Lujo asiático, en el Cabanyal
Hay una nueva promoción de viviendas en la playa de Valencia, cerca del balneario de Las Termas Victoria, posteriormente sala de baile, “after” y discoteca, futuro hito arquitectónico vintage del nuevo Miami Beach. Está en marcha entre este emblemático edificio y el otro balneario, Las Arenas, actual hotel de aire catarí. Este espacio albergó un día la gran industria naval y pesquera valentina. En sus prestigiosos astilleros se construían algunas de las mejores naves del Mediterráneo, botadas desde la misma playa, entre la curiosidad de bañistas y paseantes. Se colocaban traviesas sobre la arena y así avanzaban, a veces con la ayuda de bueyes, otras acarreadas por decenas de hombres. Allí mismo o muy cerca había otras industrias auxiliares: cáñamo para hacer cabos, secaderos de pescado, cajas, velas, redes, mástiles… Es el entorno donde “trabajaban” Pepica la Pilona y otras mujeres como ella, estigmatizadas, marginalizadas. También los carabineros que intentaban controlar el estraperlo, “les pescateres” que acudían a las subastas a pie de barca, los cuidadores de los “bous” y un largo etcétera. Allí se encontraban además las instalaciones de los sindicatos La Marina Auxiliante y El Progreso Pescador (“el Pòsit”). Un intenso olor a brea y a pescado lo inundaba todo. También había niños, por supuesto. Un sinfín de niños, jugueteando entre aquel mundo industrioso. Con balón, sobre la hierba que crecía entre las dunas venidas a menos y la primera línea de edificios, o sin él. Era, en definitiva, el lugar de trabajo de muchos de los vecinos del antiguo Poble Nou de la Mar y el patio de colegio de sus hijos.
Aquel frente marítimo es la actual calle de José Ballester Gozalvo, la que quedó entre las casas y el Paseo Marítimo, proyectado en 1986 e inaugurado entre 1989 y 1990.
En unas pocas generaciones, todo eso se fue esfumando y, en las últimas décadas, sus vestigios han desaparecido poco a poco.
En una de esas pastillas, donde quedaban en pie las estructuras de un “secaero” de pescado y algunas otras industrias en desuso, se están alzando los cimientos de un residencial cuyo “render” se puede consultar en línea: 24 viviendas frente al mar con precios “desde 520.000 €”. En segunda línea, calle Eugènia Vinyes, hay otro proyecto en marcha: cuatro viviendas de lujo, “desde 1.950.000 €”. Tres alturas más ático, se distingue en la simulación.
Aparte de otras consideraciones, hay dos claves para comprender esta volumetría donde había casas tradicionales o pequeñas industrias: la primera es que existe un área entre las calles citadas donde, desde 1991, se pueden edificar 3 alturas en primera línea y 4 en segunda, en la mayoría de las parcelas. Esto lo aprobó el PSOE a través del plan especial del paseo marítimo, se mantuvo durante las alcaldías de Barberà y de Ribó y está vigente en el nuevo Plan Especial del Cabanyal. Sí, como lo oyen. Si hasta ahora apenas se había desarrollado es por la cantidad de problemas legales derivados de las concesiones históricas del ayuntamiento, licencias, edificios protegidos, etc. La otra clave es que un pequeño propietario de la zona no podía reedificar si no tenía un mínimo de metros de fachada, lo que, de facto, no dejaba otra opción que vender a constructores que pudieran abordar proyectos residenciales, pactando con el ayuntamiento que, en muchos casos, es el propietario del suelo.
Constructores y promotores hacen su trabajo y, en general, cumplen las normativas y las hacen encajar con sus intereses y sus expectativas. Pero, ¿y nuestros gobernantes? ¿Establecen los marcos normativos y legales para garantizar un urbanismo amable con nuestros barrios y vecinos, el acceso a la vivienda de la ciudadanía y el respeto y preservación de nuestro patrimonio? Lógicamente, la pregunta es retórica.
Cuando nos indignemos al ver crecer promociones como esta en nuestra playa, con el cambio poblacional que conllevan, estará bien recordar que es un plan del año 91 y el nombre de todos los responsables que no hicieron nada para cambiarlo y que intentaron engañarnos con cortinas de humo.
Felip Bens
Publicado en La Vanguardia