«Cuando las religiones se unen a la política, todo se va al carajo». Entrevista a José Antonio Marina, filósofo
La velocidad que caracteriza al sistema en el que vivimos parece estar empujando paulatinamente al ser humano a mirar cada vez menos hacia atrás y más hacia adelante. Por eso crece cada vez más, y de forma lógica, la cantidad de libros publicados en torno al transhumanismo: una nueva condición humana marcada por el desarrollo tecnológico.
También se multiplican los estudios sobre conceptos que antes abundaban en la literatura de ciencia ficción, pero que hoy parecen mucho más plausibles, como el de posthumanismo: una condición de ser que supera las limitaciones intelectuales y físicas humanas mediante el control tecnológico de su propia evolución biológica.
Si viviremos en Blade Runner el día de mañana está por ver, pero la mera duda ya hace que las páginas de un libro como Biografía de la Humanidad (Ariel) respiren cierta sensación de urgencia. Al menos así lo entiende el filósofo y escritor José Antonio Marina que, junto con Javier Rambaud, acaba de publicar un extenso ensayo en el que repasa la historia de la evolución de las culturas. Exploración de un ADN cultural que vuelve sobre nuestros orígenes para comprender quiénes somos y por qué seguimos preguntándonos a dónde vamos.
Después de casi medio centenar de libros y una dilatada carrera como investigador, ¿por qué cree necesaria una biografía de la humanidad como la que usted propone?
Creo que necesitamos introducir una historia de las culturas en todos los niveles educativos: desde primaria hasta el primer curso de las universidades. El estudio de nuestra genética cultural nos puede permitir entender lo que está pasando en un momento en el que nos dicen que no vale la pena: bastante tenemos con no perder el tren de lo que está pasando como para volver a pensar en la historia, ¿no?
Pero no conocer la historia es como si le dijese a una persona que viva el presente y no tenga en cuenta su experiencia pasada. Si no tengo en cuenta mi experiencia es que no sé lo que me está pasando. Y la experiencia de la humanidad se llama historia. Tan absurdo sería decirle a alguien que se olvide de lo que ha vivido, como que nos digamos entre nosotros que nos olvidemos de la historia.
¿Cree que es urgente esta mirada atrás ante movimientos intelectuales y filosóficos como el transhumanismo?
Creo que estamos en un momento en el que se van a vivir cambios muy acelerados. Ante el transhumanismo y el posthumanismo, yo me pregunto: ‘Vamos a ver exactamente si antes entendemos cómo hemos llegado hasta aquí, qué es lo que somos’.
Hay algo sobre lo que ya había reflexionado en Tratado de la filosofía Zoom (Ariel, 2018) y en La lucha por la dignidad(Anagrama, 2005). En estos libros me convencí de que afirmamos constantemente cosas como si fuesen evidentes, pero que no lo son.
Estamos en una cultura del usar de todo, incluso los conceptos, sin entender muy bien de lo que tratan. Y eso puede plantear problemas muy graves. En este momento estamos viendo como en naciones con gran tradición democrática hay mucha gente joven que empieza a pensar que, a lo mejor, no es tan importante vivir en un sistema democrático. Que estarían dispuestos a vivir en un régimen autoritario. Hay que comprender de dónde viene esto.
¿Es a lo que usted se refieren en el libro cuando dice que un niño en sus primeros años de vida aprende cosas que a la humanidad le ha costado milenios aprender?
Exacto. Ahora hemos inventado todo tipo de sistemas digitales que están cambiando la configuración de nuestra inteligencia. Vamos a ver dónde nos lleva eso pero para entenderlo, tenemos que saber de dónde venimos.
En este sentido, ¿cómo cree que debe abordar la filosofía actual, también desde la educación, conceptos como el transhumanismo?
Uno de los grandes problemas en sentido amplio del sistema educativo actual que tenemos que afrontar cuanto antes, es el hecho de que van a desembarcar en nuestras vidas sistemas potentísimos de inteligencia artificial. Y estos van a disponer de más conocimiento que cualquier mente humana y van a realizar acciones de todo tipo que hasta ahora nos correspondían a nosotros.
Es decir, que el dominio del conocimiento va a estar en posesión de grandes sistemas de inteligencia artificial. Así que la pregunta que subyace es: ¿quién va a tomar las decisiones? ¿Una decisión médica la debe tomar un médico o un sistema de diagnóstico? ¿Quién dará créditos en los bancos, los profesionales o sistemas de cálculo de riesgo?
Deberíamos educar y configurar la inteligencia humana para que pudiéramos seguir tomando nosotros las decisiones en un mundo en el que nosotros no tendremos todo el conocimiento.
Antes hablaba del auge de ideologías autoritarias. ¿Cree que este fenómeno tiene algo que ver con una generación presentista en su forma de entender y gestionar los temas políticos y económicos?
Cuando se habla de presentismo, normalmente uno se refiere a no pensar en el futuro, a no pensar en las consecuencias de vivir el momento actual. El carpe diem.
Pero existe cierta forma de presentismo actual que puede ser fruto de una generación que no ha podido proyectar su futuro. Y también obvia su pasado porque no le aporta nada.
Creo que hay que recuperar el campo intelectual del diseño del futuro. Si empiezas a pensar que no puedes cambiar nada del futuro, acabas resignándote. Es un estado de desánimo confortable.
¿Y cómo cree que hemos llegado hasta aquí?
