Los tontos útiles del Imperio
El Council of Foreign Relations ha publicado una encuesta sobre la percepción de Trump en distintos países. Los europeos y los británicos son (junto con los coreanos) los que creen que la inminente presidencia de Trump será más negativa para ellos. Hasta los chinos y los ucranianos ven la llegada al poder de Trump más positivamente.
En Europa hay razones de peso para ese pesimismo. En tan solo dos semanas, Trump y sus acólitos tech nos han dado una brutal lección de realismo a los europeos. Ni siquiera ha hecho falta una ofensiva militar: unos cuantos post de Musk en X sobre la extrema derecha alemana y un par de insinuaciones de Trump (sin haber tomado posesión) sobre Groenlandia han bastado para enseñarnos cuál es nuestro sitio. Estados Unidos podría hacer de nosotros lo que quisiese sin que haya prácticamente nada -o al menos nada efectivo– a nuestro alcance para defendernos. Es una cuestión de tiempo que el resto de los países (no solo Rusia o China, sino también países vecinos en los que tenemos intereses territoriales o estratégicos) tomen nota. El único consuelo es que los británicos, que abandonaron la Unión con el Brexit, están peor que nosotros.
La obsesión de Trump con Europa tiene una explicación simple: Europa representa un mundo basado en reglas internacionales, mientras que lo que él y sus partidarios quieren es un mundo en el que los americanos decidan las reglas. Durante su primer mandato, Trump vació de contenido a organizaciones internacionales como las Naciones Unidas y la Organización Mundial del Comercio. Lo único que queda ya del mundo internacional basado en reglas del siglo XX (el Ancien Regime, como lo calificaba Peter Thiel el fin de semana pasado en el Financial Times) es la Unión Europea. Destruir a Europa -y si es posible humillarla- es la pieza que falta para que todos entiendan que el mundo multilateral y del derecho internacional ha pasado a mejor vida.
Si Trump detesta a Europa, el mundo tech la desprecia. Como buenos libertarios (que no liberales) los tech bros quieren un mundo sin normas, que es justo lo contrario de lo que quiere la Unión Europea. Musk interfiriendo abiertamente en la campaña electoral alemana, Peter Thiel reclamando en el Financial Times la Primera Enmienda americana (libertad de expresión con cero límites) contra el antiguo régimen, y Zuckerberg pidiendo protección del gobierno americano ante las sanciones reglamentarias de Bruselas, son signos de lo que se nos viene encima. Los quijotes europeos que todavía piensan que esto se podría arreglar simplemente con más Europa deberían pasar una temporada viviendo en Silicon Valley. Les daría un shock cuando escuchasen que algunos poderosos de allí hablan de los europeos como thirdworldists (tercermundistas).
Es paradójico que la extrema derecha europea –incluidos Vox y exmilitantes de Vox– haya aceptado tan dócilmente estas humillaciones y desprecios por parte de América. Se suponía que en la extrema derecha militaban los del orgullo patrio, los guardianes de las esencias nacionales, los que nos han repetido hasta la saciedad que la patria está por encima de todo. Pero cuando los poderosos de otro país nos desprecian y nos ningunean, no solo no les rebaten, sino que aplauden con brío. En vez de sacar pecho por la soberanía nacional, hincan la rodilla a golpe de post y compiten por ser los coristas de los mandamases extranjeros.
Las contradicciones de la extrema derecha en soberanía nacional son inmensas. Son los máximos defensores de la frontera europea ante cualquier patera, pero el que los Estados Unidos amenacen con invadir el territorio europeo de Groenlandia no parece crearles ningún problema. Claman contra la “falta de democracia” de Bruselas, pero les resulta tan normal que un país extranjero como EE.UU. intente imponernos unilateralmente sus reglas. Se quejan de que Bruselas nos ha convertido en vasallos sin soberanía, pero hacen méritos para ser vasallos de Musk y que les dé dinero. Se rasgan las vestiduras ante cualquier broma con sus ideas, pero ahora defienden con ahínco la libertad de expresión sin apenas límites de la Constitución en América.
Está por ver cuál será el impacto a medio plazo de la alianza de Trump y el mundo tech sobre Europa: si seguiremos en modo supervivencia cayendo puestos en el escalafón mundial o si lograremos superar esta ofensiva y recobrar nuestra fuerza. Pero a Trump y a los tech bros hay que reconocerles el mérito de haber quitado el velo de hipocresía a la extrema derecha europea. Lejos de ser los defensores de la soberanía nacional, son los sumisos colaboradores del poder extranjero. No son patriotas, son los tontos útiles del Imperio.
Miriam González Durantez
Publicado en La Vanguardia