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Hay quienes dice que la Cultura es un lujo, un ornamento, algo superficial que sólo se lo pueden permitir las sociedades ricas. Pero no se dan cuenta que la Cultura es imprescindible para conseguir que una sociedad sea rica.
Las personas necesitamos mucho más que comer y crecer; lo que nos hace esencialmente humanos es nuestra Cultura. Porque Somos seres creativos, artísticos, innovadores, críticos y pensadores.
Pero las mujeres sabemos mejor que nadie lo difícil que es disponer de la Cultura a nuestro alcance, que sea plural, colectiva y propia, que dé verdadero significado a términos tan vapuleados y poco puestos en práctica como la Libertad o la Igualdad.
Las mujeres sabemos mejor que nadie cómo se pueden manipular los valores, censurar los pensamientos, imponer las creencias. Durante siglos hemos sido las invisibles de la Historia, las voces silenciadas y calladas. Y, cuando parecía que habíamos conseguido dar los primeros pasos en la convivencia y en el reconocimiento de la dignidad, ha bastado una crisis económica como escenario para que la Contracultura conservadora quiebre la fragilidad de unos Derechos que apenas habíamos rozado con los dedos.
Algunos datos aprobados por la Unesco (marzo 2014):
- La “feminización de la pobreza” no es un término inventado, el 70% de las personas que viven en la pobreza son mujeres. De los 1300 millones de personas que viven en pobreza extrema, más de 900 son mujeres.
- Dos tercios de los 800 millones de personas adultas analfabetas son mujeres.
- Cada minuto, una mujer muere en el mundo por complicaciones en el embarazo que se podían haber evitado.
- Tres mujeres mueren cada día por culpa de la violencia doméstica. El 70% de las mujeres asesinadas en el mundo lo son a manos de sus parejas. La violencia de género es la principal causa de muerte o discapacidad de las mujeres entre 16 y 44 años.
- Una de cada nueve niñas en el mundo se casa antes de cumplir los 15 años.
- A nivel mundial, tan sólo un 21% de mujeres está en los parlamentos nacionales, y sólo entre el 1 y 3% de las mujeres empleadas son propietarias de una empresa.
Creíamos las mujeres europeas que era el momento de alzar la voz por todas aquéllas que permanecían silenciadas, invisibles, olvidadas sin poder ser escuchadas. Debíamos ser nosotras las que extendiéramos la mano para ayudar a quienes estaban encerradas bajo burkas, o mutiladas en su sexualidad, o trabajando como mulas de carga de sol a sol con sus hijos a cuestas, o encerradas en fábricas inhumanas tóxicamente envenenadas, o arrancadas de su infancia para ser casadas con hombres que podrían ser sus padres o sus abuelos.
Creíamos las mujeres europeas que nuestros derechos nos daban garantías para pelear por un mundo de iguales, para que la sociedad se construyera con otra mirada, para comenzar a ofrecer medidas diferentes en la economía, la arquitectura, el urbanismo y todas aquellas actividades prioritarias que se habían cerrado a nuestra participación.
Soñábamos las mujeres españolas sin imaginar que todo nuestro castillo de derechos podía ser tan frágil como los naipes.
Volvemos a atender las obligaciones del Estado siendo responsables del cuidado de los dependientes y los mayores; nuestros jóvenes aún no entienden qué significa la violencia de género; se nos devuelve a la educación de una mujer sumisa y dócil; nuestras oportunidades laborales son peores, más frágiles y menos remuneradas; y se legisla una vez más sobre nuestro cuerpo y nuestro derecho a la maternidad. Y a mí se me pone la piel de gallina cuando las mujeres estamos en manos de quienes gritan la verdad en nombre de Alá o dicen legislar “como Dios manda”.
Ana Noguera.
Filósofa.