Aquelarre fascista en el Capitolio
Malos tiempos para la lírica. Me gustaría estar equivocado, pero tengo la desagradable convicción de estar viviendo un importante y crucial cambio de época. Creo que lo sucedido días atrás en Washington no tiene vuelta y que se trata, nada más y nada menos que de un nuevo escopetazo de salida del fascismo al mundo autodenominado occidental. La Historia nos dice que los golpes de estado militares generalmente suelen ser reversibles (aunque la experiencia española pueda poner esto en duda) pero tampoco podemos olvidar que la subida al poder mediante las urnas del fascismo, aunque solo sea por un escaso margen de votos, no suele tener vuelta. ¿Alguien puede imaginar a un Hitler o un Mussolini derrocado por su propio pueblo mediante unas votaciones? No es que no me lo crea, es que me parece del todo imposible.
Hago esta introducción tan directa y dura porque estoy en la firme convicción de que nos encontramos frente a un nuevo paradigma, y, lo deduzco por los claros y preocupantes síntomas que se desprenden de la sola lectura de los últimos acontecimientos mundiales. ¿Quién iba a pensar o creer solo hace cuatro o cinco años que un presidente recién electo de EEUU iba a tomar posesión de su cargo rodeado exclusivamente por la flor y nata del fascismo mundial? ¿Quién podría llegar jamás a pensar que entre esa cohorte de mandatarios fascistas mundiales iba a estar falsamente validado por el propio Trump como representante de España un tal Sr. Abascal? Recordemos que en 2017, al tomar Trump por primera vez posesión de su cargo no hizo, ni de lejos hubiese podido hacer, una tan fuerte demostración de (malas) intenciones como ahora. Está claro que entonces aún no era su momento. Sin embargo, ahora sí, (al menos eso piensa él) el Superhombre blanco, libre, contento y triunfador, aúlla, grita a calzón quitado bramando eufórico ante la chusma sus peores intenciones sin ningún tipo de pudor y, lo que es aún peor: al parecer sin ningún temor.
Hoy se siente vencedor, el amo del mundo, un grande de la Historia, un César, un Napoleón, mientras el mundo, horrorizado, se estremece y tiembla de verdad. Cierto que, a su vez, existen una gran cantidad de personas que no parecen demasiado preocupados: son aquellos que pasan de la política, seres “biempensantes” que suelen minimizar por costumbre los problemas, no porque no los sientan o no lo sepan, sino porque se (les) han acostumbrado a no querer ver, a esconder la cabeza como avestruces, a no querer ni saber de desgracias hasta que estas mismas se los zampen, permaneciendo en modo zombi, sin pensar o querer analizar hasta donde estamos llegando ni, por tanto, en el peligroso punto en el que nos encontramos.
Insisto en que nada me gustaría más que estar equivocado. Yo no soy historiador, ni sociólogo, ni profesor de ciencias políticas, pero desde mi modesta formación me parece ver claramente que, a partir de ahora el mundo va a ser diametralmente distinto. Será, creo que ya lo es, un mundo en el que empiezan a converger, entre otras desgracias, un cambio climático en progresión geométrica con un aquelarre fascista y militar sin precedentes.
Me encantaría que el día de mañana se pudiese hablar de mí como de un visionario necio y amargado, negativo y agorero, pero, mientras no se demuestre lo contrario me seguiré recomendando a mí mismo y, después, a toda persona que desee vivir con alguna coherencia, que no dejemos nunca de luchar, que no perdamos jamás la pasión de vivir, y que no nos declaremos nunca derrotados, que el que no se rinde aún no ha perdido. Nunca sabremos si de este modo ganaremos, pero sí que habremos encontrado la mejor y única forma que nos queda de ser menos infelices.
Miguel Álvarez