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Los relojes de Carlos y Maribel

Carlos Mazón y Maribel Vilaplana, en un acto reciente.

De todos los relojes que conozco el que más curiosidad me despierta es el de Carlos Mazón, un auténtico ilusionista para que el tiempo sea en sus manos un verdadero espectáculo de magia

Si entras en internet verás la cantidad de relojes famosos que hay en el mundo. De pulsera. De bolsillo. De los que llaman la atención por su belleza y sus campanadas en históricas torres que llenan de colorines las postales turísticas. Pienso en el del Ayuntamiento de Munich. En el Big Ben londinense. En el que protagoniza la película El reloj asesino basada en la novela El gran reloj, de Kenneth Fearing. No me olvido del que hay en el British Bar de Lisboa. Curiosamente, sus manecillas van al revés, hacia atrás, y Alain Tanner lo sacaba en su película En la ciudad blanca, pero no en el British Bar sino en un modesto hotel donde se alojaba el personaje que interpreta Bruno Ganz y no se cansa de dar vueltas por la ciudad porque no se aclaraba con su vida. Pero de todos los relojes que conozco el que más curiosidad me despierta es el de Carlos Mazón, presidente de la Generalitat y un auténtico ilusionista para que el tiempo sea en sus manos un verdadero espectáculo de magia potagia.

Si David Copperfield hacía desaparecer en sus espectáculos monumentos como la estatua de la Libertad en Nueva York o un vagón del Orient Exprés, nuestro aspirante a Eurovisión consigue que su reloj haga desaparecer el tiempo. Nada menos que el tiempo. Seguro que H. G. Wells, a finales del siglo XIX, hubiera fichado a Mazón para protagonizar su novela de Ciencia-Ficción La máquina del tiempo. Y es que en el reloj del fugitivo igual son las tres que las cuatro, las cinco que las seis, las siete que las ocho y veintiocho de la tarde del 29 de octubre del año pasado. Un crack de los relojes el tío. Ahora resultará que lo suyo son los milagros, pero así como Berlanga nos ofreció Los jueves, milagro y Vittorio de Sica Milagro en Milán para escenificar sus particulares ficciones ensoñadoras, nuestro ya mundialmente reconocido ilusionista se basta y se sobra con su reloj de pulsera. Ni películas ni leches. Un simple reloj de pulsera. Y a triunfar.

Desde aquel fatídico día de otoño no ha habido manera de que nos aclaren, ni la propia Generalitat ni él mismo, qué demonios hizo esa tarde hasta que llegó al centro de emergencias ya ni se sabe cuándo. Desde el principio sólo ha habido eso: un espectáculo de prestidigitación con su reloj mágico. Y, por si faltaba algo, va y casi un año después de la tragedia se descuelga la periodista Maribel Vilaplana, con quien comió el cantante melódico ese día, cortándose las venas, lloriqueando como una pobre Magdalena sacrificada cruelmente en la pira del machismo, diciendo (y se queda tan ancha) que ella ni sabía de qué iban las llamadas de teléfono que recibía su compañero de mesa el tiempo que duró la famosa comida. Al principio, según su primera versión, se acabó el ágape a las cinco o cinco y media de la tarde. Ahora ha hecho memoria y, según ese nuevo ajuste horario, la reunión acabó a las seis y media o siete menos cuarto. Otra que tal con los relojes. Podrían patentar entre los dos una marca que ni los suizos les iban a ganar la guerra comercial con o sin los aranceles de Trump. Y se espera diez meses la mujer para decir esas estupideces en un comunicado que si ha valido para algo es para que el reloj de Mazón dé otra vuelta de tuerca a las trescientas mil que viene dando desde las nueve de la mañana del día 29 de octubre hasta ahora mismo. Según el Gobierno valenciano, Mazón ya estaba en su despacho del Palau a las seis de la tarde. Entonces qué pasa, ¿que la periodista se quedó comiendo sola en el Ventorro hasta las seis y cuarenta y cinco minutos? ¡Menuda pareja de liantes, dios, menuda pareja!

La verdad es que puede parecer una tontería seguir preguntándonos, casi un año después, dónde y en qué condiciones estaba Mazón esa famosa tarde en que lo más importante que nos ha dejado es el horror de 228 personas muertas por la dana y la destrucción de los sitios, de las casas, de esa memoria que es al final el lugar donde construimos nuestra vida con quienes estuvieron antes que nosotros. Pero no, no es una tontería que, casi un año después de aquella catástrofe, Carlos Mazón y los suyos sigan mintiendo como bellacos. El PP y Vox haciendo piña para que la verdad -con tanta muerte encima- sea una mierda pinchada en el palo de la desvergüenza. El reloj de Mazón está engrasado con el mecanismo de la burla, del engaño permanente, de esa manera que tienen los tahúres del Oeste de sacar el revólver cuando alguien les descubre un As escondido en la manga de su chaqueta negra. La fiel escudera y vicepresidenta, Susana Camarero, ahí estará para sacar al jefe de cualquier atolladero. Otra que tal baila: la responsable de las residencias de mayores dejó de lado lo que estaba pasando aguas abajo en los peores momentos de la torrentera y se fue a un reparto de premios de la patronal valenciana. Olé tu gracia, vicepresidenta, olé tu gracia verbenera.

No sé lo que durará Mazón al frente de la Generalitat. Confía en que el tiempo de su reloj siga con las manecillas corriendo a su favor. Da igual. Haga lo que haga, va a seguir sin poder salir a la calle hasta que se olviden los desastres de la dana. O sea: nunca, ¿vale? Nunca.

Alfons Cervera
Publicado en Levante.emv

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