Charlotadas (II)
La semana pasada escribía (debido al impacto mental que supone saber que un matador de pacotilla detentará el control de la Cultura) que este empieza a convertir nuestra (¿o suya?) Comunidad, en la sede de una gran charlotada, para que “disfrutemos” de la involución que hemos votado. Hoy hablaré, como metáfora, de los lejanos tiempos donde estos nostálgicos del franquismo sueñan con obligarnos a regresar.
Los espectáculos denominados entonces cómico-taurinos solían llevarse a las fiestas de los pueblos aprovechando las plazas de toros portátiles que se montaban en dichas oportunidades. La falta de educación, ignorancia y escasez de oportunidades lúdicas impuestas por el Régimen contribuían a que gozasen de un relativo éxito de público y también artístico. En la anterior frase he dudado, si entrecomillar o no la palabra artístico. He decidido no hacerlo, por respeto a aquellas gentes y a su tiempo.
Eran estos tiempos oscuros, el pueblo lo pasaba muy mal y, cuando eso ocurre, los artistas suelen andar aún peor. Las gentes de la farándula tuvieron que adaptarse a lo que había, se trataba de matar, no solo toros, sino también el hambre. Muchos jóvenes músicos aceptaban, con mayor o menor gana, desfilar uniformados con un novillo suelto por el coso, evitando como podían las cornadas y haciendo los suficientes aspavientos para que el público se divirtiese. Lo mismo ocurría con las cuadrillas de enanos toreros que habían de asumir que cuanto más ridículas y denigrantes fuesen sus encontronazos con el novillo o la vaquilla, mayor sería su éxito. Entonces, igual que hoy, se producían muchas desgracias. Esos eventos taurinos solían celebrarse durante las fiestas de los pueblos y otras ocasiones señaladas. Las Charlotadas estaban protagonizadas por sufridos artistas que lucían sus habilidades frente a un novillo o una vaquilla y se trataba de divertir al embrutecido país intentando, sin mucho éxito, que nadie saliese dañado.
El más destacado promotor de estos espectáculos fue Rafael Dutrús, vecino de Cheste, más conocido como Llapisera. Este, actuaba a veces apoyado por una joven banda musical de Catarroja, La Banda del Empastre; estos interpretaban sus piezas musicales a la vez que andaban por la pista sorteando al toro haciendo alarde de trucos originales y seudodivertidos. Actuaban acompañados puntualmente de otros artistas, como el Bombero Torero, Charlot, los Enanos Toreros, Arévalo, el padre del famoso cómico, etc.
Llapisera, como promotor, montó durante su larga carrera decenas de espectáculos cómico-taurinos y se dice de él que, en realidad, era un excelente matador y que tuvo entre sus “alumnos” a futuras “figuras” como Juan Belmonte, a Luis Miguel Dominguín, a Granero y otros jóvenes que después llegaron a triunfar como… prefiero emplear la palabra Matadores, creo que es la que mejor define a los que viven de martirizar animales.
A esto pretenden volver.
Miguel Álvarez