El autoritarismo plantea un problema desde el punto de vista de la historia de las culturas muy interesante. Lo que distingue a las culturas occidentales de las orientales es que la cultura occidental, desde la Grecia Antigua, ha considerado que el valor fundamental del ser humano es la libertad. Por contra, en oriente se ha considerado que lo que es verdaderamente importante es la armonía y la seguridad.
Ahora todos estamos un poco perplejos porque toda la teoría de la economía liberal nos decía que no podía haber eficiencia económica en un sistema autoritario. Pero mira, a China le está funcionando. Y si seguimos ese modelo nos vamos a encontrar con que mucha gente va a preferir un sistema autoritario eficaz antes que un sistema democrático caótico. Que uno en el que no haya un pacto social entre generaciones.
¿A qué se refiere con ‘pacto social generacional’?
Mi generación estableció un pacto con la vuestra que decía que vuestra obligación, como jóvenes, era formaros bien. Y que a cambio de eso, íbamos a organizar un sistema en el que pudieseis desarrollar vuestro proyecto de vida.
Pero entonces llega el momento en el que vuestra generación dice: ‘Ok, yo he cumplido mi parte. Me he formado bien. ¿Ahora qué hago? ¿Dónde está mi futuro?’. Eso crea una tensión muy grande entre generaciones.
También me preocupa mucho el tipo de ideologías que calan actualmente alrededor del mundo del trabajo. Por influjo de la cultura norteamericana estamos dando una idea sobre esto que a mí me resulta perversa: ‘Si no tienes trabajo, créalo tú. Invéntalo. ¡Emprende!’. Hemos hecho creer a la gente que es libre para hacer su proyecto vida, pero como sistema en realidad estábamos diciendo ‘me desentiendo de ti. Allá tú. Si fracasas es tu culpa’.
Dices en el libro que la creatividad religiosa ha aportado mucho a la humanización de la especie. Sin embargo, también se ha utilizado como arma para acabar con la misma. ¿Qué papel juega la religión en la genética cultural?
Hay un momento en la historia en el que damos un gran salto como especie: cuando empezamos a pensar en representaciones de objetos. Y entonces también a buscar explicaciones a fenómenos complejos: los humanos buscaron elementos que explicasen lo que ellos no sabían explicar.
Pasó que cuando el ser humano empezó a vivir en sociedad, surgieron conflictos y nos tuvimos que organizar mediante sistemas de convivencia. Y entonces aplicamos las herramientas cohesionadoras que teníamos. Una de ellas era la religión.
Del seiscientos al ochocientos años antes de cristo el poder deífico que hasta entonces era total y por lo tanto temible, pasa a ser bondadoso. Pasa en China con Confucio, en la India con el hinduismo, en Persia con Zoroastro, en Israel con los profetas y en Grecia con un personaje que está relacionado con la religión pero que nosotros lo estudiamos en filosofía: Sócrates. Y luego como vástagos posteriores surgen Jesús de Nazaret y Mahoma, que beben la tradición de los profetas israelíes.
Pero es entonces cuando las religiones sienten la tentación del poder. En el momento en el que las religiones –que eran procesos de espiritualización-, se unen con la política, se va todo al carajo, porque entonces lo que quieren es poder. En el cristianismo está muy claro. El cristianismo de antes de ser religión oficial del Imperio Romano defendía la libertad de conciencia. Todo el mundo tenía derecho a adorar a Dios de la forma que les pareciese. Pero el de después afirmaba que la única forma de adorar a Dios era cristianamente. Así que hubo que prohibir el resto de religiones.
Lo que nos enseña la genética de las culturas es que las religiones tuvieron una acción benéfica en la humanización de la especie, pero que son peligrosas cuando se alían con el poder político. Y eso es una constante: pasó en religiones pacíficas como el hinduismo, y está pasando en el mundo musulmán.
Parte de la comunidad de profesionales de la filosofía de nuestro país lucha contra la marginalización de la filosofía en la LOMCE. En el libro alude a que es necesario no sólo abordarla en segundo bachillerato, sino en todo el transcurso de la vida académica. ¿Qué puede pasar si formamos a una generación sin filosofía?
He defendido la necesidad de la filosofía hasta tal punto que creo que es un servicio público. Una sociedad democrática necesita fundarse en la argumentación y la ciencia que enseña la argumentación es la filosofía.
En lo que no estoy de acuerdo con gran parte de mis compañeros, como catedrático de filosofía, es en que sea imprescindible la historia de la filosofía. Necesitamos la filosofía pero la historia de la misma debe estar incluida en una historia general de la cultura. Tal como se estudia ahora en bachillerato, introduce más confusión que claridad porque es una explicación apresurada de cómo cambian las ideas de los filósofos sobre las cosas.
¿Y cómo cree que se puede revertir esto?
Lo que tenemos que enseñar es una ciencia sistemática llamada filosofía que debe estar presente durante todo el proceso de formación. Una ciencia que tiene tres objetivos: saber cómo funciona la inteligencia, comprender las creaciones de la misma y qué criterios de evaluación debemos utilizar para dirigir nuestras acciones para saber distinguir lo verdadero de lo falso y tomar decisiones.
Todo eso se puede sistematizar en la educación. Y se puede hacer transversalmente en todos los los cursos. Por eso creo que en la formación de todo el profesorado se debiera insistir en que deben estar formando a sus alumnos en aprender a pensar críticamente, y ser responsables de sus decisiones.
Francesc Miró
Artículo publicado en ElDiario.es