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Internet fue nuestro y gratuito

Un bien comunal

En sus inicios —lo llamaremos Internet Uno—, fue independiente del capitalismo y tenía puntos en común con el Comité de Planificación Estatal soviético2, rasgos del primer liberalismo y una actitud positiva hacia el «anarcosindicalismo». Se basaba en una red sin jerarquías, una toma de decisiones horizontal y un intercambio de regalos no comerciales. Fue así porque los Estados Unidos (EEUU) se encontraban en pleno tránsito de una economía postbélica a la Guerra Fría3.
Cuando la carrera armamentística nuclear se aceleró, el Pentágono —sede del poder militar estadounidense— decidió financiar el diseño y la construcción de una red de ordenadores descentralizados para controlar los almacenes de armas nucleares y permitir su comunicación mutua. Pretendían evitar que una bomba nuclear soviética destruyese un almacén central con todas las armas juntas.
La ironía es que el gobierno estadounidense construyó y fue propietario de una red informática no comercial al margen de los mercados y del capitalismo para defender el mundo capitalista. De todos modos, que Internet Uno no estuviese mercantilizado no era una anomalía, porque la economía estadounidense estaba controlada por una tecnoestructura que despreciaba los mercados libres. Por ser heredera del New Deal, adecuarse a una economía de guerra primero y encajar en el ideario del periodo postbélico después. Dicha tecnología incipiente era muy prometedora porque se basaba en un bien comunal digital. El Pentágono contó con la cooperación de todo Occidente y Japón en la construcción de dicha red digital.

Características del Internet Uno

Se diseñó para maximizar la comunicación sin trabas entre los expertos de la tecnoestructura y usaba números y textos abiertos para que fuese gratuito.
Lo inventaron y mantuvieron científicos militares, académicos e investigadores empleados por organismos no comerciales de EEUU y de sus aliados occidentales. Gracias a su accesibilidad y espíritu de esfuerzo comunitario, atrajo a muchos entusiastas, que produjeron de forma gratuita gran parte de sus fundamentos. Sin embargo, la crisis de la tecnoestructura favoreció el gran impulso del mercado mundial actual.
Los elementos de aquel bien comunal digital están hoy escondidos bajo los monstruosos edificios que las grandes tecnológicas han construido sobre ellos. Lo que queda del Internet Uno útil para nosotros lo podemos captar en acrónimos como TCP/IP para enviar o recibir información; POP, IMAP y SMTP para enviarnos correos los unos a los otros; o HTTP para visitar páginas web.
Gracias a él, no tenemos que soportar anuncios como precio indirecto por utilizarlos y su uso sigue siendo libre para todo el mundo. Se parece a Wikipedia, uno de los pocos ejemplos de servicio basado en los bienes comunales que ha sobrevivido.

El capitalismo crea nuevos «enclosures»4 o «cercamientos»

El Internet Uno tuvo la mala suerte de darse de bruces con la década de los 1970, nada partidaria de iniciativas socialistas como el New Deal. El libre mercado triunfó, se libró del New Deal y la red compartida se vio obligada a entrar en él, porque era donde se financiaba todo.
El gusto por el juego con el dinero de los demás de los financieros —a quienes piden que gestionen en su nombre— facilitó el acaparamiento de internet por parte del mercado. Sus escandalosos beneficios solo se veían limitados por la vigilancia de los clientes y el «entrometimiento» de los reguladores financieros. Al complicar las operaciones, podían librarse de ellos y apostar cual jugadores con los productos financieros. Los ordenadores se lo sirvieron en bandeja de oro, por eso los adoran esos fulleros. Los banqueros ocultaron sus apuestas basadas en la deuda desde finales de los 1970 tras una complejidad gestada en los ordenadores. Invisibilizaron así unos riesgos y beneficios colosales. No obstante, a principios de los 1980, los derivados financieros que ofrecían a sus clientes se basaban en algoritmos5 tan complejos que ni ellos mismos los entendían.
Para convertirse en amos del universo, los financieros realizaron una operación de cirugía económica gracias a desvincularse del capital físico y legitimarlos la ideología neoliberal. Su único acicate era y es la codicia y la complejidad de las computadoras les ayudó, convirtiendo los algoritmos en sirvientes suyos. Al Internet Uno le quedaba menos que a un caramelo a la puerta de un colegio cuando el advenimiento de nuevos «enclosures» dio origen al Internet Dos, propiedad de unos pocos.

El Internet Dos nos impide acceder a nuestra auténtica identidad

En el siglo XVIII, los «enclosures» levantaron una valla para que la población no tuviese acceso al importante recurso que es la tierra. En el siglo XXI, la valla ha consistido en no poder acceder a nuestra auténtica identidad que, hasta el siglo XXI, había sido elaborada y controlada por el Estado mediante símbolos que nos legitimaban: pasaportes, certificados de nacimiento, carnets de identidad, carnets de conducir…
Hoy, lo ha marginado una identidad digital cuya influencia es mucho mayor ella sola que todos los artefactos anteriores juntos.
Con todo, lo peor es que ni es nuestra ni del Estado, sino de bancos privados, Facebook, Instagram, X (antiguo Twitter)… Facebook, por ejemplo, sabe qué y quién nos gusta, X nos recuerda lo que nos atrae y opinamos, Apple y Google conocen mejor que nosotros lo que vemos, leemos, compramos, con quién nos reunimos, cuándo, dónde… Spotify controla nuestras preferencias musicales… Ahora bien, más terrible aún es que, tras ellos, se ocultan innumerables propietarios que recopilan, monitorean y filtran sin que lo sepamos nuestra actividad y comercian con ella para obtener aún más información sobre nosotros basada en la nube. Y a esos comerciantes que juegan con nuestras vidas ni los conocemos ni nos importan, pero son los únicos propietarios de nuestra auténtica y única identidad.

