«Hay marejada con fases de mar arbolada en la Iglesia» Jesús Martínez Gordo.
Marejada con fases de mar arbolada. Provocada por un papa venido «del fin del mundo», nieto de italianos, que añora poder «callejear» por Roma como lo hacía en Buenos Aires, que tiene a la misericordia como el santo y seña de su pontificado y que, además, es hijo espiritual de Ignacio de Loyola, probablemente, el guipuzcoano más universal de todos los tiempos.
Este singular sucesor de Pedro que quiso que su primer viaje fuera a la isla de Lampedusa (para poner en el mapa de la información mundial el drama de los migrantes), está removiendo los cimientos de muchos «lobbies» eclesiales que durante los últimos cuarenta años han controlado el gobierno de la Iglesia católica. Y con los de ellos, los de no pocos colectivos civiles que, mira tú por dónde, les han apoyado, obviamente, mientras propiciaban decisiones favorables a sus intereses.
Cuesta encontrar en la historia de la Iglesia un comportamiento tan beligerante (y hasta insultante) contra un papa. Y más, por parte de quienes, rozando la «papolatría», acusaban -no hace mucho- a todos los que no estaban en su onda, de tener poco (o ningún) amor al sucesor de Pedro. Les importaba un comino que dicha valoración fuera ejercida desde la «empatía crítica». Lo único que buscaban era que todo el mundo cerrara filas en torno al magisterio y al gobierno de quien gustaban llamar «el vicario de Cristo»; un título que, según Jesús de Nazaret, corresponde a los hambrientos, sedientos, encarcelados, enfermos, desnudos y, en definitiva, a los parias y crucificados de todos los tiempos. Y de nuestros días.
Pues bien, (mejor dicho, pues mal, muy mal), a estos beligerantes partidarios de las «verdades innegociables» las lanzas se les han convertido en podaderas en poco más de tres años. Los que Francisco lleva al frente del timón de la barca de Pedro. Y ya no saben qué hacer. Bueno, sí, hay una cosa que han empezado a practicar con tanta o mayor pasión que como cuando daban leña sin piedad: denigrar e insultar a Francisco, sus enseñanzas y sus decisiones.
Es, se les oye decir, un demagogo, está contaminado de populismo peronista, le divierte el «buenismo», sabe poca teología, es un incontinente verbal, mantiene un discurso pauperista, es un teatrero y cuando, buscando estar al lado de las víctimas de la pedofilia, reparte estopa, acaba metiéndose «en camisas de once varas» de las que ellos tienen que sacarle. Así se manifestaba -«off the record», por supuesto- un obispo de estas tierras no hace mucho. ¡Tiene bemoles la cosa!
La publicación de la carta postsinodal «Amoris laetitia» en el pasado mes de abril, el último «viaje denuncia» a Lesbos y sus provocadoras palabras a Europa en la recepción del premio Carlomagno ha puesto a muchos de ellos (autoridades políticas incluidas) a la defensiva. Y muy nerviosos.
Así, por ejemplo, fracasados los intentos de torpedear su propuesta de un trato acogedor con los homosexuales, los divorciados vueltos a casar civilmente y de acelerar y abaratar las nulidades matrimoniales, estos colectivos han centrado su atención en confundir, indicando que todo es pura palabrería y que en el pronunciamiento papal no hay nada nuevo. El cardenal estadounidense R. L. Burke y el Prefecto de la Congregación para la doctrina de la fe G. L. Müller, entre otros, se han ocupado de ello.
En realidad, no se han enterado (o no se quieren enterar) de que lo que tiene que cambiar es su corazón y, por coherencia, su manera de aplicar la ley: no implacablemente, sino con entrañas de misericordia. Es evidente que necesitan convertirse a la Buena Noticia de un Jesús que, primero, provoca a los fariseos diciéndoles que el que esté libre de pecado que tire la primera piedra y que, luego -visto que el espíritu «justiciero» de los denunciantes se diluye como un azucarillo en el agua- se dirige a la mujer sorprendida en adulterio para decirla que se vaya en paz y que no peque más.
Y mira, tú, la salida de tono del cardenal de Praga, D. Duka, ante las visitas de Francisco a Lampedusa, Ciudad Juárez o Lesbos y ante el varapalo que da a esta Europa, muy celosa de su libertad (individual o, como mucho, de clan) pero con menos entrañas de fraternidad y de igualdad: dice lo que dice porque «viene de Sudamérica» … ¡Qué rancio suena este comentario! Pero, sobre todo, ¡que antievangélico! ¿Habrá que recordarle que repase, una vez más, lo que dice Jesús? «Fui extranjero y me acogisteis». La marejada es, como se puede percibir, de calado, alternándose con fases de mar arbolada.
Hacía tiempo que no veíamos a un sucesor de Pedro tan cercano al corazón del Evangelio y por ello, tan signo de contradicción, para propios y extraños. Que Dios te conserve muchos años, Francisco. Por lo menos, los necesarios para que tu sucesor no sea, por esa temible ley del péndulo, un fan de Pío XII. Gracias por reavivar el pábilo vacilante.
Jesús Martínez Gordo.
Artículo publicado en Religión Digital.