El multiculturalismo es misoginia
Entiendo que mucha gente necesite el consuelo de creer en un dios para sobrevivir a este mundo que cada vez se deja comprender menos. Pero ningún dios bueno (espero que sean los únicos en los que merezca la pena creer) permitiría que la mitad de la humanidad fuera sometida y violentada por la otra media. Por tanto, parto de la base de que cualquier cuestión que se pone en boca de esos dioses, es -en realidad- interés de los varones, únicos que se autoperciben y autodeclaran «intérpretes» autorizados para explicarnos la voluntad divina. Solo por ello, las mujeres deberíamos dudar de cualquiera de esos dioses. O, como mínimo, de lo que digan los varones que esos dioses dicen. Así es que ni el velo ni otras restricciones por ser mujer pueden ser sustentadas por ninguna religión; y menos aún tienen que ser soportadas por las mujeres.
También entiendo que mucha gente se aferre a su cultura cuando la nuestra les expulsa por puro racismo. Lo que ya no entiendo tanto es que «aferrarse a la cultura» suponga que sean los varones, ¡siempre los varones!, quienes decidan que sean las mujeres las responsables de mantenerla, al tiempo que ellos no se ven obligados a nada, por lo que libremente deciden lo que quieren mantener, o no, de su cultura de procedencia. Y menos cuando -con la excusa de esa «cultura»- se invisibiliza a las mujeres tras un velo o una tela, se restringen sus derechos a educación, cultura, deporte… o se casa a niñas en vergonzosos matrimonios forzados. Tampoco es cultura la mutilación genital femenina. Ni sentirse autorizados a violar a las mujeres que no cumplan «su» código. Porque eso, lejos de ser cultura, es barbarie machista pura y dura que debe rechazarse en el país de origen y, desde luego, en el de destino.
Es esta la razón de que muchas feministas estemos más que hartas de un multiculturalismo que solo sirve a los intereses de los varones, ¡siempre los varones! Por ejemplo, en Inglaterra, en nombre de ese multiculturalismo, se admite que las leyes occidentales (mejores o peores, pero adoptadas mediante reglas democráticas) sean suplantadas por leyes dictadas por Estados teocráticos (sharía) ¡Qué casualidad que -en nombre del dichoso multiculturalismo- se permita perpetuar la más cruel e injusta misoginia, incluso en Estados formalmente igualitarios!
Y digo que el multiculturalismo solo sirve a los intereses de los varones porque la inmensa mayoría de los que migran a Occidente (y muchos en sus propios países), cambian sin problema su forma de vestir, de desplazarse (coches, aviones, etc.); incorporan comidas y bebidas occidentales -incluidas las que contienen alcohol- disfrutan de música, cine, TV, frecuentan RRSS etc. todo ello de lo más occidental. El único multiculturalismo que esos varones reivindican es, pues, el que les permite mantener la opresión sobre sus mujeres y, si les dejaran, sobre todas nosotras.
El multiculturalismo está fuertemente ligado a los fenómenos migratorios, hoy en día imparables; ya que, por un lado, es evidente que mucha gente no tiene la más mínima oportunidad en su país de origen para vivir una vida digna de ser vivida. Quizá deberían preguntarse la razón de que sus respectivos Estados no adopten -ni se las espere- políticas que permitan esa vida digna; pero, mientras tanto, es lógico que busquen un futuro mejor en otros países, como ocurrió también en España no hace tanto tiempo. Por otro lado, los Estados occidentales precisan de esa inmigración debido a sus bajas tasas de natalidad, beneficiándose así del talento y la fuerza de trabajo que esas personas -en su inmensa mayoría- aportan.
Ni siquiera la extrema derecha, que tanto cacarea, ignora la necesidad de la inmigración, ya que sin ella se hunden muchas actividades productivas imprescindibles (especialmente del ámbito agrario, de la construcción, de la restauración y de los cuidados). Lo que hace es practicar una xenofobia que le da réditos y votos, sencillamente porque no tiene la responsabilidad de gobernar. Otro gallo les cantara si llegaran a hacerlo. Por una vez, quisiera saber a qué dios rezar para que no lo consigan.
Pero que se acepte la necesidad del fenómeno migratorio no puede significar en modo alguno que las personas migrantes estén exentas de cumplir, escrupulosamente, la legislación del país de acogida, entre la que se incluyen, naturalmente, las leyes para evitar la violencia contra las mujeres y las protectoras de sus derechos; resultando evidente que constituye desigualdad y violencia invisibilizar a las mujeres tras un velo, impedirles o dificultar su acceso al deporte, a piscinas o playas… mientras los varones pueden hacerlo sin cortapisa alguna.
Que, en general, las mujeres occidentales dispongan de su cuerpo y de su vida no es algo casual: Ha costado mucho esfuerzo feminista conseguirlo. Y, en la medida en que esa vindicación no debe considerarse alcanzada del todo -y menos consolidada- resulta imprudente incorporar modelos de mayor opresión de las mujeres, en nombre del multiculturalismo. Porque, aunque también en Occidente se produce una indudable interferencia de los varones y de su violencia, esta no es admitida como normal -y mucho menos como deseable- por la mayoría de la sociedad… y no queremos que eso cambie. Tiene aquí todo su sentido el acertado consejo de Simone de Beauvoir, “No olvidéis jamás que bastará una crisis política, económica o religiosa para que los derechos de las mujeres vuelvan a ser cuestionados. Estos derechos nunca se dan por adquiridos, debéis permanecer vigilantes toda vuestra vida”. Las feministas recordamos este consejo y lo tenemos muy presente.
Por eso debe rechazarse de plano cualquier política multicultural que pretenda hacer aceptable una mayor misoginia en cualquiera de sus manifestaciones. Sin que pueda tacharse como racista o islamófoba la denuncia de la privación de derechos de las mujeres de cualquier procedencia; o la denuncia de la violencia sexual y machista cometida por varones de otras culturas, a menudo vergonzosamente ocultada, de forma que los varones occidentales ¡siempre los varones! no parezcan racistas; dejando así, impunes, delitos gravísimos contra las mujeres.
Los Estados formalmente igualitarios, tienen que serlo realmente. Y solo lo serán cuando ningún derecho de las mujeres puede ser escamoteado, ningún crimen contra nosotras deje de ser perseguido; y pagado con penas de la suficiente entidad como para resultar disuasorias, lo cometa quien lo cometa. Eso no es punitivismo. Es, sencillamente, justicia para nosotras, las mujeres.
¡Ya es hora!
Amparo Mañés
Publicado en ElComún.es