Las grandes corporaciones nos han robado la identidad

Y es dificilísimo que podamos impedirlo, aunque nos empeñemos en pagar solo en efectivo, comprar solo en tiendas físicas y utilizar teléfonos fijos o móviles antiguos que no pueden conectarse a internet. Con ello, además, privamos a nuestros hijos de un mundo de conocimiento y diversión, ya no se envían cartas físicas y los Estados limitan la cantidad de dinero que podemos pagar físicamente. La resistencia se está volviendo inútil para los modernos ascetas.
Nuestra «hipervigilada» existencia es intolerable para muchos de nosotros y nos rebelamos porque las grandes tecnológicas nos conocen íntimamente mejor que cualquier persona. Sin embargo, es mucho más preocupante lo que poseen que lo que saben de nosotros.
En la actualidad, tenemos que suplicar a las grandes empresas tecnológicas y financieras que nos permitan usar algunos datos nuestros en su poder —que antes formaban parte de NUESTROS bienes comunales digitales— porque nos los han quitado. Cuando enviamos dinero o regalamos algo a alguien o nos suscribimos a alguna publicación, estamos entregando información sobre nuestras existencias. Asimismo, nos exigen que aceptemos un mayor control suyo que, además de lavarnos el cerebro, venderán esa información a empresas que nos perseguirán para que nos convirtamos en su carne de consumo. Si no es que nos piden comisiones por utilizar tarjetas…
Esto no tendría que haber ocurrido jamás. Cuando el Pentágono puso el GPS a disposición de todo el mundo, estaba entregándolo como bien comunal digital y nos concedió el derecho a conocer nuestra ubicación en tiempo real GRATIS, sin preguntar. Se trató de una decisión política positiva. Con posterioridad, hubo una decisión terrible del gobierno norteamericano cuando decretó que no tuviésemos ningún medio para establecer o probar nuestra identidad online y así aumentar el poder de las grandes tecnológicas sobre nosotros.

¿Y si no hubiese desaparecido Internet Uno como bien comunal digital?

Si poseyéramos nuestra identidad digital, podríamos demostrar quiénes somos y no necesitaríamos depender de la combinación de una tarjeta bancaria y de otras empresas como AMAZON o UBER, que procesan todos nuestros datos acerca de compras, ventas y viajes. Si fuésemos libres, podríamos decir quiénes somos y quiénes quieren pujar por vendernos, comprarnos o llevarnos a algún sitio. Recibiríamos enseguida miles de ofertas de personas y organizaciones con licencia para vender, comprar o transportarnos. En el último caso, incluso podría intervenir el departamento de transporte de nuestra ciudad para decirnos qué medios son los mejores para ir de un sitio a otro en un momento determinado. Desgraciadamente, no podemos hacerlo, porque los que controlan nuestra identidad no obtendrían tan escandalosos beneficios.
En Internet Dos entregamos nuestra identidad a una parte del mundo digital. En el caso del transporte, a empresas como Uber o Lyft. Para comprar algo, a Amazon… Son las que deciden quién te llevará de un sitio a otro o quién te venderá unos determinados productos, porque maximizan sus beneficios decidiendo quién es su esclavo en cada ocasión determinada.
Estamos, pues, servidos…

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1Artículo basado en Tecnofeudalismo de Yanis Varoufakis (Editorial Deusto).
2Sustituía al mercado capitalista mediante una red con diseño centralizado no comercial y de propiedad estatal (Wikipedia).
3Modelo de relaciones internacionales que se desarrolló después de la Segunda Guerra Mundial entre dos bloques antagónicos liderados por EEUU y la Unión Soviética con sus respectivos aliados. En 1947, la tensión política entre ambos bloques era muy elevada y se basaba en la amenaza mutua mediante el desarrollo de armas ofensivas graves, como la bomba atómica, y el intento de expandir sus áreas de influencia respectivas. Los países de la órbita americana defendían el capitalismo y estaban unidos a través de la OTAN (fundada en 1949), mientras que los partidarios de los rusos eran comunistas y estaban unidos por el Pacto de Varsovia (1955) (Wikipedia).
4Es el sistema de uso de la tierra como bien comunal, sustituido por el cercamiento de propiedades para acumular beneficios que favoreciesen al capitalismo. Más información en Wikipedia.
5Secuencia de pasos finitos bien definidos que resuelven un problema. Por ejemplo: la ejecución de tareas cotidianas tan simples como cepillarse los dientes, lavarse las manos o seguir el manual de instrucciones de montaje de un mueble (Wikipedia).

Pepa Úbeda Iranzo

 

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