Cambio Climático en tiempos de Covid-19
Una de las consecuencias de la globalización de la Covid-19 ha sido el enfriamiento del activismo medioambiental, a pesar de que este había llegado, en los últimos tiempos, a un nivel de contradicciones difícil de solucionar. De forma similar, los medios de comunicación han disminuido la cobertura destinada al medio ambiente para centrarla casi exclusivamente en la pandemia, lo cual ha conllevado un descenso importante por parte del público de interés por el medio ambiente. En consecuencia, se han reducido las protestas masivas contra el cambio climático y, por tanto, las exigencias para instaurar una normativa legal efectiva a favor del medio ambiente.
En otro orden de cosas, la crisis sanitaria ha multiplicado exponencialmente los problemas psicológicos, sociales y económicos; otra razón para «aparcar» los problemas medioambientales. A lo que se une la reacción «belicosa» de la gente. Algunos, por la pérdida de libertad individual; otros, por su «derecho al consumismo» y a las relaciones sociales en determinados ámbitos, como pueden ser locales de ocio y hoteles.
Con todo, continuamos teniendo la obligación de alertar al público ante el grave riesgo medioambiental; y podemos hacerlo utilizando un lenguaje que analice crisis pandémica y climática al mismo tiempo, porque no andan lejos la una de a otra, y porque no será la última pandemia con la que nos enfrentemos. Para ello, se requiere una comunicación que explore las reacciones de la gente ante distintos avatares.
En ese sentido, potenciar la capacidad de reacción de la gente ante el sufrimiento padecido desde principios de 2020, podría ser efectivo. Teniendo en cuenta, además, que, en una situación tan grave como la padecida, la emergencia climática se ve como un interrogante lejano, porque las necesidades más perentorias van por delante.
Varias son las opciones para conseguir interesar de nuevo al público por el cambio climático. La primera, aprovechar la crisis sanitaria vivida suscitando un estado creativo que facilite la receptividad de la población para que cambie su estilo de vida. La segunda, utilizar estructuras conversacionales en pequeños grupos para hablar de aquello que realmente preocupa a la gente —como puede ser la salud— vinculándolo al medio ambiente. La tercera, valerse del prestigio que rodea a determinadas personalidades y «gurús» para que emitan mensajes medioambientales eficaces. La cuarta, hacer uso de los valores apreciados por la gente para fortalecer la resiliencia. En efecto, potenciar los «valores comunes» —actitud colaborativa, ayuda mutua, compasión…— frente a los beneficios individuales suele ser muy eficaz. Se ha comprobado que los desastres inesperados favorecen la eclosión de valores y comportamientos altruistas en las comunidades afectadas. Con todo, también florecen movimientos radicales de extrema derecha que se nutren de situaciones cruciales preexistentes para potenciar el odio. Por ello, es determinante generar mensajes que ensalcen valores comunitarios, porque potencian dinámicas sociales que contrarrestan dichas corrientes radicales. En ese sentido, conceptos como «justicia», «imparcialidad» o «legitimidad» generan actitudes positivas.
En resumen, solo una acción motivadora puede servir de herramienta crucial que consolide un compromiso climático efectivo y consistente, distinto de lo llevado a cabo hasta ahora. Por eso, ante las restricciones que han acompañado a la pandemia y que han reducido sustancialmente dicho compromiso, solo con habilidad, energía y acciones coordinadas, podrá recuperarse la colaboración entre los distintos grupos de la sociedad civil para crear narrativas coherentes en la esfera pública. Una de ellas podría ser la utilización de imágenes en las que se viese a grupos de personas trabajando juntas o ayudándose las unas a las otras.
Ciertamente, solo podremos evitar una catástrofe climática si se lleva a cabo un vasto despliegue de cambios estructurales de carácter económico, tecnológico, político y cultural en un lapso de tiempo muy breve —un quinquenio quizás—, tal como se pretendía antes de la pandemia. No obstante, dichos cambios estructurales deben ir acompañados de una argumentación medioambiental innovadora si queremos que el público se movilice con acciones urgentes. Precisamente, la rama de la sociología que se ocupa de la comunicación acerca del cambio climático y de las consiguientes respuestas ciudadanas en periodos disruptivos es la que más y mejores herramientas y bagajes efectivos podría aportar en ese sentido.
En el campo de la comunicación, por ejemplo, para lograr consensos sociales amplios, el modelo comunicativo utilizado en la Covid-19 podría aplicarse a la crisis climática: a la ciudadanía le ha resultad0 fácil de comprender —y, por tanto, de responder— ante una situación de desastre sanitario generalizado.
Pepa Úbeda
junio 19th, 2021 at 12:12 am
Yo creo que ,como además diría el Capitán Sparrow «el problema no es el problema » en sí mismo sino que el problema de base y como se ha demostrado en su momento el Cambio Climático tiene aún muchísima mas «borregada negacionista» porque detrás se oculta el multibillonario sistema empresarial neoliberal multinazional capitalista en el que está inmerso ese amplio sector de las farmacéuticas que se niegan a «liberar las patentes de las vacunas» contra la #COVID19. Así que ya veremos si una vez más la MOVILIZACIÓN ES PARTE DE LA SOLUCIÓN porque de lo contrario creo que todas/os seremos partícipes del PROBLEMA.
junio 19th, 2021 at 11:24 am
Enhorabuena Pepa , creo que das en el clavo de la cuestión…cómo conseguir poner el clima en la opinión publica , ahora y en el futuro. Nos va a hacer falta mucha pedagogía, resiliencia comunitaria y sociedad civil. Animo y adelante ¡¡¡
junio 19th, 2021 at 1:01 pm
Buen artículo, Pepa