Así nació el plástico que hoy invade nuestros océanos
El plástico surgió como una alternativa para abaratar costes y consumir menos recursos naturales. Hoy, es una de las principales amenazas de la biodiversidad.
«No podía creerme que el Antártico estuviera lleno de plásticos». Así de sorprendido se mostraba Javier Bardem en una entrevista reciente para Ethic, a la vuelta de su periplo con Greenpeace. En una de las zonas más despobladas y remotas del mundo, las aguas habían arrastrado los desechos sintéticos de la sociedad moderna. El plástico, un material primordial en el avance de la civilización desde el siglo pasado, empieza a amenazar a la propia civilización. Millones de toneladas de microplásticos acaban en los fondos oceánicos: el conocido como Gran Parche de Basura del Pacífico ya equivale a la extensión de Francia, España y Alemania.
Y es solo un pequeño porcentaje de lo que hay en el lecho marino. El reciclaje llegó tarde, y hoy no sabemos qué hacer con tanto plástico acumulado, que no solo se come espacios y ecosistemas: también resulta altamente dañino para la biodiversidad, por su toxicidad y su resistencia a degradarse.
Hace dos siglos, las cosas se veían de otra manera. La industria química comenzó a experimentar con el caucho para eliminar los ingredientes naturales de su receta y convertirlo en un material totalmente sintético que se pudiera producir en todo el mundo. A primera vista, aquello era una iniciativa sostenible: abarataría los costes de los productos, y requeriría menos recursos naturales para su fabricación.
La primera persona que logró producir plástico en un laboratorio a mediados del siglo XIX fue Alexander Parkes, un metalúrgico e inventor de Inglaterra. Aquello no se llamó plástico todavía, sino parkesina. Las ventajas eran claras: se moldea fácilmente cuando está caliente, y es resistente y es duradero cuando se enfría. Parkes no llegó a enriquecerse con su invento: su negocio de fabricación a gran escala fracasó por los elevados costes y una fórmula imperfecta que hizo que la parkesina se rompiera y se inflamara fácilmente. Pero en Europa y Norteamérica ya habían tomado nota del potencial del nuevo material, y siguieron evolucionándolo.
El primer sucesor notable de la parkesina fue el plástico celuloide de Hyatt de Wesley, derivado de celulosa y alcanfor alcoholizado. Al principio, se usó como sustituto del marfil para fabricar bolas de billar a finales del siglo XIX, aunque tuvieron un éxito efímero debido a su alto riesgo de inflamación. Este contratiempo, en cualquier caso, no causó la destrucción del negocio del celuloide, ya que a finales de siglo se convirtió en un pilar de la industria del cine y la fotografía.
No fue hasta principios del siglo XX cuando, finalmente, irrumpió con fuerza la era del plástico, de la mano del primer compuesto totalmente sintético, llamado baquelita por el nombre de su inventor, el belga Leo Baekeland. Tenía características muy superiores a los intentos anteriores en cuanto a durabilidad, facilidad de manipulación y baja inflamación. Por eso, su aplicación se extendió a gran velocidad: desde joyas hasta artículos comunes, construcción, instrumentos científicos, paquetería, automóviles, aviones… Los usos aumentaban exponencialmente, al tiempo que iban surgiendo nuevos plásticos mejorados, como el catalin, el plexiglás, el teflón, el nailon, el ABS, la espuma de poliestireno o el lexan.
Según un estudio de Greenpeace, en los últimos diez años hemos producido más plástico que en los 100 años anteriores. En 2020, llegaremos a las 500 millones de toneladas anuales. Hoy, más del 90% del plástico producido en todo el mundo termina en mares y vertederos. La búsqueda de materiales alternativos biodegradables, el impulso del reciclaje y la limpieza del lecho marino debe ser prioridad, según han advertido en Naciones Unidas a principios de este año. Una carrera a contrarreloj que debería haber empezado mucho antes.
Luis Meyer
Artículo publicado en Ethic