Facie de Suzie Miller —interpretada por la inmensa Vicky Luengo en su adaptación al teatro— en la que, seguramente, muchas mujeres se reconocerán aunque no hayan sido capaces de ponerle nombre a lo que les había sucedido.
En la obra, Luengo es una abogada de éxito que defiende a violadores hasta que ella misma se debe enfrentar a uno y a todo un sistema —judicial, mediático e institucional— que, en numerosas ocasiones, cuestiona a las mujeres y les da la espalda, justificando al agresor y culpabilizándolas a ellas.
Es terrible comprobar que la violación es uno de los delitos en los que siempre se pone en tela de juicio el testimonio de la víctima. ¿Por qué se le da menos crédito a una denuncia por agresión sexual que a una por robo? ¿Les preguntan a las personas a las que les han sustraído el móvil si lo agarraron fuerte para evitarlo como se les pregunta a las mujeres si cerraron bien las piernas para no ser violadas? ¿Por qué persiste la falsa creencia de que nosotras mentimos? Mentir, ¿para conseguir exactamente el qué?
Estos días he leído auténticas barbaridades sobre las mujeres que han denunciado en el El País haber sufrido violencia sexual por parte del director de cine Carlos Vermut. Comentarios que van desde el negacionismo al “se lo han buscado” o del “por qué no lo han contado antes” al “un periódico no es el lugar apropiado para denunciarlo”. En estas frases hechas, vacías de contenido pero que llevamos escuchando toda la vida, están algunos de los motivos por los que solo el 8% de las mujeres que sufre una violación se atreve a contarlo ante la policía.
Hay quien también ha tratado de minimizar el relato de las tres mujeres alegando que el sexo es así, que a veces sale mal. Créanme, las mujeres sabemos que las relaciones sexuales a menudo no son lo que esperamos. Por eso es tan injusta esa infantilización: sabemos distinguir cuándo hay consentimiento, cuándo hay deseo, cuándo ambos o cuándo ninguno. No se trata, tampoco, de que ahora queramos clasificar el sexo en correcto o incorrecto. Mientras sea consensuado puede llegar hasta donde todas las partes quieran.
Otro aspecto llamativo de las últimas horas es el silencio atronador de algunos hombres, sobre todo de izquierdas, en el mundo de la cultura o de la política. Lo que ellas cuentan, argumentan, tiene matices, y eso les impide formarse una opinión. Como excusa suena especialmente ridícula si tenemos en cuenta el apego por la brocha gorda que tienen para hablar de muchos temas de actualidad. Alegan también que hay que respetar la presunción de inocencia. Así es, pero resulta cuando menos sorprendente que solo acudan a ella cuando se habla de delitos sexuales. Quizá no sean conscientes, pero es ese silencio cómplice el que sigue dando alas a la cultura de la violación.
Sería mucho más honesto reconocer lo duro que es enfrentarse a la noticia de que alguien cercano es un maltratador. Los datos dicen que una de cada dos mujeres en España ha sufrido violencia machista en alguna de sus formas. Echen cuentas: si hay tantas víctimas es porque hay tantos agresores.
A muchas no les resultarán ajenos ni los testimonios de las mujeres sobre Vermut ni la escena de Prima Facie con la que comienza esta columna. Es un éxito del feminismo que ahora sepamos identificar la violencia sexual y alcemos la voz para denunciarla. Nosotras hemos cambiado mucho en muy poco tiempo y ahora sabemos que el sexo no tiene que ser así. La pregunta es: ¿Están dispuestos a cambiar, y a hacer ese viaje a la igualdad, también los hombres?
Marta Jaenes
Publicado en Infolibre