Cuando la política se nos va de las manos
Después de la lluvia y el frío, se agradece una mañana con sol de invierno. Veo mientras desayuno las grandes nevadas que regala la televisión, los ríos helados, las carreteras peligrosas, y agradezco la paz de la plaza que duerme a los pies de mi ventana. Juegan los perros y sus dueños, una pareja vigila el columpio y la temeridad de su hijo, un grupo de desocupados esconde en corro su condición de mendigos, dos ancianos toman el sol sentados en un banco. Veo otro banco libre, siento unas ganas pacíficas de bajar a sentarme.
Ocurre que no sé muy bien sobre lo que escribir. Hay días en los que la dificultad consiste en elegir un asunto entre diez exigencias; en otras ocasiones, se levanta uno sin sentir nada de interés que llevarse a la boca o a las manos. Pero lo verdaderamente grave es encontrarse con muchas cosas de interés sin contar con boca o manos para entrar en materia. Después de asumir una envidia ligera de los que lo tienen todo claro, parece obligado admitir la perplejidad, el callejón sin salida, las falta de respuestas. ¿Quién pudiera sentarse bajo el sol de invierno?
Coloco un cojín en la silla, enciendo el ordenador, voy a la cocina en busca de un vaso de agua, pongo un disco de Chavela Vargas en el aparato de música, fallaste, corazón, no vuelvas a fallar, y empiezo…
Venezuela, Unión Europea, Brasil, EE.UU, la política española, las instituciones, la crisis de la izquierda, el cambio climático, la pobreza infantil, la quiebra periodística, las nuevas ramas del totalitarismo, el independentismo catalán, los espectáculos mediáticos, todo a la vez, reunido por un mundo en el que la sociedad se ha fracturado. Las dinámicas avarientas del dinero no sólo han creado abismos entre las grandes fortunas y las mayorías sociales, sino que han provocado de manera calculada la desconfianza en las instituciones democráticas que tienen como misión regular la vida. Resulta muy difícil confiar en aquello que no sirve para solucionar tus problemas, pero lo grave es que la alternativa parece una configuración moderna de la ley de la selva.
Queda la prudencia como equipaje en la travesía de la desolación. El capitalismo es sangriento y monstruoso, pero qué monstruos ha creado el anticapitalismo. La deriva del chavismo resulta penosa, pero la prepotencia de las élites venezolanas apoyadas por Norteamérica da miedo. La política necesita acercarse a la gente, pero la gente está bien representada por los jóvenes que piden autógrafos a las estrellas de fútbol cuando van a un juzgado por robar millones de euros a la hacienda pública. La democracia es la única salida digna a los conflictos, pero la nueva clientela de la democracia se pasa 13 días con sus noches delante del televisor dejándose convencer de que un pobre niño puede salir con vida después de caerse en un pozo de 71 metros de profundidad.
En este panorama no viene mal un instinto de prudencia, que no tiene que ver con la comunión o con la tantas veces manipulada acusación de equidistancia, sino con una espera activa, una precavida paciencia que no se confunda ni con la resignación ni con la irresponsabilidad. No es un recurso fácil en un tiempo de usar y tirar, de resplandores efímeros y héroes con fecha de caducidad prevista por las mismas cadenas de televisión que los lanzaron al espacio. Qué rápido envejece lo que vino hace 4 días a cambiar el mundo.
Todo es muy complejo. Hacerle caso a los años, sentarse con paciencia a tomar el sol en un invierno democrático, sólo es posible en la plaza pública de las instituciones. Son las instituciones democráticas las que deben asumir la tarea de regular los bancos, los perros, los ancianos, las parejas, los hijos, los mendigos y los corrillos de la plaza. Parece una evidencia, pero el comportamiento político cotidiano suele confundir hoy la plaza pública con una avalancha de barro. La democracia se nos va de las manos cuando las grandes fortunas mandan en la política fiscal, y también cuando un político convierte en enemigos a su adversarios, abandonándose a la riada de calumnias y disparates que está cayendo sobre las redes de comunicación y el periodismo serio. Tampoco se puede pactar con los que se declaran al margen de las leyes democráticas, orgullosos de reinventarse los relatos identitarios propios de la extrema derecha.
Es la hora de la dignidad institucional y los procedimientos. La prudencia activa necesita la función democrática de las instituciones para poder seguir creyendo en la dignidad individual de la fauna que aparece a diario en los televisores.
Luis García Montero
Artículo publicado en Infolibre