Corrupción, impuestos, xenofobia y patrioterismo
Casado y su partido han decidido tomar el rumbo de la antipolítica, presentarse como si jamás hubiesen gobernado
Nadie puede asegurar que quienes asesoran a Pablo Casado -él no tiene entidad para pensar por sí mismo salvo en la herencia ideológica mamada y adquirida- no sabían que el expresidente francés Nicolás Sarkozy era y es un político corrupto. Lo sabían y aún así decidieron presentarlo como una de las estrellas internacionales que acompañarían al hombre de paja del partido franquista en su gira por el país que dio origen a ese movimiento mundial llamado Hispanidad. Después de tener imputados, procesados o condenados a muchos de los principales dirigentes del Partido, después de contemplar cómo la lentitud tramposa de la Justicia obra el milagro del tedio, la normalidad, el olvido y el hartazgo, después de un diluvio de corrupción que no cesa y de que muchos de los corruptos hayan vuelto a casa sin mácula, después de tener en la cárcel al máximo responsable económico del Partido y autor del milagro económico que nos llevó a la ruina, son conscientes de que la corrupción no tiene en nuestro país coste electoral alguno, que si hoy presentaran como cabezas de lista a Rodrigo Rato, Eduardo Zaplana, Cristina Cifuentes, Esperanza Aguirre, Francisco Camps y Álvarez Cascos, por citar sólo a algunos nombres que hicieron historia, volverían a llenar plazas de toros y a rozar la mayoría que les permitiría de nuevo hacer lo que antes hicieron sin el mayor sonrojo, porque es su forma de ser, de estar en el mundo, de querer a España, porque muchos españoles, desgraciadamente, querrían ser como ellos, sin complejos, sin remordimientos, sin piedad.
El Estado social y democrático de Derecho que propugna la Constitución 1978, pese a que la tienen siempre en la boca, les repugna porque para ellos el Estado Democrático es el enemigo a batir, dejándolo exangüe, sin recursos, sin medios para prestar los servicios esenciales a que tenemos derecho todos los españoles sin distinción de clase, sexo, raza o religión. Para Casado, Ayuso y Miguel Ángel, el Estado es malo porque arrebató a la oligarquía los instrumentos que antes de la democracia manejaban ellos. Suyos eran los hospitales de beneficencia, suyas las escuelas de Dios, suyas las carreteras que iban a ninguna parte, suyas las expropiaciones forzosas, suyo el favor y el castigo. El Estado Democrático les viene grande, entra en contradicción con las normas de su estirpe que confunden con el ser de España y no ven otra opción que desprestigiarlo y hundirlo. La pobreza cada vez mayor de los españoles no es responsabilidad de la globalización, la deslocalización y las políticas económicas neoliberales, sino del Estado Democrático que quiso dar educación a los analfabetos, salud a quienes morían antes de cumplir los cincuenta, apoyo a los desfavorecidos y bienestar a la vejez, no, ni mucho menos, es el Estado que ha logrado vacunar a más del ochenta por ciento de la población, que ha acudido en auxilio de quienes quedaron desnudos a causa de la pandemia, que reconstruirá los daños causados por el volcán de La Palma, que intenta poner coto a la codicia sin mesura de los que más tienen y más quieren, el responsable de los males de la gente. Por eso, y vendido el mensaje a quienes menos tienen, es necesario presentar los impuestos como una confiscación, anunciar que se bajarán incluso a los que no pagan porque no tienen ingresos, y callar ante el inmenso fraude fiscal que cometen a diario los plutócratas que exhiben la bandera más grande y hablan de libertad cuando toda su vida la han dedicado a privar de ella a la inmensa mayoría.
Nos darán una patria antigua, hedionda, malparida, abusona e injusta, pero nos quitarán los impuestos, incluso el de sucesiones y patrimonio a quienes ni tenemos sucesiones ni patrimonio. El Estado sólo debe velar por el orden con una policía formada a tal fin, y pasados unos años, ni eso, cada cual será el encargado de pagarse su seguridad, lo mismo que su asistencia sanitaria, su escuela, su cáncer, su carretera, su tren, su volcán, su dependencia o su terremoto. Y, por supuesto, lo que hay en España es para los españoles, nada de moros, negros, sudacas, rumanos o paquis. Si no hay quien coja la fruta, la compramos fuera; si no hay quien cuide de nuestros viejos, que se mueran; si no hay quien cotice a la Seguridad Social, mejor, que cada cual pague al banco lo que pueda para ver si cuando tenga ochenta años le dan la mitad.
Ese es el programa, nada más. Restituir el Antiguo Régimen, convertir en negocio todos y cada uno de las prestaciones esenciales que marca la actual Constitución como derechos inalienables y universales, y para eliminar la pobreza, nada mejor que llenarlo todo de banderas enormes, gigantes, infinitas siguiendo los pasos de Puigdemont y amigos, otra pata de la misma mesa de la estupidez nacional. Si no fuese tan trágico, daría mucha risa…
Pedro Luis Angosto
Artículo publicado en Nueva Tribuna