Confrontación política interesada y dañina
No podemos negar que existen problemas en España, al igual que existen en todos los países del mundo, en mayor o menor medida. Hay países cuya situación estructural es realmente dramática: pobreza, desigualdad, violencia.
España está situado como uno de los países con mejor calidad de vida del mundo, con mayor seguridad, con el mayor nivel de esperanza de vida junto a Japón. ¿Suficiente? Nunca lo es. ¿Hay que conformarse? Para nada. Pero tampoco es posible mantener una actitud catastrofista que genere una permanente situación de angustia y desasosiego, o, sobre todo, de desmoralización colectiva, de polarización y de permanente crispación. Porque no corresponde a la realidad que vivimos.
Los problemas del país han sido innegables. Hagamos un poco de memoria: desde el covid, al volcán, a catástrofes naturales, o la invasión de Ucrania con todos los problemas que genera. Y a todo se ha ido dando respuesta gubernamental de la mejor manera posible, con errores y también con muchos aciertos, aunque cueste tanto reconocerlo.
Tan solo deberíamos observar los últimos datos económicos, que podemos leer en los diferentes medios de comunicación: “España lidera el freno de la inflación en la eurozona al cierre de 2022, el año de los precios en máximos históricos”. El IPC europeo acabó con un 9,2% mientras que en España se sitúa en un 5,6%
A ello hay que sumar que el mercado laboral en España ha terminado 2022 con 471.360 afiliados más que el 2021, con un total de personas ocupadas de 20,29 millones. Además, el paro se ha reducido 268.252 desempleados, la cifra más baja registrada desde 2007. Y la ocupación continúa creciendo, superando los 20,5 millones de trabajadores, la cifra más alta desde 2008, según la Encuesta de Población Activa.
Se han controlado los precios de los carburantes, y cuando sufríamos subidas impresionantes, el gobierno ayudó a todos los españoles.
Lo mismo ha sucedido con los precios de la luz y del gas, que tuvieron subidas monstruosas este verano, y que ahora están en los niveles históricos más bajos conocidos. Y no es casual, intervienen muchos factores, pero también el control y las medidas activas del gobierno.
Al mismo tiempo, se ha aumentado las pensiones. Y, lo que es más importante, sube de nuevo el Salario Mínimo Interprofesional.
Vuelvo a decir: ¡no es suficiente! Ni hay que ser conformista. Pero no estamos en una situación catastrófica.
En cambio, paradójicamente, sigue aumentando el nivel de crispación y de polarización social alimentado por quienes buscan siempre la confrontación por puros intereses electorales o partidistas. Es lícita y beneficiosa democráticamente la oposición, claro que sí. Lo que es moralmente reprobable es la destrucción per se, la búsqueda de la polarización social que haga inviable el entendimiento, el diálogo, el consenso, los acuerdos entre posiciones diferentes.
Parece que la situación irá crescendo de cara a las elecciones. Será inevitable, aunque no agradable. Sin embargo, hay actitudes claramente reprobables.
De Vox no espero nada; su intención es claramente destructiva, incluido el propio sistema democrático. Del PP debería esperar, pero siempre defrauda, porque, una y otra vez, con uno y otro líder, sus intereses acaban por encima del bien común. De hecho, ya no oímos al PP hablar de economía, no le interesa, porque los datos son buenos; así que hablaremos de otros problemas, los que sean, aunque haya que inventarlos. En su disculpa hay que decir que hay algún partido que parece dispuesto a generar esos problemas y dar carnaza a los buitres.
En ese sentido, Podemos ha resultado, para mí, la gran decepción. No se puede gobernar buscando continuamente la confrontación, ni situándose por encima del bien y del mal, ni teniendo la verdad absoluta, ni solo “para los míos”, ni criticando a socios y adversarios de forma descarnada, y sin practicar la mesura, la prudencia y la elegancia. Tan importante es el fondo como la forma. Con ese tono continuamente de enfado, de reproche, de victimización, y de echar a la cara al resto del mundo que vamos en dirección contraria, se permiten encender incendios uno tras otro, sin un ápice de modestia.
No solo eso, sino que, cada vez que hay un éxito del conjunto del gobierno, parecen dispuestos a empañarlo, sacando una confrontación tras otra. Lógicamente, ellos pensarán que no. Porque además “tienen la razón y la verdad absoluta”, porque “todos somos unos capitalistas traidores”, y deberían pensar por un momento a cuánta gente que vio con simpatía su nacimiento como partido, hoy están (estamos) absolutamente hartos de tanto infantilismo.
De la misma forma, hay otros agentes sociales que son también responsables de sus actuaciones y declaraciones.
Antonio Garamendi se ha equivocado en su puesta de escena.
En primer lugar, no es bueno generalizar que “todo el empresariado es igual”, de la misma forma que “no todos los políticos son iguales”. En segundo lugar, él decidió terminar la “luna de miel” con el gobierno, que duró mientras el gobierno ponía el dinero para los ERTES, para mantener empleos y empresas durante la pandemia; entonces, recibir dinero era válido. En tercer lugar, debería haber estado en esa negociación del salario mínimo interprofesional: negociar y consensuar, hablar en nombre de todos los empresarios, con sus tamaños y problemas diferentes; pero no lo hizo, no cumplió su papel de representación. En cuarto lugar, no ha sido muy estético (lo dejamos ahí) su subida salarial frente a negarse a los 80 euros de subida del SMI.
No obstante, él tiene un papel de representación social esencial e imprescindible. Y a él le toca también ser responsable de ayudar al bien común del país. Eso se consigue con diálogo y negociación, en los malos momentos cuando se pone la mano para recibir ayudas, y en los buenos momentos cuando todos volvemos a contribuir con nuestras aportaciones. Lo que no corresponde es romper puentes.
Hacer política social desde los extremos conduce al fracaso. Y no lo merecemos. No lo merece España. Si hay actores políticos o sociales incapaces de escuchar primero y hablar después, mejor que se planteen otra actividad. No se puede convivir desde el populismo, el revanchismo, la venganza o la imposición permanente.
Decía Descartes que el sentido común es lo más repartido, pues todos lo poseemos y nos permite entendernos, escucharnos, incluso encontrar puntos en común entre todos los humanos. Ya sé que no es suficiente para gobernarnos, para convivir pacíficamente en sociedad. Sin embargo, si no se practica, si no se educa, corremos el riesgo de perderlo, y caer presos de la demagogia más ramplona.
Ana Noguera