«Benicalap: Conflicto vecinal y transversalidad» Román.
Al parecer, hay un fenómeno, provocado o exacerbado al amparo de las políticas económicas surgidas de la crisis, que está caracterizando el desarrollo de la mayoría de acontecimientos que ocurren en estos tiempos, desde los más cotidianos y próximos hasta los que alcanzan mayor envergadura y tienen una dimensión general. Me refiero al fenómeno de la transversalidad.
Sin este concepto, que rompe con los esquemas preconcebidos, sea en el terreno de la ideas políticas y los partidos que las encarnan, los fenómenos sociológicos o los conflictos de masas, seriamos incapaces de entender en su totalidad el comportamiento actual de muchos miles de ciudadanos así como las motivaciones que subyacen bajo ese comportamiento.
Está claro que con el derrumbe económico, social y político se está produciendo a la par un derrumbe ideológico de consecuencias todavía por determinar pero que avanza a ojos vista conforme la gente, en especial las nuevas generaciones, va tomando conciencia de que las desventuras que padecemos no son consecuencia de un accidente meteorológico ni un desgraciado traspiés pasajero que pronto se corregirá y se olvidará. Por el contrario, intuyo que cada vez hay mas personas que empiezan a percibir que estamos ante un verdadero cambio de escenario socio económico y político ante el que todavía no sabemos bien como posicionarnos pero que nos provoca un rotundo y airado rechazo frontal de los esquemas actuales.
Decía al principio que el fenómeno de la transversalidad se manifiesta también en el terreno de lo próximo. Quizás para ilustrarlo valga el ejemplo del conflicto vecinal que se está produciendo, desde hace varios meses, en el barrio de Benicalap a raíz de la construcción, en terrenos cedidos por el Ayuntamiento, de un macro centro asistencial a cargo de la centenaria ONG Casa Caridad. Benicalap es un barrio que refleja muy bien el esperpento sociológico que han provocado los años del ultraliberalismo urbanístico en Valencia. Este antiguo barrio formado por los restos del pueblo original y las construcciones posteriores para gente trabajadora, provinente en su mayoría de la inmigración de los años 60 y 70, se ha convertido en la actualidad en un barrio muy grande donde junto a estas edificaciones se han construido nuevas urbanizaciones que lo flanquean por la Av. de Cortes Valencianas con el Plan de Ademuz (donde está ubicado el aberrante nuevo estadio de Mestalla) y en el otro extremo el Plan Nuevo Benicalap junto a la Ronda Norte. En este barrio desequilibrado urbanística y sociológicamente, con un nivel de paro que se acerca al 30% (más del 50% entre la gente joven) y porcentajes de inmigración extranjera que superan el 20%. En una de las zonas de expansión urbanística, -entre la Av/ Ecuador y la Ronda Norte-, se decide acometer la construcción del Centro Asistencial de Casa Caridad. Y estalla el conflicto vecinal.
Evidentemente, en primera instancia, es un conflicto de intereses que afecta sobre todo al mercado inmobiliario de la zona, fuertemente castigado por la crisis financiera, y que ve en la aparición del edificio de Casa Caridad sobre todo un peligro de degradación del barrio y una nueva amenaza con la que empañar la pretendida “excelencia” de las nuevas urbanizaciones lo que sería perjudicial para los negocios de algunos. Esa es la chispa que enciende la mecha de las movilizaciones convenientemente alimentada, desde sectores oscuros, que utilizan para ello la gasolina de la demagogia y las falsedades contra los posibles usuarios y que genera desconfianza sobre el tipo de servicios que ofrecerá el centro.
Pero hay más. Existe otro tipo de vecinos que, sin tener intereses inmobiliarios ni vivir en las zonas residenciales, y algunos de ellos ni siquiera en las proximidades, se sienten igualmente afectados por el proyecto y lo rechazan frontalmente. Las razones de ese rechazo son más difusas y complejas. Según mi opinión, no tienen que ver tanto con el evidente egoísmo e insolidaridad que manifiestan los primeros sino más bien con los sentimientos y los temores de estos a verse estigmatizados por el hecho de tener en frente, o próximo a sus domicilios o establecimientos comerciales, una institución, por benéfica que sea, que nos recuerda día a día la precariedad social y económica en la que vivimos y que contribuye a situar a nuestro barrio entre los más necesitados. Es como si la ubicación del macro centro supusiera para Benicalap un certificado oficial de “barrio pobre” (¿alguien se imagina un centro de estas características en Plá del Real o junto a la Ciudad de las Artes y las Ciencias?). No es grato para nadie ver pasar ante los ojos, escenas de indigencia que avivan nuestro miedo cotidiano, nuestra vergüenza y nuestros temores más angustiosos que nos recuerdan día a día la precariedad en la que vivimos y la permanente batalla que hemos de librar para no acabar, nosotros mismos o alguno de los seres mas cercanos, en una situación similar, como de hecho ocurre entre algunos vecinos de los que asisten a las manifestaciones y que, al mismo tiempo, reciben ayuda de la propia institución.
Estamos pues ante un conflicto transversal, producto de la época que vivimos, que afecta tanto a las hipotecadas clases medias propietarias y habitantes de las nuevas zonas residenciales como a los trabajadores (muchos de ellos en paro y sin subsidio) que por razones diferentes se movilizan contra un proyecto, inicialmente benéfico, pero que por unos motivos u otros incomoda la convivencia de esa zona del barrio. Todo ello en un área de la ciudad donde se enfrentan realidades tan dispares como el Casino, el Palacio de Congresos, varios hoteles de lujo o el megalómano e insultante nuevo estadio de Mestalla con situaciones de abandono de los equipamientos hospitalarios a causa del cierre del antiguo Hospital La Fe o la dramática situación de muchas familias que se puede catalogar sin ambages como emergencia social.
La fractura sociológica que ha provocado la desastrosa y depredadora política urbanística impulsada desde el Ayuntamiento en el barrio de Benicalap, a la que se añade la corrupción, es la responsable del hastío y el malestar de amplias capas de la población y lo que lleva a sectores de la misma, inicialmente con intereses diversos, a hacer un frente común, más allá de sus realidades concretas, contra el despropósito y la iniquidad de una administración servil ante los intereses económicos de unos cuantos pero que abandona a su suerte mas precaria a la inmensa mayoría de los ciudadanos y las ciudadanas.
Josep Antoni Román.
Filósofo y Consultor Psicológico.