«Cada ser humano es único, pero han hecho de nosotros seres sumisos y temerosos»
De palabra presta –y, por momentos, incontenible–, disposición franca y memoria depositaria de una sorprendente profusión de datos y anécdotas, Federico Mayor Zaragoza (Barcelona, 1934) mantiene el brío y persiste en el empeño de hacer del mundo un lugar mejor. En esa empresa, resultaría abrumador trazar su recorrido político. Baste recordar que fue ministro de Educación y Ciencia, eurodiputado, director general de la Unesco, diputado por Granada, y miembro, entre otras entidades, de la Academia Europea de Ciencias y Artes, de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, de la Academia de Ciencias de Rusia, del Consejo Superior de Investigaciones Científicas, del Club de Roma y de la Fundación Ramón Areces.
Ya que es de lo primero que me hablabas antes de empezar, de Greta Thunberg, ¿de dónde viene esa animadversión furibunda contra ella?
Greta es una de esas personas que destacan súbitamente, que despiertan un gran apoyo público que engendra, a su vez, inmediatos detractores. Ha tenido un buen apoyo desde el punto de vista de los medios de comunicación, tiene una gran capacidad para transmitir mensajes y una personalidad particular unida a sus características especiales. Ha logrado que la gente la escuche y ha conseguido que el mensaje de tantos científicos cale en la gente. Ella nos mira a los ojos y nos dice lo que algunos ya sabemos: que por primera vez en la historia estamos ante un proceso irreversible y que tenemos que ser conscientes de nuestra responsabilidad ante la historia. Eso nos debería de empujar a actuar de manera consecuente.
Pero me temo que el problema no es la actuación individual sino el propio sistema…
La Unesco, en el 47 –¡en el año 47!–, creó la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza, y en los años 50 ya contábamos con un Plan Geológico Internacional, otro Hidrográfico, otro Oceanográfico… Yo intervine a favor del conocimiento de los océanos, porque se nos olvida que los dos tercios de la piel del planeta son mar. Por aquel entonces trabajábamos muchísimo, pero no lo hacíamos urgidos ni apremiados, porque pensábamos que si los gobernantes no nos hacían caso, ya lo harían en algún momento. Y ese momento ha llegado. Cuando se crea el Club de Roma, a principios de los setenta, se publica el informe Los límites del crecimiento, y en el año 79 la Academia de Ciencias de los Estados Unidos redacta otro con las mismas conclusiones. La cuestión no es que las emisiones eran y son excesivas, que también, sino que la recaptura por los océanos es insuficiente. Los océanos representan el 82% de la recaptura del anhídrido carbónico. Todo eso se dijo hace mucho tiempo, y hoy llegamos a un momento crucial, porque la situación es irreversible. Hay que cambiar, también el sistema.
Han sido muchos los colaboracionistas.
Sin duda, empezando por los medios de comunicación. Hoy en día, los que existen, en general, son una vergüenza y están condicionados por grandes consorcios económicos. Con la FOX, Murdoch tiene una influencia decisiva, por ejemplo, pero pensemos en los cuatro periódicos ubicados en Madrid: todos son sesgados, cada uno pertenece a una ideología que defiende por encima de la verdad o a una empresa, quedando al albur de los intereses económicos, también por encima de la verdad.
¿Culpar al mensajero no es un tanto desproporcionado?
Los medios tienen su responsabilidad, pero, sobre todo, la tienen los poderes económicos. ExxonMobil, la empresa petrolera estadounidense, se colocó hace años al frente del negacionismo y pagaba a pseudocientíficos para que dijeran lo que les favorecía, es decir, que no era para tanto el cambio climático. Sus informes tenían mucho éxito porque el gran consorcio mundial del petróleo estaba encantado con ellos. Durante dieciséis años estuvieron engañando a la humanidad, algo lamentable. A finales de los 90, la revista Newsweek publicó un extenso reportaje de denuncia y alerta. Sí, de acuerdo, el mundo se escandalizó, pero no pasó nada y ExxonMobil jamás asumió su responsabilidad. Ahora ya nadie duda pero, para ello, el Ártico ha tenido que comenzar a agrietarse. Tenemos suficientes datos para predecir que, en diez años, el Ártico desaparecerá, con lo cual ya no habrá refracción de rayos solares sino que entrarán directamente en el mar, por no hablar del permafrost, esa capa de hielo de hace siglos que, al descongelarse, libera bolsas de gas metano, 23 veces más contaminante.
También habrá una responsabilidad política.
