De la guerra de Ucrania llegan desplazadas y supervivientes, víctimas de una obsesión megalómana y mensajeros de oportunidades inéditas, que parecían locuras apasionadas, para las personas inmigrantes que viven en las costuras del sistema. Refugiados e inmigrantes son aliados, cómplices y compañeros en la larga lucha por construir sociedades decentes e inclusivas.
Traen la oportunidad real de disolver fronteras construidas por intereses económicos e ideológicos y ampliar las experiencias de humanidad a través de la acogida. Cuando muchos voceros proclamaban, sin ningún fundamento, que «no hay sitio para todos, ni condiciones materiales» para las cien mil personas que cada año llaman a las puertas de la Unión Europea, los desplazados ucranianos han mostrado que éramos capaces de acoger, acompañar y defender a tres millones de personas en quince días. Bastará mirarse mutuamente y conversar sobre sus molestias y dolores, sus alegrías y tristezas para crear una comunión entre desplazados y sentirse vinculados por la común humanidad.
No importa si se huye de misiles que destruyen en el acto, o de guerras silenciadas, del hambre, la impotencia, el terror o el olvido, que matan lentamente. El sufrimiento no tiene patria, ni la sangre domicilio. El grito duele sea cual fuere el color de la piel, la distancia, el estatus social o la situación geopolítica. Las llamadas desatendidas crean la complicidad de amadores y soñadores.
Se han despertado conciencias adormecidas por la sociedad del bienestar y se han movilizado los corazones. Ahora toca levantar las losas que han sometido a las personas migrantes a condiciones inhumanas e interrogatorios humillantes para lograr residencia, acceder a la salud o educación, encontrar empleo, o reconocer el derecho de ciudadanía. «A nuestros padres humillasteis y a nosotros cerrasteis las puertas» es el grito de personas invisibilizadas por su origen. A nuestra generación le corresponde la tarea histórica de acabar con la distinción entre los «nuestros» y los «extraños», entre refugiados y emigrantes. No importan si vienen del frio de la nieve o de la furia del sol, unas y otras llegaron cabalgando por inmensas soledades y expulsados por poderes inhumanos. «Desde el corazón se puede llegar a otros corazones», escribió Beethoven en la parte superior de la partitura de la Missa Solemnis.
La Asociación Valenciana de Solidaridad con África (AVSA), Terra de Acogida y tantas otras organizaciones, trabajan para que todos tengan «techo, trabajo y tierra». Os reconocemos aliados en la lucha por una ciudadanía mundial, que garantice la paz y la justicia para toda la humanidad; cómplices ante la reforma de las políticas europeas sobre la inmigración, el refugio y el asilo. Y compañeros en imaginar que los blancos y los negros, los religiosos y los ateos, los del Este y el Sur convivan en nuestras calles, en nuestros huertos, en nuestras escuelas y en nuestros hospitales y todos tengan derecho a desarrollar sus capacidades sin verse forzados a emigrar. Lucharemos juntos para que esa ola de solidaridad pase de ser una situación de emergencia a ser el paisaje ordinario de nuestra sociedad. Como dijo el poeta José María R. Olaizola «Si tú tiras de mí/naceré de nuevo/ al amor y a la esperanza».
Ximo García Roca
Publicado en Levante.emv