Espectador en un mitin de Podemos
A invitación de algunos amigos a los que respeto y valoro, y también por lógica curiosidad e interés en escuchar y ver de cerca a algunos de los principales representantes de ese nuevo partido, acudí el domingo 25 al mitin de Podemos en el pabellón Deportivo de la Fonteta de San Luis, en Valencia.Por lo que he visto allí y dejando aparte cierta parafernalia que parece imposible de evitar en los mitines (todos los que he visto, de todos los partidos; incluida la aparición, a mi juicio rechazable, de una niña en el escenario), no me parece honrado dejar de reconocer que cuentan con un muy importante respaldo ciudadano. No es posible sostener que las miles de personas que llenaban el pabellón fueran ciudadanos menores de edad, engañados por una ilusión, presas fáciles de inteligentes prestidigitadores dialécticos. En Podemos hay ciudadanía, muchos ciudadanos con ansia de recuperar su papel de tales. Y es su fuerza: consiguen dar esperanza a quienes estaban hartos de no contar, de no ser nadie en el juego político que se supone que pertenece a los ciudadanos.
Pero siguen preocupándome algunos de sus argumentos, en cuya crítica he insistido hasta ahora. Sobre todo lo que considero dos simplificaciones que he visto presentes en el mitin.
La primera, muy eficaz pero, a mi juicio, errada: el mensaje de la transversalidad, esto es, la descalificación del sentido de la contraposición entre izquierda y derecha, sustituido por la dialéctica pueblo/casta, democracia/oligarquía. Querer mejor educación pública y gratuita, mejores servicios públicos y gratuitos, mejor atención sanitaria, pública y universal, por ejemplo, como lo han reivindicado Errejón e Iglesias en el mitin, es, a mi juicio, reivindicar lo que quiere y por lo que ha luchado durante tanto tiempo una izquierda decente y coherente, que ha existido y sigue existiendo.
Por eso, me separa de Podemos lo que a mi juicio es una segunda simplificación: su pretensión de exclusividad del aliento democrático, de la «nueva» política, de la “nueva” ciudadanía, esto es, la ausencia de reconocimiento de que esos objetivos y su representatividad no son patrimonio exclusivo de Podemos. Que la historia de la democracia no empieza con ellos. Que en el proceso de lucha por la democracia, incluida la transición, ha habido y hay fuerzas políticas y ciudadanos decentes, inteligentes y convencidos de la necesidad de mejorar la sociedad y luchar decididamente por ello.
Por eso, tras asistir al mitin, se refuerza mi convicción de que debe ser posible que, tras la legítima contienda electoral, en la que Podemos, como el PP y el PSOE, van a luchar por ser la opción de gobierno, y otros partidos de izquierda y derecha, por ser fuerzas con capacidad de influir en el gobierno, se llegue a acuerdos de gobierno entre la izquierda.
Soy de los que piensan que la inmensa mayoría de ciudadanos de izquierda (por ejemplo, los que, en el país valenciano, votaremos a partidos como PSOE, IU, Compromis y desde luego a Podemos) queremos eso, responsabilidad y control del poder, el fin de la impunidad y de los privilegios, un ensanchamiento de los derechos desde el reconocimiento de la diversidad, políticas que acerquen a todos (y en primer lugar a los más vulnerables) a un igual disfrute de derechos y recursos, que acaben con el pillaje patrimonial de lo público, un esfuerzo (que signifique prioridad en el presupuesto) en invertir en educación, investigación, cultura, tanto como en vivienda y salud, en la creación de un modelo productivo que haga posible que el trabajo estable deje de ser un privilegio.
Acuerdos que nos devuelvan a los ciudadanos la soberanía posible (no hay ya soberanía estatal autista) para que tengamos el derecho a decidir sobre todo lo que nos afecta e importa. Acuerdos que comiencen por una igualdad inclusiva y plural, que ataje el brutal crecimiento de la desigualdad, resultado de las políticas del PP. En ese objetivo, Podemos no es el único actor, aunque es realmente importante y tiene a su favor el viento de la renovación. Pero sería un error monumental descalificar o ignorar a quienes han remado y reman con enorme esfuerzo, algunos desde hace muchísimos años, por llegar a ese puerto que deseamos.
Javier de Lucas.
Artículo publicado en Infolibre.