Enorme. Especialmente al cometer el disparate de abandonar el multilateralismo, el gran diseño que planteó Roosevelt, que combatía el supremacismo, el racismo, la superioridad… El multilateralismo favorecía que los gobiernos se dejasen aconsejar por los científicos y no por intereses económicos, pero llegó un señor, Reagan, que creó el G6, además en un momento de esperanza –a finales de los 80, en pleno auge de figuras como Mandela y Gorbachov–. Pero le dio igual y constituyó el G6 que, al igual que sucede con el G7, el G8 y el G20, en realidad es un único país: Estados Unidos. Gorbachov le propuso firmar una declaración histórica para acabar con el armamento nuclear y Reagan aceptó reducirlo un 70%. No nos engañemos. Se acepta la tenencia de la bomba atómica.
¿Tan difícil es plantar cara a Estados Unidos?
Ahora sí, por nuestros representantes políticos. Pero hubo un tiempo en que Sandro Pertini y Andreotti mandaban en Italia, Helmut Kohl en Alemania, Ruud Lubbers en Holanda, Gro Harlem en Noruega, Olof Palme en Suecia…
…cuyo asesinato sigue irresoluto.
Así es. Lo que quiero decir es que hubo un tiempo en que los gobernantes ejercían su tarea y plantaban cara a Estados Unidos. Era una Europa distinta, no una mera unión monetaria, sino que era un ejemplo en derechos humanos, en solidaridad, en ayuda al desarrollo, en democracia…
Hablas de esa Europa en pasado.
Es que esa Europa ya no existe. ¿Cuánta gente dejamos que muera en el Mediterráneo? ¿Cuánta ayuda al desarrollo destinamos? Ayuda al desarrollo, es decir, para que la gente pueda vivir dignamente en sus lugares de origen. Entonces, dedicábamos el 0,52% del PIB y, en estos momentos, el 0,1%. No, ya no somos símbolo de nada, si acaso de indiferencia y de insolidaridad. Solo nos interesa el PIB. Europa ha pasado de ser un ejemplo a ser irrelevante y, desde luego, cuantitativamente, lo somos. En su conjunto, Europa es más o menos un tercio de la India, pero cualitativamente fuimos un sostén mundial. Sin embargo, la deriva neoliberal nos ha llevado preocuparnos solo por el PIB, que indica crecimiento, no desarrollo.
Suena francamente pesimista.
Hay acontecimientos que me irritan profundamente, por ejemplo, haber invadido Iraq basados en una mentira y terminar matando a miles de personas. Hay quien se extraña de que haya terroristas, pero, ¿qué hemos hecho nosotros, los occidentales, los europeos, en Siria, en Libia y en tantos otros lugares? Si tuviéramos una ONU fuerte tendríamos otro concepto de seguridad, y no el que nos impone Trump, que supone un gasto de cuatro mil millones de dólares diarios en gastos militares, en armas y en defensa territorial. Pero luego resulta que el país más poderoso del mundo no es capaz de hacer frente a los incendios de California… Eso sí, su escudo antimisiles es indestructible. Frente a esta política no ha habido posibilidad de que la ONU se imponga. Y desde la reunión de las Azores, cuando se decidió la guerra de Iraq, la ONU ha quedado herida, casi sin capacidad de reacción. Por fortuna, después llegó Obama, y el papa Francisco, que escribió una Encíclica ecológica, tendiendo la mano al islam. Hay momentos para la rabia, pero siempre hay que pelear por aquello en lo que se cree. Y hay dos focos que infunden una enorme esperanza: la mujer y la juventud. Greta ha movilizado a muchísimos jóvenes, que antes de ella ya habían tomado las calles poco a poco; y las mujeres demostraron ese histórico 8 de marzo que están cansadas de cómo se hacen las cosas. Mandela me lo dijo: «La mujer será la piedra angular de la nueva era».
Muy bíblico.
Sí, pero tenía razón. Además, la mujer excepcionalmente utiliza la fuerza, mientras que el hombre solo excepcionalmente no la utiliza. Las mujeres y los jóvenes serán decisivos. Recuerdo esa frase que Camus escribía en La peste: «Les desprecio porque, pudiendo tanto, se han atrevido a tan poco». Atrevámonos.
¿En qué momento uno ha de dejar de ser tolerante con el otro?
