Amantes de Montesquieu
El escándalo por la designación de la exministra Delgado como fiscal general me ha pillado releyendo Rojo y negro de Stendhal, que describe el ascenso y caída del joven Julien Sorel, en tiempos de la restauración borbónica. Sorel destaca como hipócrita entre hipócritas. Los ultraconservadores de la novela, empezando por el vanidoso Monsieur de Rênal, libran una descarnada lucha económica y estamental, pero no desaprovechan la ocasión para enfatizar pomposos principios morales.
Han pasado dos siglos pero nadie lo diría. Las abstracciones ideológicas funcionan en la España de hoy como trompetería moral para impedir que el control del Estado cambie de manos. La cosa empezó gracias a ETA. Mediante la instrumentalización política de las víctimas de esta banda de estúpidos y asesinos, el PP consiguió demonizar a todos los nacionalismos menos uno: el nacionalismo de Estado. Consiguió algo más: amedrentar al PSOE, que sufrió no menos que el PP el acoso de ETA, pero al que en tiempos de Zapatero acusó de connivencia con ETA. Aznar propuso negociar con el “movimiento vasco de liberación”, pero era Rubalcaba el malo que pactaba con los etarras. Así se apropió el PP de la lucha contra ETA, de las víctimas y de la bondad democrática: el mal (o la sospecha del mal) era cosa de sus rivales. Esta corriente hipócrita, aunque erosionada, sigue viva. Tiene una gran capacidad de amedrentamiento.
Con la justicia, el juego funciona igual: se proclama cada día a los cuatro vientos la independencia del poder judicial, pero el ya lejano ministro Trillo, con finísima labor, consiguió politizar la judicatura hasta dominarla: desde entonces, los sucesivos recambios de los altos mandos judiciales responden, si no a los intereses concretos del PP (castigado por corrupción), sí a la interpretación restrictiva de la Constitución que el PP forjado por Aznar defiende. El PP puede apelar constantemente a la independencia del poder judicial sabiendo que sus tesis políticas gozan de amplio consenso en aquel poder. Casado ha llegado a amenazar a Sánchez con la misma medicina que se ha estado usando en Catalunya: excluir a los rivales por vía judicial. Nadie duda de que podría conseguirlo: el presidente Lesmes, a pesar de que su mandato lleva un año caducado, ha estado cooptando altos cargos judiciales para los próximos años.
Se escandalizan con grandes aspavientos por la designación de Dolores Delgado los que consiguieron que Pérez Tremps, magistrado del Constitucional, fuera apartado durante las deliberaciones del Estatut por una nimiedad. Los que cometieron el impudor (perfectamente legal, ciertamente) de colocar a un militante de carnet, Pérez de los Cobos, al frente del Constitucional. Los que, en sede ministerial, se referían a los fiscales como criados: “Fiscalía te lo afina”.
La legislatura será dura; y será fea. La solución Delgado no gustaría a Montesquieu, considerado el padre de la separación de poderes. Pero quienes hoy se visten de luto por Montesquieu fueron los que más larga y obscenamente lo traicionaron.
Antoni Puigverd
Artículo publicado en La Vanguardia