Adela Cortina: «La fuerza transformadora de la sociedad civil»
En el último tercio del siglo pasado algunos autores muy relevantes, como Habermas o Keane, criticaron la falsa idea de que sólo se podía transformar el mundo hacia mejor desde los partidos políticos, y no desde la sociedad civil. Estaba vigente todavía la distinción que Hegel apreciaba en su tiempo entre una sociedad civil burguesa, incapaz de buscar algo más que satisfacer sus intereses egoístas, y el Estado, que era el lugar de lo universal y la solidaridad. Sin embargo, indicaban estos autores que esta distinción no era ya adecuada para explicar la realidad a fines del siglo XX, porque había nacido una sociedad civil sin adjetivos, podríamos decir una “sociedad civil civil”, con un enorme potencial civilizador, empeñada en bregar también por lo universal, por el bien común, desde la solidaridad. Su fuerza transformadora se mostraba y se muestra muy especialmente en el vigor de los movimientos sociales, que reclaman justicia y trabajan por ella en el nivel local y en el global. Y lo hacen, no por exigencia impuesta, sino desde la abundancia del corazón.
En el marco de este imparable impulso humanizador se sitúa por méritos más que acreditados la Fundación Hugo Zárate, que cumple ya afortunadamente un cuarto de siglo, y a la que estamos agradeciendo en este boletín monográfico su impagable tarea. Ojalá que continúe trabajando y creciendo por muchos años y en un excelente estado de salud por bien de todos.
Sin duda cuando llega el aniversario de una fundación es de ley reconocer la valiosa aportación de quienes componen sus raíces, y en este caso no es difícil identificarlos. Hugo Zárate está, aún sin saberlo, en el origen de este movimiento, por ese compromiso que asumió desde su juventud en Argentina y más tarde en España con los desfavorecidos y mal situados, sobre todo desde las asociaciones vecinales. Siempre el amor a todas y cada una de las personas tiene que enraizar en el contexto de proximidad para no quedar en una filantropía abstracta, sin sangre en las venas.
Justamente la crisis del coronavirus nos ha mostrado una vez más que es preciso cuidar lo cercano, prevenir el posible mal futuro y atender a los dañados cuando viene la desgracia creando redes vigorosas de solidaridad. Esas redes son nuestro más seguro capital social, las que impiden que algunos o muchos caigan en el vacío. Y no deja de ser apasionante comprobar hasta qué punto esas redes sociales de solidaridad no sólo posibilitan arropar a las personas, sino también engrasar los engranajes de la organización política, haciendo que la democracia funcione. Como cada vez se viene reconociendo con más fuerza, sin el trabajo de las organizaciones cívicas y solidarias, sin la amistad cívica que ellas cultivan, la cohesión de las personas se hace imposible.
Pero también es verdad que este trabajo de proximidad de los movimientos sociales tiene que ser comprometido con el entorno, pero nunca provinciano, siempre abierto al mundo, con la convicción de que somos humanos y nada de lo humano nos puede resultar ajeno.
Así lo vivió Hugo Zárate, en este caso desde su compromiso cristiano y socialista, que tiene a la persona como sagrada para la persona y a la naturaleza como valiosa y vulnerable, necesitada de cuidado. Vivió su compromiso ejerciendo ese liderazgo ejemplar y entregado que tanto necesitamos. Y como la ejemplaridad es contagiosa, como contagia actitudes espléndidas ante la vida, un buen número de personas se sumó al movimiento e incluso pensó que convenía institucionalizarlo de algún modo, porque es importante que la moral se incorpore a las instituciones para darle continuidad y crecimiento. Así nació la Fundación Hugo Zárate, con el concurso de amigos queridos como Antonio Duato, y muy especialmente con la labor fecunda, discreta y entregada de Marita Macías, compañera de Hugo mientras estuvo entre nosotros, en la vida y en el proyecto humanista, alma del cuerpo de esta fundación, junto a tantas otras personas solidarias.
En estos tiempos de crisis, que es a la vez sanitaria, económica y social, van a hacer falta todas las manos para levantar una muralla ante la muerte y la enfermedad, la pobreza, el desempleo, la soledad y el abandono de quienes viven solos, y van a ser necesarias también esas mismas manos para consolar, acompañar, empoderar y construir un mejor futuro. Que hayan existido personas como Hugo Zárate –y ojalá que no todo se lo haya tragado la tierra-, que existan movimientos como la Fundación Hugo Zárate, ofrecen lo mejor que se puede dar: razones para la esperanza.
Por eso mismo, felicidades sin cuento y muy cordiales gracias.
Adela Cortina
Universidad de Valencia