Cuando estaba de catedrático en Granada, fui a Oxford. De las primeras cosas que vi fue un lema grabado en un centro: sapere aude, atrévete a saber, una frase de Horacio. Al cabo de unos años de estar allí, pensé que se trataba no tanto de atreverse a saber cómo de saber atreverse. Hay momentos, pequeñas y grandes ocasiones, en las que tenemos que atrevernos a tomar una decisión, a decirle al otro «por aquí no paso». Esa responsabilidad es hoy intergeneracional porque lo que no hagamos será un desastre para los que vengan que, además, no podrán revertirlo. Si el señor Trump abandona los acuerdos de París, habrá que decirle desde Europa que estableceremos unas relaciones muy medidas y que, si es necesario, dejaremos de comprar sus productos. Pero no estamos a la altura, por desgracia. Nos mueven los intereses de unos grupos muy limitados.
Para modificar de manera radical el estado de las cosas habrá que cambiar la raíz, es decir, la educación. ¿Cuáles son los retos de escuela actual?
Para empezar, que se deje actuar a los docentes. Aquí nos quedamos con el informe PISA, pero es un documento que elabora una institución económica, así que mejor que se dediquen a hablar de economía y nos dejen tranquilos. Hagamos un gran proyecto educativo. Ya lo tenemos, lo hizo la Unesco, yo lo encargué cuando era director general. En él participaron grandes sabios coordinados por Jacques Delors: Gimeno Sacristán, Paulo Freire –al que, por cierto, Bolsonaro llama energúmeno–, Marchesi, Adela Cortina, Alejandro Tiana, Michael Serres y Edgard Morin, entre otros.
¿Y cuáles fueron sus conclusiones?
Alejarse de las recomendaciones del informe PISA que, por ejemplo, nos dice que los niños tienen que saber más inglés. Eso es un disparate y es confundir educación con capacitación, porque un niño puede saber inglés y ser un perfecto maleducado. La escuela ha de conseguir cuatro finalidades: aprender a ser –para ejercer plenamente las facultades distintivas de la especie humana–, formar a personas que reflexionen, que se anticipen, que tengan imaginación, que usen su creatividad. Cada ser humano es único y un creador absoluto, y, sin embargo, han hecho de nosotros seres sumisos y temerosos. ¡Pero qué es eso, si cada uno podemos inventar un futuro distinto! La educación tiene que formar a seres humanos libres, capaces de actuar sin estar sometidos a nada. Después de aprender a ser, aprender a conocer, es decir, sacar nuestras propias conclusiones de las cosas, ser capaces de relacionarlas; luego, aprender a hacer, es decir, hacer que las personas sean capaces de tomar sus propias decisiones en función de sus deseos, asumiendo las responsabilidades de la decisión y sabiendo que tienen el deber de ser felices, y, por último, aprender a vivir juntos. Esto es educación. Esto, y no lo demás. Y quienes tienen que hablar de educación son los maestros, y ayudarlos los filósofos, los poetas, los artistas. No los economistas ni los políticos. Una persona necesita ser creativa, que le enseñen a serlo, que le animen a ser. No necesita saber bioquímica. Eso es capacitación.
Siempre me sorprendió que, cuando un niño suspende matemáticas y tiene una matrícula en dibujo, se le pone un profesor particular en matemáticas, en lugar de preservar aquello que se le da bien.
Eso lo hacen aquellos padres que creen que, sabiendo matemáticas o física, su hijo tendrá un buen futuro. Están equivocados. Y claro, con tanta confusión llegan estos señores de Vox e imponen al PP que se incluya la tauromaquia y la caza en el proceso educativo. ¡Es un tremendo disparate! Educación para todos a lo largo de toda la vida. Empezando por los gobernantes.
Steiner, Weil, de Beauvoir, Agamben, Benjamin, Bourdieu, Castoriadis… de los cráneos privilegiados que diría Valle-Inclán. ¿De quién se siente más cerca?
Dos que he mencionado antes, Michael Serres y Edgard Morin.
¿Es usted un hombre de fe?
Sí, soy creyente. Muy próximo a Unamuno cuando decía aquello de que al filo exacto de las certezas e incertidumbre se halla la libertad humana, que es el gran don. Como científico no he encontrado respuestas a las preguntas esenciales, por eso pienso que la vida es un misterio y que quizás es un milagro.
¿Qué consejo le daría ahora a su yo cuando tenía 20 años?
Que buscase buenos maestros, que escuchara a sus padres, y que no se olvidara nunca de esos versos de Miguel Hernández: «La solución es ir por la vida con el amor a cuestas». No hay nada que supere al amor, es lo que nos da la valentía para hacer cosas, lo que nos hace escuchar al otro. La solución, la única solución, es el amor.
Esther Peñas
Artículo publicado en Ethic