El debate entre Kamala Harris y Donald Trump se ha saldado con un claro triunfo de la primera. Afortunadamente, esto da un respiro a la democracia estadounidense y, por extensión, a la democracia mundial que podría verse contagiada con un posible triunfo de Trump.

Los demócratas vemos con estupor la vuelta de Trump a la presidencia de EEUU, porque no sería como el anterior mandato. Viene con revancha, con venganza, con odio acumulado, más polarizado, con más mentiras en la recámara, y con la intención de que no se le escape el poder de nuevo siendo capaz de cualquier cosa, incluso de debilitar al máximo la democracia o secuestrarla.

Seguramente Trump no esperaba el triunfo de Kamala. Ella ha sabido salir de las sombras a las que un envejecido Biden la había sometido. Y, de repente, ha surgido una presidenta: segura, convencida, comprometida, sincera, eficaz, profesional al tiempo que amable, sin estridencias, pero contundente. Como ella misma dice, todo lo contrario a lo que representa Trump.

Trump perdió los papeles porque no supo debatir contra una mujer sin otro argumento que el insulto fácil y ramplón. A ello hubo que sumar sus mentiras tan extremas que resultaron tan increíbles que hasta los propios moderadores tuvieron que corregirle. Y, por último, su egocentrismo.

No es un debate cualquiera. La estabilidad democrática de EEUU está en juego.

Estamos descendiendo niveles democráticos casi sin percibirlo, de forma preocupante.

En España se ha producido un debate insólito. El presidente del gobierno quiere reunirse con los presidentes autonómicos para hablar de financiación. Un primer paso es una toma de contacto personal con cada uno de ellos; luego, llegará el encuentro colectivo. Y me pregunto, ¿dónde está el problema en reunirse cara a cara?, ¿acaso no es lo normal en democracia y entre instituciones?, ¿no debería realizarse más a menudo, incluso como algo habitual?

Lo preocupante es la reacción de Díaz Ayuso llamando a la insurrección: a no reunirse con el presidente Sánchez. Hace una llamada a eludir la labor institucional y actuar como partido, utilizando a los presidentes autonómicos como agentes del PP por encima de su papel de representación democrática.

Afortunadamente, parece que existe más lucidez entre los presidentes autonómicos que aceptan hablar con el presidente de gobierno porque entienden que, por encima del partido, está su mandato autonómico que representa a todos sus ciudadanos, les hayan votado o no.

El papel que está representando Ayuso como oposición permanente a Sánchez cae en lo absurdo, en lo histriónico, en la exageración. Tiene su público fiel y gana adeptos movilizando las emociones, pero le hace un flaco favor a la democracia a la que cuestiona permanentemente con sus declaraciones.

De momento, podemos respirar un poco satisfechos con la imagen de una presidenciable Harris que demuestra inteligencia, sosiego, convicción y una sonrisa que ayuda al encuentro y la proximidad.

Ana Noguera